viernes, 5 de abril de 2019

Cenicienta: Capítulo 63

–¿Dónde está ella?

–Se fue del país hace unas horas –dijo St. Rafael en un tono serio–. Quería visitar a su padre y mirar sitios para poner el negocio de joyería.

–¿Lo va a hacer? ¿Lo va a hacer de verdad?

–Mi esposa dice que la joyería de Paula es una apuesta segura. Y ella lo sabe mejor que nadie –St. Rafael tamborileó con los dedos sobre el escritorio–. ¿Sabes? Debería darte las gracias. Por haber hecho lo correcto.

Pedro esbozó una sonrisa cínica.

–¿Casarme con ella?

–Divorciarte –respondió St. Rafael con frialdad–. Paula es la persona más dulce que conozco. No tiene nada de maldad en el cuerpo y se merece algo mucho mejor que tú. –cerró el maletín con un golpe seco–. Pero los negocios son los negocios. Llevo tiempo queriendo esos viñedos. Haz que tus abogados revisen los documentos. No hay necesidad de que nos veamos de nuevo. Adieu.

Sin decir ni una palabra más, Tomás St. Rafael se marchó.

Pedro se quedó mirando la carpeta unos segundos. Los papeles del divorcio seguían sobre el escritorio. Recogió una hoja y trató de leerla, pero las letras bailaban sobre la blanca superficie. De repente era como si lo viera todo a través de los ojos de Paula. Echó los papeles a un lado y se puso en pie. A través de la ventana vió alejarse a St. Rafael con una enorme caja. La limusina se marchó unos segundos después. Levantó la vista. El cielo azul parecía teñido de violeta, como si el mundo se estuviera oscureciendo poco a poco. «Te quiero, Pedro. Soy tuya, para siempre…». Cerró los ojos, apoyó la frente contra la fría superficie del cristal de la ventana y entonces la verdad le golpeó como un puño de acero. Paula no le había traicionado. Él la había traicionado a ella. Dando media vuelta, agarró el teléfono a toda prisa. Trataría de devolverle la alegría y la confianza, aunque quedara como un completo idiota. No obstante, si ni siquiera podía hacer eso, entonces Tomás St. Rafael tenía razón. Paula y su hijo estarían mucho mejor sin él. La encontraría. La recuperaría. Se haría digno de su amor…




Después de seis horas, Paula tenía un terrible dolor de espalda. Se cambió de postura y trató de acomodarse sobre el duro cojín del sofá imitación Louis XIV del salón de su padre. Miró el reloj. Llevaba seis horas esperando. La había hecho esperar durante seis horas. Era su primera visita en tres años y él la había dejado allí, sola y abandonada en la enorme mansión que había construido para su amante en una finca de Minneapolis. Claramente, ese era el castigo por no haber accedido a casarse con su mano derecha en la empresa. De pronto sintió una punzada de dolor en el final de la espalda. Se puso en pie. El salón tenía unas vistas maravillosas del lago Minnetonka, que se divisaba a través de los árboles negros, desprovistos de follaje. Sin embargo, el sitio seguía pareciendo una oficina, y no un hogar. No había fotos, sino solo carteles de las diferentes campañas publicitarias de Hainsbury. El cartel más cercano mostraba a una joven pareja feliz, abrazados y sentados en un banco del parque. La figura de un anillo de compromiso aparecía sobreimpresa sobre la imagen con el eslogan: "Hainsbury Jewelers. Solo perfección". Después de que Pedro le pidiera el divorcio, había pasado días enteros llorando en su vieja habitación de ama de llaves del castillo de su primo.

–¿Dónde has comprado ese collar tan bonito? –le había preguntado la esposa de su primo Tomás un día.

–Lo hice yo misma –le había contestado Paula, dando media vuelta.

Pero entonces algo la había hecho detenerse.

–He decidido poner mi propio negocio –le había dicho, respirando hondo–. Voy a vender joyería artesanal a boutiques de lujo y a grandes almacenes de todo el mundo. Voy a volver a los Estados Unidos para pedir un crédito de negocios.

Sofía había sacudido la cabeza con vehemencia.

–¡No!

Paula se había llevado una sorpresa, pero entonces su amiga le había regalado la mejor de las sonrisas.

–No le pidas dinero a ningún banco. ¡Déjame hacerlo a mí! Es justo lo que estaba buscando para hacer una inversión.

Cerrando los ojos, Paula respiró hondo. Su sueño se estaba haciendo realidad de una manera que jamás habría podido imaginar. Por fin tenía su financiación y no tenía que depender de nadie, ni siquiera de Sofía. Por fin había sido lo bastante valiente como para asumir ese riesgo.

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