La respuesta de él fue girar en redondo y entrar en la tienda de bañadores; a Paula no le quedó otra opción que seguirlo. Conducir esa conversación en la villa, donde cualquiera podría oírlos, no representaba una posibilidad. La esperaba en el centro de la tienda con los brazos cruzados. Una dependienta a su lado sonreía derretida, y otra, ante la caja, sonreía de igual manera desde cierta distancia. Al verla entrar, realizó un movimiento seco con la cabeza y sólo tuvo que mirar en la dirección de la dependienta para que ésta entrara en acción. Ella jamás había recibido un servicio tan sofocantemente servicial.
-No quiero un bañador.
La vendedora sonrió como alguien que no termina de entender algo y Pedro se lanzó a hablar rápidamente en griego, y el resultado fue que media hora más tarde salían del local con un biquini negro que Paula llevaba a regañadientes debajo de la ropa. Condujeron a la playa en silencio, roto sólo cuando Theo le informó de que había toallas en el maletero del coche, al igual que una cesta que el ama de llaves había preparado casi en un abrir y cerrar de ojos. Finalmente, Pedro le indicó que habían llegado a una de las playas más populares. Una vez que él había dejado claro cuáles eran sus intenciones, Paula quería que la conversación se acabara de una vez por todas, aunque no veía una salida. La teoría de Federico de mostrarse agradable no había funcionado. Quizá su hermano tenía razón, tal vez Federico era básicamente una persona tan confiada, que no podía entender cómo ser amable con Pedro pudiera representar una pérdida de tiempo y energía. Él llevó la cesta a la playa y logró encontrar un rincón bastante aislado. Paula lo siguió, admirando a su pesar la famosa arena negra, que en realidad no era negra, y las aguas tranquilas y claras que seguro estarían heladas.
-No hay necesidad de mostrarte tan deprimida -comentó él una vez que extendió las toallas, del tamaño de sábanas dobles.
Se quitó la camisa y ella pudo ver que los bermudas eran de cintura baja, dejando al descubierto los músculos lisos del estómago trabajado.
-No estoy deprimida -espetó-. Estoy indignada de que me hayas traído aquí como rehén para que no me quede otra elección que escuchar cómo me sueltas cosas que no son verdad. Estoy enfadada porque tratas a Fede como a un idiota al que hay que supervisar incluso cuando se trata de su vida amorosa. ¡No sé qué crees que vas a conseguir! ¿Planeas atacarme implacablemente porque piensas que me voy a derrumbar? ¡Eres arrogante y desdeñoso y, con franqueza, no mereces tener un hermano como Fede, que te tiene en tan alta estima!
Los labios de Pedro se estrecharon hasta formar una línea fina. «Taimada cazafortunas», pensó. Esa representación de inocencia había cautivado a su hermano y tuvo que reconocer que había algo en ella que la hacía parecer transparentemente vulnerable... Dios, había despertado curiosidad incluso en él. Pero la máscara comenzaba a caérsele. En ese momento escupía fuego. Soslayó el exabrupto y se estiró en la toalla, apoyando la cabeza en las toallas pequeñas que había llevado para ese propósito.
-¿Y bien? -demandó Paula. ¿No vas a empezar?
-Siéntate y deja de exagerar.
-¡Exagerar!
-Típico comportamiento femenino histérico -inclinó la cabeza y la miró con los ojos entrecerrados por el sol. Estuvo seguro de que si hubiera tenido a mano un cubo con agua helada, él habría sido el destinatario.
-¡Típico comportamiento femenino histérico!
-Esta conversación no va a llegar muy lejos si repites todo lo que digo, ¿No? ¡Y ahora, siéntate!
-¡Puede que pienses que el mundo te pertenece, Pedro Alfonso, pero a mí no puedes decirme lo que debo hacer!
-No, pero puedo señalar que estar de pie con este calor va a resultar bastante agotador en un minuto y que no tienes adonde ir. Las llaves del coche están en mi poder, aunque tampoco tendrías idea de cómo regresar a la villa, e ir a otro punto de la playa sólo conseguirá que te achicharraras. Ésta debe de ser la única zona con algo de sombra no ocupada por otras personas.
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