lunes, 15 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 11

—¿Por qué diablos no?

—Porque no quiero una repetición de tu última aventura.

—Paula es diferente.

Pedro se rió sin humor.

—Si no recuerdo mal, eso fue lo que dijiste de Melisa.

—Bueno, demostramos que el niño no era mío, ¿No? —Lucas se secó la frente.

Su azoramiento era evidente.

—Podría haberlo sido, ¿No?

—Ya sabes la respuesta a eso —dijo Lucas con petulancia.

—Desde luego que la sé. Ese es el motivo de esta conversación. ¿Cuando vas a aprender que no puedes enamorarte de todas las chicas que conoces y prometerles la luna?

—Ya te he dicho que Paula es diferente.

—Disculpa que discrepe —dijo Pedro, con voz que rezumaba sarcasmo—. Cierto, es mucho más guapa que las otras y parece tener un poco más de clase, pero eso no cambia las osas. Sigo sin querer que te enredes con ella.

—¿Es porque trabaja para la empresa? —dijo Lucas con cierta desesperación en la voz.

—No has escuchado ni una sola palabra de lo que te he dicho, ¿Verdad? —le preguntó Pedro, claramente frustrado.

Lucas se levantó de nuevo y se metió las manos en los bolsillos.

—Sí, te he escuchado, pero ya te he dicho que Paula es diferente.

—No me vengas con esas. Probablemente anda tras tu dinero, igual que Melisa y las otras antes que ella.

—¡No, no es cierto!

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé, sencillamente.

—¿Sabes algo sobre su familia, sus amigos?

—Sé lo suficiente.

Pedro dejó escapar una retahíla de epítetos.

—Bueno, dado que tú has abierto esta caja de gusanos —dijo Lucas—. Más vale que te enteres de todo de una vez.

Pedro se atusó el bigote.

—¿Enterarme de qué?

—Le he pedido a Paula que se case conmigo.

—¿Que has hecho qué?

Lucas alzó la barbilla desafiantemente.


—Ya me has oído.

—Oh, por todos los…

Pedro comenzó con tensa violencia, pero se detuvo a tiempo. Con gran esfuerzo, trató de dominarse. Sabía que, si decía algo, lo lamentaría.

—Es una persona cálida y maravillosa, y la amo —estaba diciendo Lucas.

—¡Amor! Tú no sabes el significado de esa palabra. ¿Cuándo te vas a enterar de que la lujuria no es amor?

—Siento que veas así las cosas, papá —dijo Lucas sin emoción—, pero estoy decidido y no hay nada que puedas decir o hacer para detenerme.

Tras decir aquello, Lucas se dió la vuelta y salió de la habitación, cerrando de un portazo.

Pedro no tenía idea de cuánto tiempo estuvo allí en mitad de la habitación, con el corazón latiéndole como un martillo. Tuvo que hacer un esfuerzo para no abalanzarse hacia la puerta y traer a rastras a su hijo otra vez. ¿Y hacer qué?, se preguntó a sí mismo. ¿Seguir discutiendo? ¿Hacerle entrar en razón a golpes? Absurdo. No podía permitirse añadir más combustible a la hoguera. Un nuevo epíteto quebró el silencio, pero no le ayudó a sentirse mejor. ¿Cuándo habían empezado él y su hijo a convertirse en adversarios en lugar de amigos?, se preguntó. Podía recordar cuando eran amigos, cuando disfrutaban de la mutua compañía. Dios sabía que lo quería. ¿Tendría razón su madre? ¿Tenía un excesivo afán de protección? Pero el caso era que tenía un buen motivo para ser protector, aunque Lucas se negara a verlo así. Pedro volvió a poner freno a sus pensamientos para frotarse el cuello, tratando de liberar parte de la tensión que estaba acumulándosele allí. Pero no lo consiguió. Sus entrañas seguían hechas un tenso nudo. No tenía intención de quedarse mirando cómo su hijo echaba a perder su vida. Encontraría la forma de impedir que su hijo se casara con Paula Chaves. Súbitamente, hizo chasquear los dedos y alargó la mano hacia el teléfono. Tras marcar el número, esperó.

—Diego, Alfonso. Quiero que investigues a alguien. Enseguida.

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