lunes, 8 de abril de 2019

Cenicienta: Capítulo 68

–¿Qué te ha hecho hacer esto? –le preguntó poniendo una mano a un lado de su brillante yelmo–. Esta locura…

Él puso su mano, cubierta por un guantelete, sobre la de ella.

–Quería demostrarte que estoy muy arrepentido –le dijo en voz baja–. Nunca debí preguntarte si el niño era mío.

Ella tragó con dificultad y bajó la vista.

–No debería haber dejado de confiar en tí por una estúpida mentira piadosa –le dijo y le levantó la barbilla con la punta del dedo–. Te quiero, Paula.

El sol de invierno se asomó por detrás de unas grises nubes de invierno. Un rayo de luz incidió sobre su armadura, haciéndola resplandecer.

–Tuve que perderte en Roma para darme cuenta de que tenías razón. Ahora lo único que me da miedo es perderte. Haré lo que sea para recuperarte, Pau –le susurró y sus ojos oscuros se encontraron con los de ella–. Absolutamente cualquier cosa.

El blanco y el negro del invierno se iluminaron con el rosa y el verde de los ojos de Paula. La amaba tanto… Y su vida juntos no había hecho más que empezar.

–Te quiero, Pedro –susurró ella, estrechándole entre sus brazos.

Se abrazaron durante unos segundos en la quietud de la carretera. Y entonces Paula se apartó. Frunciendo el ceño, miró hacia el enorme remolque, que seguía estacionado detrás de su coche.

–Pero ¿Por qué has traído eso?

–Oh –Pedro sonrió–. Pensé que nos íbamos a matar si trataba de venir a caballo, así que hice otros planes.

Miró al conductor del camión y le hizo una seña. El hombre bajó del vehículo y fue hacia la parte de atrás. Un segundo después, ella oyó el rugido lejano de un potente motor y entonces un Cadillac De Ville, de color rosa, salió del camión. Cuando el conductor se fue a la garita de seguridad, Paula se acercó un poco para verlo mejor, caminando a su alrededor, boquiabierta. Era un descapotable clásico de 1960, en el mismo tono fucsia que ella había llevado en el baile de Roma.

–¿Qué es esto?

Él sonrió de oreja a oreja.

–El coche en el que nos vamos a escapar, cara. Iremos hacia el horizonte.

Ella le devolvió la mirada.

–¿Y si no me hubieras encontrado? ¿Y si yo me hubiera ido ya?

–Entonces habría vendido mi empresa y me habría recorrido todo el país, buscándote –le dijo–. Habría ido a todas partes, hasta tenerte en mis brazos.

Ella contuvo la risa.

–¿Vestido de caballero andante? ¿En un Cadillac rosa? ¡Hubiera sido el día de suerte de los paparazzi! ¡Hubieran dicho que te habías vuelto loco!

–Y me he vuelto loco –dijo él suavemente–. De remate. Lo único que quiero hacer durante el resto de mi vida es hacer el loco. Loco por tí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario