lunes, 4 de diciembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 56

Hizo un último esfuerzo por llegar a ella, y dijo con desesperación:

–Hasta que no te olvides de Pablo, no podrás casarte con nadie. Ni vivir con nadie. ¿Por qué no vas a verlo?

–¿Y por qué voy a hacerlo? No te amo, ¡Por el amor de Dios!¡ Métetelo en la cabeza!

Era su corazón el que no podía creerlo, pensó Pedro con pena.

–¿Y qué pasa con el niño, con nuestro niño?

–¡No intentarás quitármelo! –dijo ella con los ojos bien grandes.

 –Si me crees capaz de hacer eso, realmente no hay posibilidad de nada... ¡Me voy! ¡No aguanto más todo esto!

Era lo que ella quería. Paula lo miró abandonar la habitación,agonizante. Se sintió terriblemente culpable, e infeliz. Pero no la hizo cambiar de parecer. Se quedó donde estaba. Se oían los ruidos de Pedro haciendo las maletas. No había necesidad de decir adiós. A los pocos minutos bajó con su bolso y dijo:

–No seguiré en Halifax. Deja un mensaje en el contestador de Toronto cuando nazca el niño.

Paula trató de decir algo, pero no pudo. Él la saludó con la cabeza y se fue. Paula se hundió en la silla más cercana con la cara entre las manos. Él se había ido. Estaba sola. Y ella lo había querido así. Pedro no volvería. Estaba segura de eso. Había conseguido su objetivo de apartarlo.

Una semana después, el. Teléfono de la casa de Paula  sonó. Ella temió que fuese Pedro, como tantas veces, pero no era él.

–¿Paula? Soy Ana Martínez. ¿Cómo estás, querida?

–Muy bien, gracias –contestó ella– ¿Y usted?

–Nunca me ha gustado el mes de diciembre. Pero salvo eso, estoy bien de salud. Paula,  Francisco ha hecho un trabajo excelente en el mantenimiento del jardín, pero hay algo que siento que merece atención, y me preguntaba si podrías pasarte por aquí mañana por la tarde. ¿O pasado mañana, quizás?

–Mañana está bien.

–Digamos a las tres y media, por ejemplo. Así puedes tomar una taza de té conmigo.

Era un diciembre frío y ventoso, Paula se abrigó bien y fue a ver a la señora Martínez. Tal vez quisiera agregar más árboles que aguantaran bien todo el año. La puerta se abrió, y Ana la recibió en una habitación pequeña que Paula no conocía, donde había una chimenea encendida.

–Siéntate, querida. Ahora traigo el té –dijo Ana, y salió de la habitación.

A Paula  le gustaba curiosear las estanterías de libros de otra gente. Pero al hacerlo descubrió algunas fotos de Pedro, lo que la puso nerviosa. Él de pequeño con un perro. Pedro recibiendo un certificado de estudios en la universidad. Él vestido de novio, con una mujer joven de dulce rostro, colgada de su brazo, y mirándolo embelesada. Y luego la más temida: de padre, con una pequeña de... dos años quizás. Martina.

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