viernes, 15 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 20

-Pero  otros  atractivos  que  distaban  mucho  de  tener  tamaño  de  guisante -aseveró Pedro.

 -Quizá  deberías  ir  a  conocer  a  Brenda -indicó  Paula con  cara  seria-.  No  querríamos  interponernos  en  tu  camino  hacia  una  posible  pareja, ¿Verdad, Fede?

Pedro titubeó.   En  circunstancias  normales,   habría  estado  encantado de conocer a la chica, pero cuando miró al ángel rubio que le devolvía la mirada con inocencia, sintió una descabellada renuencia a marcharse. ¿Es que no recordaba que ese supuesto ángel estaba prometido con su hermano? Hasta compartían  la  misma  habitación,  ¡La  misma  cama!  Debía estar  perdiendo  el  juicio...  pensando  en  la  novia  de  su  hermano...  preguntándose...

Brenda Papaeliou  era  todo  lo  que  recetaba  el  doctor.  Era  vivaz,  deslumbrante  e  inteligente.  Y  muy,  muy  directa.  Trabajaba  para  la  empresa de su padre y jamás había alimentado la ambición de hacer otra cosa. «Altamente recomendable», pensó Pedro mientras buscaba y  encontraba  con  la  mirada  a  Paula,  quien  otra  vez  había  sido  abandonada  por  Federico,  aunque  no  parecía  irle  mal  entre  un  grupo  de  los  hombres  más  jóvenes.  Dios,  no  sólo  tenía  que  cuidar  de  su  hermano,  sino  también  darle  algunos  consejos  sobre  cómo  llevar  a  esa mujer. Cuando  se  anunció  a  la  multitud  variada  que  la  cena  estaba  servida,  él  escuchaba  cómo  su  acompañante  extendía  las  alas  y  le  hablaba  de  sus  aficiones.  Le  gustaba  la  equitación,  y  pensaba  en  seguir  un  curso  de  arte  para  poder  pintar  cuando  se  retirara  del  trabajo activo para casarse y tener hijos. En ese punto, llegó a la conclusión de que la conversación se  tornaba  un  poco  peligrosa  para  su  gusto.  No  había  mentido  al  decirle  a  su  madre  que  seguiría  el  camino  esperado  al  cumplir  los  cuarenta.   Era   una   buena   edad  para  casarse  y  asumir   las   responsabilidades  de  tener  una  familia.  Con  una  buena  chica  griega,  parecida a la encantadora joven cuya tarjeta encontró junto a él a la mesa. Se  había  contratado  un  servicio  profesional  de  catering  para  ocuparse   del   banquete,   que   era   una  cena   formal.   Se  habían  distribuido  varias  mesas  en  el  jardín  abierto  para  acomodar  a  los  ochenta  y  tantos  invitados,  y  tuvo  que  reconocer  que  la  comida  era  magnífica. También servida con la eficacia de pagar lo mejor para que ofreciera lo mejor. Aunque costaba decidir si la multitud disfrutaba de la excelente comida más que de los magníficos vinos servidos. Desde luego, en el transcurso de la velada, el nivel de ruido había crecido en proporción al nivel de alcohol ingerido. Bebió lo suficiente para parecer sociable, y luego paró. Era divertido  ver  a  todo  el  mundo  perder  la  cabeza,  pero  él  no  tenía  intención de imitarlos. Sin  embargo,  ayudó  a  crear  una  atmósfera  asombrosa  cuando  poco  antes  de  la  medianoche,  su  abuelo  hizo  sonar  la  cucharilla  contra  su  copa  de  cristal  y  dió una  discurso  corto  pero  divertido  acerca  de  alcanzar  la  edad  de  ochenta  años.  Rindió  tributó  a  su  maravillosa  esposa  perdida  ya  y  con  elegancia  le  dió  las  gracias  a  todos por haber realizado el tremendo esfuerzo de presentarse en la isla para poder acompañarlo en la celebración de su cumpleaños. La ronda de aplausos fue apasionada. Varias personas ofrecieron discursos,  para  alegría  de  los  invitados.  Cuando  el  ruido  se  apagó,  Federico,  que  siempre  había  sido  el  favorito  de  su  abuelo,  se  esforzó  por  ofrecer  unas  palabras  sobrias  y  casi  tuvo  éxito,  salvo  por  el  sonoro hipo final. Eso también fue recibido con vítores.

-Después  de  todo  esto  -comenzó  Pedro,  poniéndose  de  pie  y  alzando  su  copa  en  un  último  brindis  por  el  hombre  que  había  afectado  todas  sus  vidas  de  un  modo  u  otro-,  mis  breves  palabras  sólo pueden llegar como un jarro de agua fría... Lejos de ello.

Paula había  bebido  más  de  lo  que  acostumbraba,  pero  aún  era  consciente  de  lo  intenso  y  conmovedor  que  fue  el  breve  discurso  de  Pedro.  Y  al  final,  cuando  todos  los  que  aún  podían  ponerse  de  pie  lo  hicieron para unirse al brindis, ella los imitó. Durante un segundo, sus ojos se encontraron y experimentó algo raro en su interior. Sin saber de dónde podía proceder, lo achacó a la influencia del champán. Había bebido bastantes copas de la bebida espumosa antes de  la  comida,  para  luego  reemplazarlo  por  vino.  Constantemente  le  habían llenado la copa. Acabados  los  brindis,  la  gente  comenzó  a  separarse,  algunos  yendo  a abrazar  al  anciano  antes  de  retirarse,  otros  dirigiéndose  hacia el jardín. Por unos altavoces ocultos sonaba música de Nat King Cole. Paula arrinconó  a  Federico y  le  susurró  si  no  sería  mejor  que  también ellos se retiraran.

-La  noche  aún  es  joven  -le  sonrió  y  la  abrazó-.  Cariño,  has  estado brillante. Estás preciosa y has cautivado a todo el mundo.

-Se nota que te cuesta hablar -comentó Paula con irritación.

Con el rabillo del ojo, vió que Pedro se alejaba con la morena del brazo.

 -¿Te gustó mi discurso?

 -Fue maravilloso.

-Bailemos  y  luego,  si  estás  cansada,  puedes  ir  a  acostarte.  Yo voy a quedarme hasta que amanezca.

Le pareció bastante razonable. Se unieron a los demás en la otra zona amplia de jardín que se había convertido en una pista de baile al aire  libre.  Sus ojos otearon  la  oscuridad  y  se  posaron  en  Pedro,  que también bailaba con la morena bien pegada contra el cuerpo. El  corazón  le  dió  otro  vuelco,  algo  casi  tan  irritante  como  el  hecho de que no había sido capaz de no buscarlo. Se preguntó si se marcharían juntos. La idea hizo que se sintiera encendida y molesta. Permitió que Federico la tomara en brazos y apoyó la cabeza en su  hombro.  Era un bailarín  maravilloso.  Incluso  borracho,  sus  pies  parecían  programados  para  hacer  exactamente  lo  que  debían.  Paula se dejó llevar. Cerró los ojos y apenas fue consciente de una canción lenta tras otra.  En  mitad  de un  tema,   justo   cuando   sus   pensamientos  comenzaban  a  flotar  a la  deriva,  la  voz  de  Pedro la  devolvió  con  brusquedad al momento. Había estado tan lejos mentalmente, que en su confusión  tardó  unos  segundos  en  darse  cuenta  de  que  se  había  acercado para solicitar un baile con ella. Antes de que pudiera protestar, Federico se apartó con cortesía y la comodidad segura de sus brazos se vio reemplazada por un abrazo más duro e infinitamente más peligroso. Paula sintió que el cuerpo se le  tensaba  y  trató  de  imponer  unos  centímetros  de  espacio  entre  ellos, pero la lentitud de la música no la ayudó en las maniobras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario