lunes, 15 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 14

Furiosa con las triquiñuelas de su mente juguetona, Paula dió otro sorbo de café y se atragantó.

—Maldita sea —masculló, dejando con fuerza la taza sobre la mesilla.

Luego, dispuesta a dominar sus emociones, dobló los pies debajo del cuerpo y miró a su alrededor. Por muy baja de moral que se sintiera, la visión de su encantadora casa siempre conseguía ponerla de buen humor. Tenía seis habitaciones: una zona de estar con dos lucernarios y una chimenea, una cocina con una acogedora zona de desayuno, dos dormitorios y dos cuartos de baño. Con su mobiliario tradicional, exudaba calidez y acogedora comodidad. Había trabajado duramente para conseguirla, además.  Pero la verdad era que había tenido que trabajar duramente por todo lo que tenía. Al contrario que Lucas, se recordó a sí misma. Aquello, unido al hecho de que no lo amaba, hacía que el matrimonio entre ellos no pudiera funcionar nunca. Sus estilos de vida diferían también. Sin embargo, ella no tenía nada de que avergonzarse. Aunque no había disfrutado nunca de lujos, estaba orgullosa de su familia y de su educación. Por encima de todo, estaba orgullosa de lo que había conseguido. Y nada ni nadie, se juró, iba a minar su éxito ni su recién descubierta sensación de independencia y satisfacción, y menos que nadie el tal Pedro Alfonso. Sintiendo súbitamente la necesidad de aferrarse a algo familiar, sus ojos se dirigieron hacia la colección de fotografías que adornaban la repisa de su chimenea. Una de ellas sobresalía entre todas, una foto de su padre ataviado con un mono. Una enorme sonrisa iluminaba su rostro.  Paula se levantó del sofá y se acercó a ella. Se la quedó mirando, mientras acariciaba amorosamente el marco con la yema del dedo.

Aunque trató de contener las lágrimas, sintió que se agolpaban detrás de sus párpados. Miguel ni siquiera la reconocía ahora, y aquello le partía el corazón. Pero nunca lo abandonaría. Aquel era el motivo por el que su trabajo significaba tanto para ella. Además de pagar su casa, le permitía mantener a su padre en la muy cara institución donde estaba internado. Imágenes de Pedro Alfonso centellearon de nuevo en su mente, y la sangre pareció helársele en las venas. Maldito fuera Lucas y su proposición. Si por su culpa se quedaba sin trabajo… Un sollozo se quedó prendido en su garganta en el mismo instante en que sonaba el timbre de la puerta. Sobresaltada, Paula lanzó una mirada al reloj. Las once y media. Frunció el ceño y se dirigió a la puerta. Antes de abrir, miró por la mirilla. Después se apresuró a abrir, con los ojos dilatados.

—Pero, Laura, ¿Qué te trae por aquí a estas horas de la noche?

—He visto luz y he pensado que podrías ofrecerle a este pobre alma en pena una taza de café descafeinado.

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