miércoles, 10 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 3

Era un hecho conocido que Pedro estaba ansioso por que su único hijo se encargara de todos sus negocios para él poder retirarse a su rancho y dedicarse a sus caballos. Con el fin de que Lucas aprendiera el negocio de abajo arriba, le hacía cambiar continuamente de una empresa a otra, de un departamento a otro.

—No te preocupes, lo harás bien —le dijo Paula en voz baja.

En lugar de responder, Lucas se quedó mirando cómo el camarero servía el vino. Después de probarlo, murmuró:

—Mmm, perfecto.

Una vez el camarero hubo desaparecido de nuevo, Paula tomó su copa y se la llevó a los labios.

—Tienes razón. Está delicioso.

—¿Podrías acostumbrarte a esto? —le preguntó Lucas, tomando una de sus delgadas manos entre las suyas.

Paula bajó lentamente la copa hasta la mesa.

—¿Qué quieres decir? —su tono era titubeante.

—Ya sabes lo que quiero decir.

Paula sacudió la cabeza mientras retiraba cuidadosamente la mano.

—No, me temo que no.

—Vas a hacérmelo soltar con todas las palabras, ¿Eh?

—Supongo que sí —dijo Paula con ligereza.

Lucas se echó hacia atrás y la miró seriamente.

—Lo que estoy diciendo es que podrías… que podríamos cenar así todas las noches…

Paula se rió, interrumpiéndolo.

—Tal vez tú sí, pero yo no. Acuérdate de que tengo que trabajar para vivir.

—No tendrías si te casaras conmigo.

A Paula se le aflojó la mandíbula.

—¿Perdón?

—Ya has oído lo que he dicho.

—Estás… no puedes hablar en serio.

—Oh, vaya que sí. Nunca he hablado más en serio en la vida.

Paula soltó lo primero que le vino a la mente:

—Pero… pero si eres más joven que yo.

Lucas se rió.

—Tres años. Fíjate tú. Entonces, ¿Quieres casarte conmigo?

Paula sintió una opresión en el pecho. No debería haberse conmocionado tanto ante su impulsividad, pero lo estaba. Y halagada también. No cabía duda, Lucas Alfonso estaba considerado todo un partido. Lo tenía todo… buena presencia, dinero, prestigio y encanto. Sin embargo, no tenía la menor intención de caer víctima de aquel encanto, sobre todo en aquel momento, cuando su vida estaba plagada de promesas. Pero las cosas no habían sido siempre tan satisfactorias. Ni mucho menos. Después de haberse pagado los estudios trabajando, porque su padre viudo ganaba muy poco dinero con su trabajo en un pequeño pueblo al este de Tejas, había llegado a convencerse de que estaba destinada a grandes cosas. Hasta que se enteró, súbitamente, de que su padre tenía la enfermedad de Alzheimer. Inmediatamente, había pospuesto sus planes de vida, tomando el bienestar de Miguel Chaves como principal prioridad. Aunque los años siguientes habían estado dominados por la dureza y el dolor, no lo lamentaba. Lo que sí lamentaba era haberse visto obligada finalmente a internar a su padre en una clínica especial. Aunque lo echaba de menos terriblemente, su trabajo, muy creativo y gratificante, había sido su tabla de salvación. La había ayudado a superar su pesar y había incrementado su confianza en sí misma y su seguridad financiera. Era su recién adquirida independencia lo que más atesoraba en la vida, y se negaba a tomarse en serio las insinuaciones de ningún hombre, y mucho menos las de Lucas Alfonso.

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