lunes, 1 de abril de 2019

Cenicienta: Capítulo 54

Pedro la miró fijamente, apretando los labios. Entonces la soltó bruscamente y se dió la vuelta. Paula contempló su musculosa espalda mientras él se dirigía hacia la puerta. Él se estaba alejando de ella sin decir ni una palabra. Otra vez.

–¿Te da igual? –le preguntó ella, ahogándose en sus propias palabras–. ¿No te importa en absoluto?

Pedro se volvió violentamente. Su rostro estaba tan lleno de ira que Paula contuvo el aliento.

–Sí que me importa. Se arrepentirán de haberte hecho daño.

–¿Qué vas a hacer? –le preguntó Paula, asustada. Había una oscuridad en su mirada que jamás había visto.

–No les puedo dar una paliza. Son mujeres. Pero… –estiró sus manos entrelazadas–. Puedo quitarles lo que más aman en el mundo. El dinero.

–¿Cómo?

Él miró más allá de ella.

–Unas cuantas llamadas a los bancos… a los negocios en los que trabajan sus maridos… –esbozó una sonrisa aterradora–. Se quedaran sin un centavo.

Paula le miró, boquiabierta.

–Yo pensaba que eran ricas.

–Todo es pura fachada. Están llenas de deudas.

–¡Pero yo creía que eran tus amigos!

Pedro hizo una mueca.

–¿Amigos?

–Parecía que te lo estabas pasando muy bien…

–Crecí con ellos –le dijo escuetamente–. Pero no estamos muy unidos. Compartimos un pasado, una historia… Pero no. No son mis amigos.

De repente, Paula se acordó de sus amigos de Minnesota; Laura, la hija del ama de llaves, solía jugar a las canicas con ella; Karen, la amiga con la que montaba en bicicleta después del colegio… Pedro no había tenido ninguna de esas cosas. Sus amigos no eran reales. De repente se vio arrollada por una profunda pena hacia él y entonces ya no pudo ocultar sus sentimientos.

–No necesito venganza –tragándose las lágrimas, dió un paso hacia él–. Yo solo quiero una cosa. Solo necesito una cosa.

–¿Qué?

–A tí –susurró ella–. Te quiero, Pedro.

Le oyó contener el aliento y entonces sus ojos se entristecieron.

–Lo sé –dijo él tranquilamente–. Lo he sabido desde antes de la boda, cuando estuviste a punto de decírmelo, pero yo te hice parar.

–¿Qué? –Paula no recordaba ningún momento como ese–. ¿De qué estás hablando?

–¿No lo recuerdas? Me dijiste que tenías algo que decirme antes de que nos casáramos. Estabas enamorada de mí. Podía verlo en tu cara.

Paula se quedó boquiabierta al recordar aquel momento, en Las Vegas… Cuando había intentado contarle la verdad acerca de su familia.

–¿Creías que iba a decirte eso? –le preguntó lentamente–. ¿Que estaba enamorada de tí?

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