miércoles, 17 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 20

El viento hacía entrechocar las ventanas del granero como un visitante no deseado. Pedro, sin embargo, no le estaba prestando mucha atención a los elementos. Estaba demasiado ocupado desahogando su frustración con la bala de heno que tenía delante. El corazón le retumbaba; el sudor le chorreaba por la frente y el labio superior. Le dolían los hombros. Aun así, seguía tomando el heno con la horca y lo iba lanzando desde el altillo al piso inferior. Tenía empleados para hacer aquel trabajo, pero había decidido hacerlo él mismo, pensando que era precisamente lo que necesitaba para relajarse. Se detuvo un momento para secarse el sudor de la ceñuda frente con el dorso de la mano.  Ya era más que hora de que se detuviera a analizarse un poco a sí mismo, algo de lo que no había sido capaz desde que había agarrado a Paula Chaves en medio de un ataque de ira y la había besado. Por el contrario, se había esforzado en evitar que el dolor sordo que sentía en su interior se convirtiera en desesperación. Había fracasado miserablemente. Aquel beso se repetía una y otra vez en su mente. Recordaba cada detalle de aquel instante. Recordaba la sensación de aquellos labios contra los suyos, su temblorosa suavidad. Recordaba la sensación de sus duros pezones aplastados contra su torso. Únicamente un milagro podría borrar aquel recuerdo de su mente. Y ahora, como anteriormente, su cuerpo respondía ante el mero recuerdo, para azoramiento suyo. Era algo que no recordaba que le hubiera ocurrido nunca antes. «¿Cómo sería entonces hacer el amor con ella?» ¡No! Nunca. Con ella no. Todo lo que había en él de decente se rebelaba contra ello. ¡No competiría con su hijo!

Con el rostro sombrío, Pedro volvió a ponerse el guante y siguió lanzando el heno. Aunque se había preguntado a sí mismo innumerables veces por qué la había besado, aún no había llegado a una respuesta. No podía imaginarse cómo se las arreglaba aquella mujer para excitar su ira y su libido al mismo tiempo. Diablos, no estaba interesado en comprometerse con ninguna mujer. Las aventuras no hacían más que complicar las cosas. Por primera vez en su vida, estaba en situación de hacer exactamente lo que le apetecía. Su sueño de criar y entrenar caballos se estaba haciendo realidad finalmente. Sin embargo, Paula Chaves había suscitado algo en lo más íntimo de su ser, algo que hasta entonces había permanecido dormido. Le hacía sentir dolor y anhelo, y aquella era una razón de más para despedirla inmediatamente, se dijo a sí mismo, si no hacía caso de su advertencia.

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