viernes, 12 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 10

—Déjala que se lo pregunte —dijo Pedro en tono ácido.

—¿Qué se supone que quieres decir?

Pedro se aclaró la garganta y le devolvió a su hijo la mirada hostil. La conversación había comenzado con mal pie; se había prometido a sí mismo ser paciente con su hijo, pero últimamente, cada vez que estaban juntos, la paciencia salía volando por la ventana. Lucas volvió a quebrar el silencio.

—¿Qué diablos pasa?

—Tranquilo —le ordenó Pedro irritadamente.

Lucas se sonrojó.

—Me gustaría que dejaras de tratarme como a un niño, como si no tuviera sentido común. Por todos los santos, papá, tengo veintisiete años.

—Pues actúa en consecuencia con tu edad.

Lucas se levantó bruscamente con el rostro enrojecido.

—Mira, si me has traído aquí sólo para discutir, olvídalo. Me marcho.

—Siéntate —el tono de Pedro era frío y no admitía discusión.

La furia de Lucas parecía casi algo físico, pero se sentó, aunque con gesto irritado.

—Así está mejor —dijo Pedro.

Se dió cuenta de nuevo de que lo estaba haciendo todo mal. Se prometió contener su ira.

—Muy bien. Entonces, ¿Qué he hecho mal esta vez? —le preguntó Lucas; cuando Pedro abrió la boca para responder, prosiguió—: He estado trabajando como un negro con este maldito proyecto especial, y hasta ahora, pensaba que todo marchaba bien.

—No se trata de tu trabajo —replicó Pedro seriamente—. Al menos, no directamente.

Lucas enarcó una ceja.

—Aja, ya lo tengo. Te has enfadado porque aún no le he devuelto a la abuela el dinero que me prestó.

—Aunque eso no me hace demasiado feliz tampoco, no es el motivo por el que quería hablarte —dijo Pedro, inclinándose hacia adelante para mayor énfasis—. Pero, ya que lo mencionas, más vale que se lo devuelvas de una condenada vez.

—Entonces, si no se trata de la abuela ni del trabajo… —dijo Lucas.

—Paula Chaves. Se trata de ella.

Pedro observó detenidamente a su hijo, medio esperando que explotara. En cambio, su expresión fue de perplejidad y confusión.

—¿Paula? No lo capto.

—Yo creo que sí lo captas —dijo con sorna Pedro—. De hecho creo que te haces una idea muy buena de la imagen completa.

Lucas apretó los labios, pero no dijo nada.

—Por el amor de Dios, no soy ciego. He visto cómo la mirabas.

—¡Y yo he visto cómo la mirabas tú!

Los ojos de Pedro se entrecerraron peligrosamente.

—Maldita sea, muchacho, ten cuidado con lo que dices.

—Lo siento —musitó Lucas, apartando los ojos, como si fuera consciente de que había ido demasiado lejos.

Durante otro largo momento, ninguno de los dos habló. Permanecieron simplemente mirándose el uno al otro, respirando con fuerza. Como si finalmente reconociera la derrota, Lucas se hundió más en la butaca.

—¿Qué pasa con ella? —le preguntó.

Pedro titubeó y eligió sus palabras cuidadosamente.

—No quiero que la veas más, eso es todo.

Por un segundo, toda la sangre acudió al rostro de Lucas.

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