miércoles, 3 de abril de 2019

Cenicienta: Capítulo 58

–Oh, esto es delicioso. ¿De verdad que no lo sabes? –caminó a su alrededor lentamente, deslizando una uña pintada de rojo a lo largo de los hombros de Pedro–. Es la hija de Miguel Hainsbury –le susurró al oído.

Pedro se la quedó mirando sin saber qué decir. Oía la animada música en la distancia, oía las conversaciones, las risas… Pero no parecía estar allí. Y entonces el suelo tembló bajo sus pies.

–Cuando nos conocimos, Paula trabajaba en el departamento de archivos de Alfonso Worldwide. En mi departamento de archivos, Romina.

Romina se miró las uñas, perfectamente arregladas.

–¿Y qué mejor lugar puede haber para un espía corporativo?

–Ella trabajaba como empleada del hogar, en Minneapolis. Y trabajaba para un pariente…

Romina lo miró con ojos incrédulos.

–Nunca te había visto tan ciego… Hasta hace seis meses, era el ama de llaves en la casa de Tomás St. Rafael, en el sur de Francia. Él es su primo, ¿Sabes? Dejó ese trabajo tan solo unos días antes de empezar a trabajar para tí.

Pedro se sintió como si acabaran de darle una bofetada. Retrocedió un paso. Las piernas le fallaron un instante.

–¿Tomás St. Rafael? –dijo con un hilo de voz–. ¿El conde de Castelnau es el primo de Paula?

Pasó por delante de Romina sin dedicarle ni una mirada más. Abriéndose paso entre la multitud, se dirigió hacia su esposa. A medida que avanzaba hacia ella, empezó a sentir que la sangre palpitaba por todo su cuerpo, hirviendo, bullendo como un río de lava. Paula se reía mientras hablaba con Franco Xendzov, y él la miraba con admiración. ¿Acaso estaba flirteando con él? ¿Jugando con él, para utilizarle más tarde?

Paula miró por encima del hombro de Xendzov y, nada más ver a Pedro, palideció.

–¿Qué sucede? ¿Qué pasa?

–Dime cómo te llamas –le dijo él en voz baja.

Los invitados que estaban más próximos a Paula se miraron los unos a los otros sin entender nada.

–Paula Alfonso–dijo Paula, sin saber muy bien qué decir.

–No. Dime cómo te llamas.

Muchos de los invitados se callaron de repente y se volvieron hacia ellos. La música se detuvo bruscamente. De repente, todo estaba en silencio. Cientos de personas los observaban expectantes.

Paula tragó con dificultad, miró a izquierda y a derecha. Respiró hondo.

–Paula Chaves–dijo finalmente.

–¡Dímelo! –le gritó él–. ¡Tu nombre!

De repente pareció que Paula se iba a echar a llorar.

–Pedro, iba a decírtelo.

–¿Cuándo? ¿Después de robarme mi empresa para dársela a Hainsbury y a tu primo?

–¡No! –gritó ella–. Traté de decírtelo antes de la boda, pero me dijiste que ya lo sabías. Siempre sabes tantas cosas… ¡Yo te creí!

–¿Creíste que me casaría contigo, sabiendo eso? Me mentiste desde el principio, ¡Incluso con tu nombre!

Ella se encogió. Pedro vió el temblor de sus pestañas.

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