«Apuesto que sí», pensó. Pero ese aturdimiento le duraría el tiempo que tardara en sumar los millones que se asomaban por el horizonte. Pero se reservó sus pensamientos para no darle pie a su madre de tacharlo otra vez de cínico.
-¿Dónde están? -preguntó como al descuido.
-Bajarán en un rato -repuso Ana-. Y, Pepe... sé bueno.
-Mamá, siempre soy bueno -la miró y sonrió cuando ella movió la cabeza y suspiró.
-Fede ama a esa mujer. Puedo verlo. No estropees nada...
-Lo tendré en cuenta -repuso, y antes de que pudiera arrinconarlo con promesas que no tenía intención de cumplir, se alejó con ella para que pudieran mezclarse con los invitados.
Tenía la mente centrada a medias en la conversación que mantenía cuando los vió llegar. En cuanto ella vió la escena, extendió la mano hacia el brazo de Federico en un gesto de reafirmación. Pedro la observó alzar la cara y decirle algo a su hermano, quien le sonrió, evidentemente instándola a no sentirse intimidada. «Una charada encantadora», pensó. ¿Sería en beneficio de su hermano o para los allí presentes, quienes en ese momento miraban con interés en la dirección de la pareja? Iba vestida para impresionar a los invitados con su inocencia. El vestido claro era una manifestación de recato. El escote era redondo y estaba abotonado hasta arriba, y aunque el cuerpo era ceñido, desde la cintura descendía con amplitud hasta las rodillas. Era de un rosado muy ligero, un color asociado con los niños. Ahí estaba, titubeante y nerviosa. Llevaba el pelo rubio en una trenza que le dejaba expuesto el cuello suave y vulnerable. De hecho, Theo pensó que parecía vulnerable. Apretó los dientes con impaciencia y fue hacia ellos, alterando la expresión a medida que se acercaba y realizaba los movimientos sinceros de saludar a su hermano antes de volverse hacia ella.
-Mi novia -presentó Federico con una sonrisa-. Paula. Aunque supongo que ya lo sabrás -se volvió hacia ella-. En esta familia, las noticias viajan a la velocidad del sonido.
Paula sonrió y trató de soslayar la presencia del hombre de pie junto a Federico. Le había hablado mucho de su hermano Pedro, a quien evidentemente admiraba, y en su mente se había fabricado la imagen de alguien no muy distinto de Federico. Gentil, considerado, con el mismo humor burlón que la había atraído hacia él de inmediato. No podría haber estado más lejos de la realidad. Ese hombre no tenía nada de gentil, a pesar de que charlaba con soltura y facilidad con ellos. Hasta en el atractivo, de algún modo había logrado llevar al límite la apostura morena de Federico. Lucía el pelo negro más largo que su hermano y sus ojos eran como pedernal. También las facciones eran más duras y estaban más implacablemente definidas. Todo conformaba un envoltorio que intimidaba, que le provocaba leves escalofríos de temor por la espalda, aunque desconocía por qué debía sentir miedo. En ese momento hablaba con ella, le preguntaba algo acerca del clima en Brighton, una pregunta perfectamente inofensiva, pero cuando lo miró, experimentó la inquietante impresión de que algo oscuro y amenazador se agitaba debajo de la superficie. Se acercó a Federico y supo que Pedro había notado el leve cambio de postura, aunque mantuvo el rostro educadamente impasible. El hombre destilaba poder y amenaza. Se oyó tartamudear alguna tontería acerca del invierno en la costa, seguido de otro comentario tópico sobre el tiempo hermoso que hacía allí. En mitad de la torturada respuesta, Federico se separó de ella para poder ir a ver a su madre y traer dos copas, dejándola indecisa y sumida en un súbito e inexplicable miedo.
-No puedes tener tanto calor -comentó él, cambiando también de postura, aunque para bloquearla de los invitados que tenía a la espalda. Sabía que en un minuto su madre caería sobre ellos y no quería perder el tiempo-. Estás temblando.
-Oh, sólo estoy... un poco nerviosa, supongo -apartó la vista-. Toda esta gente...
-No puedes estar nerviosa por mezclarte con nuestra familia. Conforma un grupo perfectamente corriente -no sonrió al decir eso. No dejaba de mirarla-. Aunque puedo entender que abordar a Federico solo puede ser algo diferente de tratar con... el resto de nosotros.
-¿Qué quieres decir con abordar"? -preguntó de inmediato.
-¿Por qué no vienes a conocer al resto del clan? -apoyó una mano en su brazo para conducirla en la dirección de los diversos invitados y notó el impulso instintivo de ella de apartarse.
«No es», pensó lúgubremente, «la señal de alguien locamente enamorada de su hermano y sin nada que ocultar». Con fácil aplomo la dirigió hacia su madre, tomándose tiempo para observar la reacción de ella, y siguió observándola el resto de la velada. Su hermano se mostró tan solícito como había esperado, y lejos de él, ella precía relajarse.
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