lunes, 22 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 25

—Oh, sí que lo sé —el tono de Paula era bajo—. Es que no tenía tanto apetito como pensaba al principio.

Lucas se inclinó hacia adelante.

—Mira, no dejes que mi padre te ponga nerviosa. Como ya te dije, su ladrido es peor que su mordisco.

Paula no se creyó aquello ni por un segundo. Sin embargo, no dijo nada. El silencio se alargó mientras se terminaban el vino. Luego, bajando la copa, Lucas dijo bruscamente:

—Cásate conmigo, Paula. Mañana.

Paula se lo quedó mirando con perpleja incredulidad.

—Podríamos conseguir que funcionara —prosiguió Lucas—. Te amo por los dos.

—Oh, Lucas, me prometiste que no sacarías el tema.

Lucas se encogió de hombros.

—De acuerdo, he roto mi promesa, ¿Y qué? Es que te deseo con todas mis fuerzas.

—Eso es porque no me has poseído —replicó ella con brutal sinceridad.

Él se sonrojo.

—No ha sido porque no lo intentara, eso seguro.

Dispuesta a dejar clara su postura de una vez por todas, Paula dijo:

—Tu padre vino al despacho el otro día.

Lucas se puso tenso.

—¿Dónde estaba yo?

—En el abogado.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque no fue a verte a tí. Fue a verme a mí.

Él se quedó boquiabierto.

—A tí. ¿Por qué?

—Me dijo que te dejara en paz.

—No estás hablando en serio.

—Por supuesto que sí —dijo Paula secamente.

Él se sonrojó otra vez.

—Lo siento.

—De hecho, trató de comprarme.

—¿Cómo…? ¿qué…?

Paula se inclinó hacia adelante y le tomó la mano.

—Nunca fue mi intención causar problemas. Evidentemente, eso es exactamente lo que piensa que estoy haciendo —se detuvo y le soltó la mano—. Aun así, siento curiosidad por saber si se trata de mí o de toda mujer que se acerca a tí.

—Bueno, el caso es que me he metido en un par de berenjenales —admitió Lucas de mala gana—, pero nunca le había pedido a ninguna que se casara conmigo.

Una sonrisa liberó la tensión en torno a los labios de Paula.

—Y no creas que no me siento honrada porque me lo hayas pedido. Pero no te amo, Lucas, y no creo que tú me ames. Y creo que no deberíamos vernos fuera de las horas de trabajo nunca más —se detuvo de nuevo e inhaló con labios trémulos—. No puedo permitirme el lujo de perder mi puesto.

—¿Te ha amenazado mi padre? ¿Es eso?

Paula cambió de postura nerviosamente, incapaz de mirarlo a los ojos.

—Digamos que no nos separamos en los mejores términos y dejémoslo así.

—Bueno, espero que le dijeras adonde podría irse, porque, si no, pienso decírselo yo.

—No, Lucas —dijo Paula enfáticamente—. Ya basta, él cree que lo que hace está bien y, ¿Quién soy yo para discutírselo? Al fin y al cabo, mira el buen trabajo que estás haciendo con este proyecto —bajando la mirada, le contempló desde detrás de sus espesas pestañas—. Déjalo, Lucas. Déjalo.

Lucas no parecía en absoluto convencido.

—De acuerdo, Paula. Tú ganas por ahora, pero no pienso rendirme. Puedes tomar nota, y de esto también: puedo manejar a mi padre, porque me necesita. Necesita que haga el trabajo que a él ya no le apetece hacer. Así que, ya ves, no tienes por qué preocuparte.

«No, estás equivocado», pensó ella. «Completamente equivocado. Nadie maneja a Pedro Alfonso.»

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