viernes, 8 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 1

Desde la amplia terraza de su dormitorio, Pedro Alfonso disponía de  una  vista  clara  y  despejada  del  sendero  que  conducía  hasta  la  fabulosa villa de su padre. Eran las seis y media de la tarde y el calor feroz del día empezaba a dar paso a algo más aceptable. A pesar de ello, aún hacía demasiado calor para algo que no fueran unos chinos ligeros y una camisa de manga corta. En una mano sostenía un whisky con hielo, del que había estado bebiendo  durante  la  última  media  hora,  satisfecho  de  permanecer  sentado en la mecedora mullida y contemplar el paisaje magnífico. A la derecha, había una asombrosa piscina infinita que daba al famoso volcán  Santorini.  Unos  jardines  cuidados  circundaban  la  piscina  y  se  dirigían hacia el sendero de coches, con un impresionante diseño que daba la ilusión de que caía en picado por el borde del volcán muerto. Había  olvidado  lo  tranquilo  y  sedante  que  era  el  lugar,  aunque  rara vez visitaba la villa. Sencillamente, no tenía tiempo. Vivía entre Londres,  Atenas  y  Nueva  York,  controlando el vasto  imperio  naviero  que había fundado su bisabuelo y que en ese momento era su legado. Sin  embargo,  cumplir  ochenta  años  no  era  algo  cotidiano,  y  el  cumpleaños del abuelo, a celebrarse en la misma isla en la que había conocido  a  su  mujer,  era  el  equivalente  de  una  convocatoria  real.  Casi toda la familia que vivía en la Grecia continental estaría presente para  la  fiesta.  Otros,  procedentes  de  tan  lejos  como  Canadá,  se  quedarían a pasar el fin de semana en la villa o con otros miembros de la familia en diversas partes de Grecia. Muchos no se veían desde hacía bastante tiempo. Pedro planeaba  quedarse  sólo  tres  días,  tiempo  suficiente  para  presentarle sus respetos al abuelo y brindar por la buena salud de la que disfrutaba antes de retomar su intensa vida laboral en Londres. Un taxi se había detenido en el sendero y con ojos entrecerrados vio  cómo  bajaba  Federico,  su  hermano,  seguido  de  la  persona  que  lo  acompañaba. De  modo  que  al  fin  iba  a  ver  a  la  mujer  misteriosa  que  había  aparecido en la escena. Todos habían experimentado una especie de alivio,  principalmente  su  madre  y  su  abuelo.  Él  podía  estar  soltero,  pero  disfrutaba  de  forma  ostensible  de  la  compañía  de  mujeres.  También  era  un  realista  y  comprendía  plenamente  las  ventajas  de  casarse  con  la  mujer  adecuada  con  los  contactos  adecuados.  Con  cuarenta  años,  estaría  casado,  y  así  se  lo  había  expuesto  en  una  ocasión  a  los  dos.  Mientras  tanto,  no  debían  interferir  con  su  vida  personal.

Federico siempre  había  sido  distinto.  Cinco  años  menor  que  él,  había  sido  un  niño  frágil,  propenso  a largos periodos de mala salud. Así  como  a  él  lo  habían  enviado  a  un  internado  en  Inglaterra  desde  los  trece  años,  algo  que  lo  había  ayudado  a  desarrollar  la  marcada  independencia  que  se  había  convertido  en  la  piedra  angular  de  su  formidable  personalidad,  a  Federico lo  habían  dejado  en  casa.  Ana Alfonso no  había  sido  capaz  de  separarse  de  ese  hijo  delicado  y  sensible.  Siempre  le  había  preocupado  y  aún  lo  hacía.  El  hecho  de  que nunca hubiera llevado a casa a una chica había sido un elemento más  de  dicha  preocupación.  Sabía  que  era  tímido,  y  los  hombres  tímidos  podían  convertirse  en  solteros  solitarios,  y  eso,  para  ella,  habría sido algo peor que la muerte. La  súbita  aparición  de  una  novia,  había  provocado  lágrimas  de  júbilo en los ojos de Lina. Theo, al recibir la noticia por teléfono, se había mostrado menos encantado. Las  cosas  no  encajaban  y  sabía,  como  agudo  negociante  que  era, que si algo no encajaba, lo más probable era que estuviera mal. ¿Cómo  era  posible  que  el  nombre  de  Paula Chaves jamás  hubiera cruzado los labios de su hermano? De haber sido una pareja, en alguna de las muchas llamadas que le hacía a su madre la habría mencionado.  De  hecho,  el  nombre de  esa  joven  sólo  había  surgido  hacía  dos  semanas,  cuando  de  forma  sorprendente  había  anunciado  que  estaba  prometido  con  una  inglesa  a  la  que  llevaría  a  la  celebración del cumpleaños del abuelo en Santorini. Con tacto, él se había abstenido de exponer sus sospechas ante su   madre.   Pensaba emplear la estancia en la villa de   forma   constructiva. Observaría, interrogaría y determinaría si esa joven iba, tal como sospechaba, tras el dinero de su hermano. El hecho de que Federico  viviera  en  Brighton  y  dirigiera  un  par  de  restaurantes  y  un  club nocturno, no significaba que la fabulosa fortuna Alfonso no llegara hasta  él.  De hecho,  era  propietario  de  una  importante  cartera  de  valiosas  acciones  en  la  compañía  y  el  fideicomiso  al  que a  veces  recurría  se  hallaba  muy  alejado  de los sueños más descabellados de la mayoría de la gente. Llevaba un estilo de vida bastante modesto, y a primera vista podía dar la impresión de tratarse de un prometedor y joven hombre de negocios. Eso no era más que el modo modesto que tenía su hermano de disociarse de la fortuna familiar. Además, haría cualquier cosa al alcance de su mano para evitar que se aprovecharan de su hermano. Aunque se preocupaba de Federico menos que su madre, seguía siendo muy protector con él. Su hermano  confiaba  en  la  gente,  algo  que  para  Pedro representaba  un  inconveniente muy serio en la vida. Confiar significaba ser vulnerable.

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