miércoles, 6 de diciembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 61

El sábado por la mañana, Sofía llamó a Paula.

–¡No lo vas a poder creer! Rafa me ha dicho que no podrá llegar hasta esta noche, por trabajo, y no hay ninguna canguro que se pueda quedar con los niños en esta ciudad. Están todas de compras. Así que no puedo ir contigo a la exposición... Pero tú ve, ¿Irás?

–Dicen que va a nevar.

–Pero no nevará hasta la noche, según he oído. Justo cuando Rafa llegue al aeropuerto. Ve a ver a Pablo, Pau.

Paula suspiró y se despidió. Luego, después de colgar, dió vueltas por la cocina. Sofía  no podía ir con ella, anunciaban nieve, y además se había despertado con un fuerte dolor de espalda. Eran buenas razones para que encendiera el fuego y se quedara en casa. ¿Qué sentido tenía que viera a Pablo después de todos esos años? Le recordaría lo mal que la había hecho sentir. ¿Por qué exponerse a ello? A las doce se comió un sándwich sin apetito. A la una menos cinco fue arriba a su habitación, sacó del ropero su vestido verde, y lo miró como si él fuera a solucionar su dilema. Era un bonito vestido. Le quedaba bien. Recordó las palabras de Sofía, las palabras de Ana. ¿Acaso iba a vivir ella también, como Jesica, una vida restringida si esa tarde elegía quedarse en casa y no afrontar la vida? ¿Y si no volvía a ver a Pedro? Buscó en el joyero los pendientes de jade que hacían juego con el vestido. Se vistió deprisa y se maquilló. Se miró al espejo con la frente alta. Y para su sorpresa descubrió unahermosa y esplendorosa joven, con ojos marrones grandes y un gesto orgulloso.

Llegó tarde y se perdió la presentación. Había mucha gente de pie alrededor de las esculturas. Paula vió a Pablo inmediatamente, y sintió el impulso de darse la vuelta y salir corriendo. Pensó que no debería haber ido. Pablo estaba de pie al fondo de la sala, conversando con el director de una de las universidades locales. Paula respiró hondo, y fue hacia él lentamente, simulando observar las esculturas a su paso. A los veinte minutos, estaba muy cerca de él, y aprovechó que el grupo que estaba conversando con él se disolvió, para acercarse y saludarlo:

–Hola, Pablo.

–¡Dios! ¡Paula! –inmediatamente le dedicó una sonrisa, aquélla que tantas veces la había cautivado.

Pero no era tan alto como lo recordaba, ni tan guapo. Y esa mirada tan fría... Además, para su satisfacción, se estaba empezando a quedar calvo. Seguramente eso no le debería gustar nada a él tan vanidoso.

–¡Te felicito por tu exposición!

–¿Vives aquí?  ¿Y te has vuelto a casar?

–No. Tú me enseñaste a odiar el matrimonio.

–Te has transformado en una mujer muy hermosa. ¿Quién es el afortunado?

–Nadie que conozcas. Y tú... ¿Estás casado todavía?

–Con Brenda ya no. ¡No te imaginas lo posesiva que era! Me he casado con una conocida modelo el mes pasado, ¿No te has enterado?

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