viernes, 26 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 34

Paula había temido la segunda confrontación con el FBI. Pero como deseaba tan desesperadamente ser de alguna ayuda para encontrar a Lucas, estaba haciendo todo lo que podía por cooperar. Sin embargo, no le estaba resultando fácil. Según lo prometido, Pedro había regresado a buscarla. Dispuesta a emerger de su estado de postración, ella se había arreglado lo mejor posible. Aun así, nada podía ocultar las sombras oscuras que enmarcaban sus ojos ni la expresión amarga de sus labios. El día anterior la había cambiado. Su vida no volvería a ser la misma; ella no sería otra vez la misma. Ni Pedro tampoco. Aunque parecía asombrosamente descansado con sus pantalones anchos y su camisa de sport, no había forma de negar la expresión sombría de su rostro. Habían estado a pocas manzanas de los cuarteles del FBI cuando ella rompió el silencio.

—Imagino que no ha habido noticias de los secuestradores.

Él no apartó la vista de la calzada.

—No, aún no —dijo tensamente—. Aunque todas las líneas de la casa están intervenidas.

—¿Cómo está tu madre?

Él la miró fugazmente.

—Mal. El médico ha tenido que administrarle un sedante.

—No se había enterado antes de que fueras allí, ¿Verdad? —dijo Paula con voz levemente temblorosa.

Sintió otra punzada de culpa por el hecho de que él no hubiera ido a casa la noche anterior.

—No, gracias a Dios. Así que ya no tienes por qué sentirte culpable.

—¿Quién ha dicho que me siento culpable? —dijo ella con vehemencia.

—¿No?

Sus mejillas adquirieron un tinte rosado.

—Nadie te ha obligado a quedarte conmigo, ya sabes.

—No, es cierto, nadie me ha obligado —su voz era un gruñido explosivo.

—Entonces ¿Por qué lo has hecho? Quedarte, quiero decir —las palabras salieron de su boca antes de que pudiera evitarlo.

Pedro se la quedó mirando fijamente. Sus ojos azules parecían vacíos, como si no tuvieran nada detrás.

—Eso me gustaría saber a mí, demonios.

Aquello le había dolido, pero Paula no había dicho nada, y había decidido mantenerse en silencio incluso después de que hubieran entrado en el cuartel general del FBI. Ahora, mientras estaba de pie detrás del ordenador, escuchando las instrucciones del dibujante, ella inhaló con fuerza y trató de dejar la mente en blanco, borrando de ella todo lo que no fuera el rostro del secuestrador. Pero era inútil; sus rasgos permanecían borrosos, difusos.

—Está bien, señorita Chaves —dijo Santiago Courtney—. Tómese su tiempo.

Paula frunció el ceño.

—Estaba segura de que podía recordar su rostro, pero ahora…

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