lunes, 29 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 37

¿Qué había en aquel hombre enigmático que la tenía fascinada? La atracción física… ¿era aquello lo que había en la base de aquella fascinación? Mejor dicho, ¿Era el sexo? ¿La falta de ello? Se puso en pie y se acercó a la ventana. Tenía que reconocer que había momentos en que se sentía sola, en que añoraba alguien que la mimara por las noches, con quien pudiera hablar de los acontecimientos del día, con quien pudiera compartir los problemas, pero aquellas sensaciones eran fugaces y distanciadas en el tiempo. Además, ya se había dejado atrapar una vez, poco después de que diagnosticaran la enfermedad a su padre, por un hombre mayor, un abogado que había resultado estar casado y tener dos niños. Aquello la había dejado destrozada, pero había tenido que sobreponerse rápidamente por el bien de Miguel.

En los años siguientes, había llegado a asumir tanto aquella aventura como la enfermedad de su padre y estaba satisfecha con su vida. Hasta ahora. Hasta que Pedro Alfonso había entrado en ella. Y pensar que se había dejado conducir a su rancho dócilmente, como un cordero al matadero… Pero ¿Qué otra opción le quedaba? Cuando Pedro le había dado aquella orden, ella estaba tan abatida y consternada que no había sido capaz de pensar con claridad, y mucho menos de discutir. Habían permanecido un rato en silencio, contemplando el desastre. Luego, musitando una maldición, él había tomado el teléfono y había hecho una llamada. Courtney y James, más tarde, no les habían dejado volver a entrar en su casa hasta que no llegaran los hombres del departamento de huellas a inspeccionarla.

Paula había esperado en la parte de atrás de uno de los vehículos disimulados de la policía mientras Pedro, con los labios apretados, paseaba de arriba abajo por la acera, furioso porque no le habían dejado entrar de nuevo en el edificio.

—Se trata principalmente de la sala de estar —había dicho Courtney un rato después—. No hace falta decirlo, señorita Chaves, pero no podrá quedarse en casa.

—Se alojará en la mía —dijo Pedro, mirando a Paula.

—Es una buena idea —replicó Courtney, mientras su mirada saltaba del uno al otro.

—¿Por qué ha tenido que hacer alguien algo así? —preguntó Paula con voz remota.

—Esa sí que es una buena pregunta —dijo Pedro ásperamente.

Courtney se encogió de hombros, mientras se terminaba el cigarrillo.

—Me imagino que habrán entrado para llevarse a la señorita Chaves o para darle un susto de muerte. O las dos cosas. Y al ver que no estaba en casa, han dado rienda suelta a la frustración.

El rostro de Pedro parecía gris.

—¿O tal vez fuera una advertencia para el futuro?

—Podría ser —dijo Courtney.

—Oh, Dios —susurró Paula, con la mirada fija en Pedro—. ¿Acaso no va a terminar esto nunca?

Por un momento, la mirada de Pedro se dulcificó, como si la expresión de desconsuelo de Paula le hubiera llegado al alma. Luego sus rasgos volvieron a endurecerse y dijo:

—Probablemente, cuando recuerdes el rostro de ese canalla.

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