miércoles, 27 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 39

-Es lamentable, lo admito.

-¿Y eso es todo lo que tienes que decir al respecto? -fomentó un poco de ira sana porque él comenzaba a inclinarse sobre ella, con las manos apoyadas a los lados de su cuerpo tendido, que temblaba con vergonzosa percepción-. Eres el más desagradable...

 -Lo  sé.  Creo que  ya  me  has  dicho  eso.  Pero  aun  así,  te  hago  sentir cosas que mi hermano nunca te ha hecho vivir ni nunca podrá. Reconócelo. No sé si habrías seguido adelante con una boda si yo no hubiera aparecido, pero aparecí y creo que los dos sabemos que te he hecho un favor.

 -¿Cómo puedes estar ahí sentado justificando con tanta calma tu conducta?

 -Todo es en  nombre de la verdad   -respondió-.   Y  soy  lo  suficientemente honesto como para reconocer cuando he cometido un error.  Por  supuesto,  tú  ibas  a  casarte  con  Federico por  los  motivos  erróneos, pero la intención no era tan evidente como en un principio pensé.  Eres  una  madre  soltera  con  una  profunda  desconfianza  hacia  el  sexo  opuesto.  Fede representaba  al  protector  y  el  refugio  seguros. Ninguna emoción poderosa, pero tampoco nada de química. Habrían sido una pareja destinada al fracaso.

Paula observaba  el  rostro  oscuro  y  diabólicamente  sexy  con  renuente fascinación.

-No necesito emociones poderosas -se oyó decir-. Las tuve y no me aportaron nada bueno.

-El  hombre  equivocado  -murmuró  Pedro.  A la  luz  tenue,  la  irregular  subida  y  bajada  de  los  pechos  de  ella  resultaba   hipnotizadora. La visión que había estado acosándolo semanas surgió en  su  mente  con  perturbadora  claridad,  el  recuerdo  de  esos  pechos,  la  sensación  de  tenerlos  bajo  las  manos,  el  sabor  en  su  boca.  Debía  salir de esa habitación o terminaría por comportarse como un triste y necio  bruto,  feliz  de  aprovecharse  de  una  mujer  que  literalmente  no  podía huir de él. Se echó para atrás y se levantó, girando con rapidez para  ocultar  el  bulto  sobresaliente  de  su  erección-.  Necesitaré  una  sábana  -anunció  con  brusquedad,  sólo  girando  la  cara  para  mirarla  hasta no estar seguro de haber recuperado el control de su cuerpo-. Puedo  dormir  en  el  sofá  del  salón.  Si  dejas  la  puerta  del  dormitorio  abierta, podré oírte en caso de que necesites algo.

 -No hay necesidad...

 -Existe toda la necesidad -cortó con voz dura-. Es culpa mía que te cayeras y es responsabilidad mía cerciorarme de que no te causas más daño.

-¿Por qué  es  culpa  tuya?  -tuvo  visiones  de  él  subiendo  a  hurtadillas  las  escaleras  por  la  noche  para  comprobar  su  estado,  viéndola en toda su dormida vulnerabilidad...

-Si no hubieras estado huyendo de mí, jamás habrías tropezado con  ese  escalón.  Si  te  hubieras  hecho  más  daño,  cargaría  con  ese  peso toda mi vida. Facilitaba las cosas pensar que sus motivos eran egoístas. Pudo respirar  con  alivio,  porque  encajaba  en  la  categoría  en  la  que  desesperadamente quería meterlo. -Y no podemos permitir eso, ¿Verdad? -indicó con frío sarcasmo-.  Hay  sábanas  en  la  cómoda  del  rellano,  y  también  un  par  de  almohadas  extra.  Siempre  las  tengo  preparadas  por  si  se  queda  a  dormir un amigo de Joaquín.

 -De acuerdo. ¿Y su colegio está...?

-Puedo  hacer  que  vaya  acompañado  de  una  dle  las  otras  madres.

 -Lo llevaré yo.

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