En el silencio que reinó, Paula sintió que se sonrojaba por momentos. Fue consciente de que la observaba, recreado en. el silencio agónico mientras ella imaginaba la clase de deporte que tenía él en la mente.
-Por supuesto, también practico otros deportes -fue a su rescate-. De naturaleza más convencional -continuó-. Nado y trato de ir al gimnasio al menos una vez a la semana. No siempre resulta fácil. Tengo varias bases alrededor del mundo, pero, a mi propia manera, soy tan nómada como lo fueron tus padres. Bueno, ya basta de hablar de mí. Es hora de que hagamos algunas compras.
Como en una nube, Paula se dió cuenta de que habían regresado a la capital. Hasta ahí llegaba el turismo. Sí, había visto algunos paisajes, pero había estado demasiado enfrascada en su acompañante como para asimilarlos. Ni una sola vez había sacado la cámara que había guardado en el bolso.
-Dijiste que no habías traído bañador, ¿Verdad?
-Exacto.
-Es algo que vamos a cambiar...
Tarde, comprendió que Pedro había tenido un destino en mente, y no era otro que una pequeña tienda de bañadores que rebosaba etiquetas caras y dependientas solícitas. Se detuvo en seco y se volvió hacia él.
-No necesito un bañador.
-Creo que sí, sencillamente porque vamos a pasar un par de horas en la playa y es poco práctico ir a la playa completamente vestido.
-¡No voy a ir a la playa!
-¿Por qué no? Le dije a mi hermano que te llevaría a hacer turismo y las playas forman parte de la experiencia turística.
-A Fede no le gustaría...
-¿Por qué no?
-Porque... -se dió cuenta de que bloqueaban la puerta cuando una pareja los apartó con gesto de irritación.
-¿Cree que puedo hacerle alguna insinuación a su mujer?
-¡No, claro que no! ¡Y eso ha sido extremadamente grosero!
Pedro echó la cabeza atrás y rió. Luego movió la cabeza y la miró a través de los cristales oscuros de las gafas de sol.
-Es gracioso, viniendo de tí.
-¿Qué quieres insinuar...?
En vez de responder de inmediato, la llevó a un lado, la pegó a la pared y se inclinó hasta que los ojos de Paula no tuvieron espacio para maniobrar más allá de su poderoso cuerpo. Sentía como si se ahogara en su presencia.
-¿Por qué no dejamos los juegos? -apoyó el brazo en la pared, casi sobre ella-. Los dos sabemos de qué va este así llamado compromiso. Te he observado con mi hermano y he esperado que me demostraras que me equivoco, pero nada de lo que has dicho o hecho ha conseguido convencerme de que no buscas el dinero de mi hermano.
-Te equivocas -titubeó, pálida-. ¿Cómo puedes decir eso?
-Puedo decirlo porque no soy un tonto ingenuo.
-¿Y Fede lo es?
-Fede es... Fede. Cuando la mayoría de los chicos de catorce años descubría los juegos de testosterona, mi hermano pensaba en formas nuevas de marinar la carne. Hay una parte de él que vive en su propio y pequeño mundo e incluso una parte más grande que confía en la gente. Le da poco valor al dinero y espera que el resto del mundo sienta lo mismo. Yo sé que las cosas no son así.
-Tú no lo entiendes -sentía como si se ahogara en una marea de malentendidos, ninguno de los cuales podía aclarar ella.
-¿Qué no entiendo? -la voz fría la presionó como una fuerza física.
Apenas logró mirarlo a los ojos con cierto grado de control. Sin embargo, su voz no quiso cooperar. Al ver que sólo recibía una mirada muda, él agitó la cabeza exasperado.
-Vamos a comprarte un traje de baño. Esta conversación no ha terminado, y conducirla aquí no es lo más ideal.
-¿Esperas que vaya a la playa contigo ahora? Después de que me hayas acusado... de...
-O mantenemos esta conversación en algún sitio privado o la tenemos en la villa. Tú eliges.
-¡No busco el dinero de tu hermano! -suplicó una última vez.
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