miércoles, 24 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 27

—Oh, Pedro —sollozó Paula, aferrándose a él mientras la ayudaba a levantarse—. Lucas… tiene que ayudarle. Él… —se interrumpió, jadeante.

—Paula, ¿Dónde está Lucas? —la voz de Pedro, cerca de su oído, era áspera y cortante—. ¿Estaba en ese coche que acaba de salir?

Paula se lo quedó mirando con expresión de estupor, esperando a que la mente le funcionara. Ningún pensamiento se formó, tan sólo sensaciones de horror. Estaba temblando. Tenía que hacerse creer a sí misma que aquello era real. Tenía que controlar la conmoción que la estaba dominando. La presa de Pedro en su hombro se hizo más fuerte.

—Lucas —gritó él, con el rostro distorsionado—. ¿Dónde está?

Fue el pánico que reflejaba su voz lo que finalmente penetró en el cerebro aturdido de Paula. Finalmente, consiguió gemir:

—Se… se lo han llevado.

—¡Bastardos!

Paula sacudió la cabeza desconsoladamente.

—In… intenté ayudarle, pero no pude —su voz se apagó de nuevo, convertida en un gemido como infantil—. Trataron… trataron de llevarme a mí también.

—¿Quiénes son? —su tono era frenético en aquel momento, y la estaba sacudiendo prácticamente.

—Dos hombres. Lo… lo tomaron y se lo llevaron en el coche.

Ella oyó el sonido de horror que surgió de la garganta de Pedro.  Luego, él deslizó las manos de arriba abajo por sus brazos.

—¿Está bien?

—E… estoy b-bien —mintió ella, tratando de no pensar en el dolor agudo que sentía en las piernas.

Él la apartó a la distancia del brazo.

—No, no lo está —dijo, mirando hacia abajo.

La sangre había empapado sus medias a la altura de las rodillas y le resbalaba por las espinillas. Lanzando una maldición, Pedro la condujo hacia la puerta del restaurante. Lívida y temblorosa, Paula se aferró a su mano mientras se producía la confusión en torno a ellos. El restaurante se había vaciado. Sus clientes estaban en la calle, con los ojos dilatados y murmurando. Los transeúntes se habían detenido también y contemplaban la escena, boquiabiertos. Una sirena aulló en el aire de la noche.  Una vez dentro del restaurante, Pedro ayudó a Paula a sentarse en un banco acolchado. Con expresión adusta, miró al rostro del director del restaurante, que se había acercado a ellos.

—¿Ha llamado alguien a la policía?

—Sí, señor —replicó el hombre—. Y también hemos llamado a una ambulancia.

—Gracias —musitó Pedro, luego volvió a centrar su atención en Paula, quien estaba mirándolo otra vez con los ojos vidriosos.

Sin apartar la mirada de ella, Pedro rebuscó en su bolsillo trasero y sacó un pañuelo. Luego se arrodilló y, con suma dulzura, le fue secando la sangre de las rodillas.

—Oh, por favor, no —susurró Paula, sintiendo que podía desmayarse en cualquier momento de dolor.

Pedro se detuvo inmediatamente.

—Perdone.

—Señor Alfonso, la policía está aquí —dijo el director desde la puerta.

—Ya era hora.

En aquel momento entraron dos hombres uniformados por la puerta y se presentaron como los agentes Taylor y Barnhardt.

—Mi hijo ha sido secuestrado —dijo Pedro sin mayor dilación—. La señorita Chaves ha sido testigo.

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