miércoles, 17 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 18

Paula lo oyó antes de verlo. Hacía tan sólo unos minutos que había entrado en el despacho de Lucas con unos importantes documentos sobre el proyecto que tenía que completar antes de las doce. Necesitaba absoluto silencio, y dado que Lucas estaba fuera de la ciudad, había decidido usar su despacho. En aquel momento, mientras aferraba con dedos tensos los papeles que tenía en la mano, rogó por que el oído le hubiera gastado una jugarreta. Pero no era así. Una vez más, la voz grave y rica de Pedro asaltó sus sentidos.

—No estoy preguntando por la señorita Morales. Le digo que tengo que ver a la señorita Chaves. Así que, ¿Qué tal si me dice dónde puede encontrarse?

Una ayudante estaba en la mesa de Paula, y ella se pudo imaginar lo intimidada que debía estar con Pedro cerniéndose sobre ella, con aquellos ojos azules fríos como el Ártico. Tan afanosa estaba intentando calmar los enloquecidos latidos de su corazón que no oyó la respuesta de su asistente. Le daba igual, sin embargo, ya que la puerta del despacho de Lucas se abrió segundos después. Paula se puso en pie, y se quedó inmóvil en un estado intermedio entre la anticipación y el miedo mientras Pedro Alfonso atravesaba el umbral y entraba en el despacho. Totalmente desconcertada, se quedó mirando a un hombre por completo diferente del desconocido formalmente ataviado en la fiesta. En aquel momento, iba vestido con una camisa y unos vaqueros ajustados. Sobre su rostro recién afeitado, su bigote parecía aún más prominente y su cabello salpicado de plata, más largo y revuelto. Pero ninguna de aquellas cosas menguaba el descarado carisma sexual que emanaba. De hecho, se preguntó cómo sería besarlo… «¡Estás perdiéndote, Paula!. Los ojos de Pedro estaban clavados en ella; allá donde se iban posando, sentía que le ardía la piel. Negándose a permitir que viera el efecto que la estaba causando, salió de detrás de la enorme mesa llena de papeles, y se dirigió a él.

—Buenos días, señor Alfonso—dijo, tratando de mantener la voz firme.

Consternada, se dió cuenta de que había sonado jadeante. Aunque él enarcó levemente una ceja, sus ásperos rasgos permanecieron imperturbables.

—¿Qué puedo hacer por usted? —le preguntó ella cuando fue evidente que no iba a responder a su saludo.

—¿Qué te parece si nos dejamos de formalidades y vamos directamente al grano?

—¿Ah, sí? ¿Y cuál es el grano, si se puede saber? —inquirió ella, llevándose las manos heladas a los costados.

Los rasgos de Pedro se endurecieron aún más, si cabía. Sin embargo, sus ojos continuaron recorriéndola, atravesando su piel.

—Oh —dijo él, imitándola—. Yo creo que ya lo sabes.

Paula sintió pánico, pero no debido a su presencia amenazadora. Su aprensión provenía únicamente del modo en que estaba escrutándola; era la misma mirada que le había dirigido en la fiesta… con algo más en la mente que el bienestar de su hijo.

—Mire, señor Alfonso —dijo Paula, tratando de calmar sus nervios en intentando ignorar cómo se le habían endurecido los pezones—. No pienso seguir los dictados de…

—Me da la impresión de que no está en situación de amenazarme, señorita Chaves.

Paula abrió la boca para hablar, pero tuvo que contener una respuesta indignada. Giró sobre sí misma y se dirigió a la ventana del otro lado de la habitación, con los pensamientos dándole vueltas en la cabeza. No iba a dejar que le hiciera aquello. Cierto, amaba su trabajo; necesitaba aquel trabajo, pero había otros puestos de trabajo en el mercado y con su experiencia podía conseguir el que deseara. «Pero no otro que me ofrezca el mismo estímulo y el mismo salario», se dijo silenciosamente.

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