viernes, 8 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 3

«Apuesto  que  sí»,  pensó.  Pero  ese  aturdimiento  le  duraría  el  tiempo  que  tardara  en  sumar  los  millones  que  se  asomaban  por  el  horizonte.  Pero  se  reservó  sus  pensamientos  para  no  darle  pie  a  su  madre de tacharlo otra vez de cínico.

-¿Dónde están? -preguntó como al descuido.

-Bajarán en un rato -repuso Ana-. Y, Pepe... sé bueno.

-Mamá, siempre soy bueno -la miró y sonrió cuando ella movió la cabeza y suspiró.

-Fede ama a esa mujer. Puedo verlo. No estropees nada...

-Lo tendré en cuenta   -repuso, y  antes de que pudiera arrinconarlo con promesas que no tenía intención de cumplir, se alejó con ella para que pudieran mezclarse con los invitados.

Tenía  la  mente  centrada  a  medias  en  la  conversación  que  mantenía cuando los vió llegar. En cuanto ella vió la escena, extendió la mano hacia el brazo de Federico en un gesto de reafirmación. Pedro la observó alzar la cara y decirle algo a su hermano, quien le sonrió, evidentemente instándola a no sentirse intimidada. «Una  charada  encantadora»,  pensó.  ¿Sería  en  beneficio  de  su  hermano o para los allí presentes, quienes en ese momento miraban con interés en la dirección de la pareja? Iba vestida para impresionar a los invitados con su inocencia. El vestido claro era una manifestación de recato. El escote era redondo y  estaba  abotonado  hasta  arriba,  y  aunque  el  cuerpo  era  ceñido,  desde la cintura descendía con amplitud hasta las rodillas. Era de un rosado  muy  ligero,  un  color  asociado  con  los  niños.  Ahí  estaba,  titubeante  y  nerviosa.  Llevaba  el  pelo  rubio  en  una  trenza  que  le  dejaba expuesto el cuello suave y vulnerable. De hecho, Theo pensó que parecía vulnerable. Apretó los dientes con impaciencia y fue hacia ellos, alterando la expresión a medida que se acercaba y realizaba los movimientos  sinceros  de  saludar  a  su  hermano  antes  de  volverse  hacia ella.

-Mi  novia  -presentó  Federico con  una  sonrisa-.  Paula.  Aunque  supongo  que  ya  lo  sabrás  -se  volvió  hacia  ella-.  En  esta  familia,  las  noticias viajan a la velocidad del sonido.

Paula sonrió  y  trató  de  soslayar  la  presencia  del  hombre  de  pie  junto  a  Federico.  Le  había  hablado  mucho  de  su  hermano  Pedro,  a  quien  evidentemente  admiraba,  y  en  su  mente  se  había  fabricado  la  imagen  de  alguien  no  muy  distinto  de  Federico.  Gentil,  considerado,  con  el  mismo  humor  burlón  que  la  había  atraído  hacia  él  de  inmediato. No podría haber estado más lejos de la realidad. Ese  hombre  no  tenía  nada  de  gentil,  a  pesar  de  que  charlaba  con soltura y facilidad con ellos. Hasta en el atractivo, de algún modo había logrado llevar al límite la apostura morena de Federico. Lucía el pelo negro más largo que su hermano y sus ojos eran como pedernal.  También las  facciones    eran más duras  y  estaban  más  implacablemente definidas.  Todo  conformaba   un   envoltorio   que   intimidaba,  que  le  provocaba  leves  escalofríos  de  temor  por  la  espalda, aunque desconocía por qué debía sentir miedo. En ese momento hablaba con ella, le preguntaba algo acerca del clima  en  Brighton,  una  pregunta  perfectamente  inofensiva,  pero  cuando  lo  miró,  experimentó  la  inquietante  impresión  de  que  algo  oscuro y amenazador se agitaba debajo de la superficie. Se  acercó  a  Federico y  supo  que  Pedro había  notado  el  leve  cambio   de   postura,   aunque   mantuvo   el   rostro   educadamente   impasible. El  hombre  destilaba  poder  y  amenaza.  Se  oyó  tartamudear  alguna  tontería  acerca  del  invierno  en  la  costa,  seguido  de  otro  comentario  tópico  sobre  el  tiempo  hermoso  que  hacía  allí.  En  mitad  de  la  torturada  respuesta,  Federico se  separó  de  ella  para  poder  ir  a  ver a su madre y traer dos copas, dejándola indecisa y sumida en un súbito e inexplicable miedo.

-No  puedes  tener  tanto  calor  -comentó  él,  cambiando  también  de  postura,  aunque  para  bloquearla  de  los  invitados  que  tenía  a  la  espalda.  Sabía  que  en  un  minuto  su  madre  caería  sobre  ellos  y  no  quería perder el tiempo-. Estás temblando.

 -Oh,  sólo  estoy...  un  poco  nerviosa,  supongo  -apartó  la  vista-.  Toda esta gente...

 -No  puedes  estar  nerviosa  por  mezclarte  con  nuestra  familia.  Conforma  un  grupo  perfectamente  corriente  -no  sonrió  al  decir  eso.  No dejaba de mirarla-. Aunque puedo entender que abordar a Federico solo puede ser algo diferente de tratar con... el resto de nosotros.

-¿Qué quieres decir con abordar"? -preguntó de inmediato.

-¿Por  qué  no  vienes  a  conocer  al  resto  del  clan?  -apoyó  una  mano en su brazo para conducirla en la dirección de los diversos invitados y notó el impulso instintivo de ella de apartarse.

 «No  es»,  pensó  lúgubremente,  «la  señal  de  alguien  locamente  enamorada de su hermano y sin nada que ocultar». Con fácil aplomo la  dirigió  hacia  su  madre,  tomándose  tiempo  para  observar  la  reacción  de  ella,  y  siguió  observándola  el  resto  de  la  velada.  Su  hermano  se  mostró  tan  solícito  como  había  esperado,  y  lejos  de  él,  ella precía relajarse.

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