viernes, 22 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 32

¿Se  habría  visto  Federico atraído  por  eso?  Escuchó  distraído  el  sonido de pisadas que se perdía escaleras arriba. ¿Habría encontrado su  hermano  a  ese  boceto  de  madre  e  hijo  demasiado  difícil  de  resistir? Si a la ecuación se añadía el hecho de que la madre en cuestión  tenía  el  rostro  de  un  ángel  y  un  cuerpo  que  le  negaba,  ¿Le  habría  sido  imposible  alejarse?  Algo  en  el  cuadro  no  encajaba,  pero  cuando  intentó  analizarlo,  descubrió  que  su  mente  se  desperdigaba.  Pensaba  en  la  expresión  de  ella  al  abrazar  a  su  hijo,  en  el  modo  en  que esos brazos esbeltos podían ser fuertes y dar apoyo, en los ojos que habían mostrado su orgullo como madre. Chasqueó la lengua con frustración y centró la mente otra vez en la tarea que lo ocupaba, que era averiguar si había roto el compromiso. Había  preparado  dos  tazas  de  café  cuando  Paula regresó  a  la  cocina.

-Sigues aquí -comentó, de pie en el umbral, los brazos cruzados.

-No  esperarías  que  me  marchara,  ¿Verdad?  Te  he  preparado  café. Con leche, sin azúcar. ¿Es así como lo tomas?

Paula no contestó. Se sentó en la silla frente a él, lo más alejada posible, y suspiró con gesto cansado.

-Ya no puedo pelear  más  contigo  -apoyó  el  mentón  en  las  manos y lo miró.

-Yo tampoco quiero pelear, pienses lo que pienses.

 -Lo sé -le dedicó una sonrisa débil-. Lo único que quieres es que me  largue  de  la  vida  de  tu  hermano,  para  no  poner  mis  pequeñas  y  codiciosas zarpas sobre sus millones.

Pedro se  acaloró.  Después  de  todo,  sólo  decía  lo  mismo  que  él  había estado pensando, pero de una manera que hacía que pareciera el villano y ella el cordero al que iba a sacrificar. Sin embargo, debía reconocer  que  sí  parecía  extenuada.  En  vez  de  lanzarse  a  otro  ataque, decidió que no haría ningún daño aflojar un poco el ritmo. Un negociador  inteligente  sabía  que  la  oportunidad  del  momento  lo  era  todo. Se reclinó.

 -Tienes un hijo guapo.

-¿No quieres decir un artículo guapo?

-Me disculpo por eso. Fue un simple error de locución.

-¿Sí? Bueno, de todos modos, no importa -bebió un sorbo de café, asombrosamente   rico.   O quizá  era  ella  la  que  estaba  asombrosamente  cansada  y  cualquier  cosa  caliente  le  sabía  bien.  La  luz  fluorescente  de  la  cocina  hacía  que  todo  resaltara,  y  en  ese  momento  no  lo  necesitaba.  Era  lo  bastante  perceptiva  sin  la  ayuda  adicional de esa luz brillante. Se levantó con la taza en la mano-. Me voy al salón. Me voy a beber este café y luego te vas a marchar -no le dió oportunidad de que respondiera.

Había  anochecido  y  cerró  las  cortinas,  luego  fue  al  sofá,  se  acurrucó en un extremo y observó con cautela cómo Pedro ocupaba el mullido sillón que había junto a la puerta.

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