miércoles, 13 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 15

La respuesta de él fue girar en redondo y entrar en la tienda de bañadores;  a  Paula no  le  quedó  otra  opción  que  seguirlo.  Conducir  esa  conversación  en  la  villa,  donde  cualquiera  podría  oírlos,  no  representaba una posibilidad. La  esperaba  en  el  centro  de  la  tienda  con  los  brazos  cruzados.  Una  dependienta  a  su  lado  sonreía  derretida,  y  otra,  ante  la  caja,  sonreía de igual manera desde cierta distancia. Al verla entrar, realizó un  movimiento  seco  con  la  cabeza  y  sólo  tuvo  que  mirar  en  la  dirección de la dependienta para que ésta entrara en acción. Ella jamás  había  recibido  un  servicio  tan  sofocantemente  servicial.

-No quiero un bañador.

 La  vendedora  sonrió  como  alguien  que  no  termina  de  entender  algo  y  Pedro se  lanzó  a  hablar  rápidamente  en  griego,  y  el  resultado  fue  que  media  hora  más  tarde  salían  del  local  con  un  biquini  negro  que Paula llevaba a regañadientes debajo de la ropa. Condujeron  a  la  playa  en  silencio,  roto  sólo  cuando  Theo  le  informó  de  que  había  toallas  en  el  maletero  del  coche,  al  igual  que  una  cesta  que  el  ama  de  llaves  había  preparado  casi  en  un  abrir  y  cerrar de ojos. Finalmente,  Pedro le  indicó  que  habían  llegado  a  una  de  las  playas más populares. Una  vez  que  él  había  dejado  claro  cuáles  eran  sus  intenciones,  Paula quería  que  la  conversación  se  acabara  de  una  vez  por  todas,  aunque no veía una salida. La teoría  de Federico de   mostrarse  agradable   no   había   funcionado.  Quizá  su  hermano  tenía  razón,  tal  vez  Federico era  básicamente una persona tan confiada, que no podía entender cómo ser  amable  con  Pedro pudiera  representar  una  pérdida  de  tiempo  y  energía. Él llevó la cesta a la playa y logró encontrar un rincón bastante aislado. Paula lo siguió, admirando a su pesar la famosa arena negra, que  en  realidad  no  era  negra,  y  las  aguas  tranquilas  y  claras  que  seguro estarían heladas.

-No hay necesidad de mostrarte tan deprimida -comentó él una vez que extendió las toallas, del tamaño de sábanas dobles.

 Se  quitó  la  camisa  y  ella  pudo  ver  que  los  bermudas  eran  de  cintura baja, dejando al descubierto los músculos lisos del estómago trabajado.

-No estoy deprimida -espetó-. Estoy indignada de que me hayas traído  aquí  como  rehén  para  que  no  me  quede  otra  elección  que  escuchar cómo me sueltas cosas que no son verdad. Estoy enfadada porque  tratas  a  Fede como  a  un  idiota  al  que  hay  que  supervisar  incluso cuando se trata de su vida amorosa. ¡No sé qué crees que vas a conseguir! ¿Planeas atacarme implacablemente porque piensas que me voy a derrumbar? ¡Eres arrogante y desdeñoso y, con franqueza, no mereces tener un hermano como Fede, que te tiene en tan alta estima!

Los  labios  de  Pedro se  estrecharon  hasta  formar  una  línea  fina.  «Taimada  cazafortunas»,  pensó.  Esa  representación  de  inocencia  había  cautivado  a  su  hermano  y  tuvo  que  reconocer  que  había  algo  en  ella  que  la  hacía  parecer  transparentemente  vulnerable...  Dios,  había   despertado   curiosidad   incluso   en   él.   Pero  la  máscara   comenzaba a caérsele. En ese momento escupía fuego. Soslayó el exabrupto y se estiró en la toalla, apoyando la cabeza en las toallas pequeñas que había llevado para ese propósito.

 -¿Y bien? -demandó Paula. ¿No vas a empezar?

 -Siéntate y deja de exagerar.

-¡Exagerar!

 -Típico comportamiento femenino histérico -inclinó la cabeza y la miró  con  los  ojos  entrecerrados  por  el  sol.  Estuvo  seguro  de  que  si  hubiera  tenido  a  mano  un  cubo  con  agua  helada,  él  habría  sido  el  destinatario.

-¡Típico comportamiento femenino histérico!

-Esta  conversación  no  va  a  llegar  muy  lejos  si  repites  todo  lo  que digo, ¿No? ¡Y ahora, siéntate!

-¡Puede  que  pienses  que  el  mundo  te  pertenece,  Pedro Alfonso,  pero a mí no puedes decirme lo que debo hacer!

-No,  pero  puedo  señalar  que  estar  de  pie  con  este  calor  va  a  resultar bastante agotador en un minuto y que no tienes adonde ir.  Las llaves del coche están en mi poder, aunque tampoco tendrías idea de  cómo  regresar  a  la  villa,  e  ir  a  otro  punto  de  la  playa  sólo  conseguirá que te achicharraras. Ésta debe de ser la única zona con algo de sombra no ocupada por otras personas.

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