lunes, 4 de diciembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 59

Paula pestañeó:

–Me gustaría mucho.

–Toma otro trozo de bizcocho. ¿Te sirvo más té?

Paula levantó la cabeza y dijo:

–Le seré sincera también. La idea de no ver más a Pedro me duele terriblemente. Pero todavía no sé cómo estar con él. No sé de qué otro modo expresarlo, aunque supongo que no tiene mucho sentido lo que digo...

–Para mí sí tiene sentido. Pero si Pepe te ama, te ama de verdad, no creo que tome en cuenta la racionalidad.

–No creo que yo aporte racionalidad –dijo Paula con una sonrisa pícara.

Ana se rió, y puso más leña en la chimenea.

–Me encanta esta habitación. Seguro que pasaré mucho tiempo aquí durante el invierno.

El tema de Pedro no se volvió a tocar. Y Paula se alegró, por una vez, de hablar del tiempo.

–Por favor, hazme saber si puedo ayudarte en algo, y ponme la primera de la lista para avisarle que ha nacido el bebé –dijo Ana al despedirse.

–Por supuesto. Y gracias Ana, no sabes cómo me molestó haberte engañado en el concierto...

–De nada –dijo Ana.

E inmediatamente vió  cómo Paula se alejaba en el coche. Luego entró en la casa, y buscó el teléfono de una amiga de Nueva York que siempre estaba al tanto de las novedades artísticas.


Paso otra semana. Paula estaba más pesada y lenta, y había dejado a Francisco que se encargara de la oficina. Había lavado la ropa de bebé que tenía, y arreglado la habitación del niño con ilusión. No había sabido nada de Pedro, y tampoco se había puesto en contacto con él, pero estaba presente en todos sus pensamientos. Y no había podido evitar hacerse una imagen de él con toda la información aportada por Ana. «Tendré el bebé primero, y luego pensaré qué haré con Pedro», pensó.

Sofía la había invitado a almorzar la semana siguiente, y le había aconsejado:

–No gastes en juguetes caros. No vale la pena –dijo Sofía, mientras escurría la pasta–. ¿Has visto el periódico? No iba a hablarte de esto hasta después que comiésemos... Pero... Mira la sección de espectáculos.

Paula abrió el periódico en la página de cines y conciertos. Había una foto en blanco y negro que ocupaba el centro de la página. Abrió la boca incrédula: Era Pablo. Pablo Dempsey iba a hacer una exposición de sus trabajos el sábado en un hotel de la ciudad. ‘El escultor, según ponía, iba a estar presente desde la una hasta las cinco de la tarde.

–Bueno, supongo que es buena época ésta, antes de Navidad, para una exposición –dijo ella.

–¿No vas a decir nada más? ¿Quieres que te acompañe?

–¡No voy a ir!

–¡Por supuesto que sí! ¡Me has dicho que Pedro te dijo que tenías que verlo!

–Gracias por advertírmelo, pero intentaré andar lo más lejos posible de ese hotel ese día.

–¡Paula, hay veces que me asombras! Pedro Alfonso es un hombre atractivo, sexy, y, cosa rara, un hombre bueno. Y con dinero, nada menos. ¿Qué más quieres? Pero vas a seguir con la historia de ese escultor el resto de tu vida, y vas a terminar siendo una vieja amargada, porque en el fondo estoy segura de que te das cuenta de lo que pasa perfectamente –Sofía hizo un gesto en el aire con los utensilios de la ensalada–. Te pasaré a buscar a la una y media el sábado. Y no discutas.

–¿Y qué pasa si cuando veo a Pablo me doy cuenta de que todavía lo amo?

–¡Es increíble! Pareces tan sensata, y dices unas cosas...

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