lunes, 29 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 36

—Entraré contigo.

Pedro apagó el motor de su Porsche y miró a Paula. Estaban estacionados delante de su casa. Ella sacudió la cabeza y abrió la puerta del coche. De pronto, había sentido que  se ahogaba allí dentro. Pedro estaba demasiado cerca.

—Gracias, pero no es necesario —dijo con voz insegura—. Ya has oído al agente Courtney. Dijo que pronto pondría vigilancia en mi casa.

—Pronto, pero no ahora.

—De acuerdo —dijo Paula, demasiado cansada para discutir.

Los ojos de Pedro se dilataron y casi sonrió.

—Sorprendido, ¿Eh?

Aquella vez, él sonrió realmente.

—¿De que no discutieras? Mucho.

El cambio que produjo la sonrisa en su rostro fue asombroso. Paula casi boqueó. Pero apartó el rostro a tiempo y salió rápidamente del coche. Los pensamientos de ella estaban en otras cosas mientras se adelantaba a la puerta y la abría. Así que, cuando vió el interior, su conmoción fue mayúscula.

—¡Oh, no! —gritó, y se quedó paralizada en el sitio.

—¡Qué diablos…! —Pedro no prosiguió.

La habitación estaba hecha un absoluto desastre. Los muebles de mimbre estaban destrozados, los cojines desgarrados y el relleno esparcido por toda la habitación. Había pintura negra salpicada por doquier. Habían sacado todas sus cintas de las fundas y estaban todas rotas y dobladas. Sus libros estaban fuera de las estanterías y también estaban destrozados.

—Ya no hay más que discutir —masculló Pedro salvajemente desde detrás de ella—. Te vienes al rancho conmigo.


Si Paula había albergado alguna ilusión de que tal vez no estuviera en peligro, ya no podía dudar más de cuál era su situación real mientras estaba de pie en la habitación de invitados del rancho de Pedro. Una leve lluvia de primavera caía suavemente en el exterior. El tiempo correspondía a su sombrío estado de ánimo. Sintiéndose débil otra vez, ella se dejó caer en el sillón más cercano y cerró los ojos, tratando de borrar las imágenes de devastación de lo que había sido su hogar. Sus esfuerzos fueron en vano. Las lágrimas se agolparon tras sus ojos, obligándola a abrirlos de nuevo. Estaba asustada, aterrada al pensar que los hombres que se habían llevado a Lucas no se detendrían hasta que la tuvieran a ella en sus garras. Pero lo que la asustaba igualmente, si no más, era que ahora estaba bajo el techo de Pedro.

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