miércoles, 24 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 26

Más tarde, cuando ella y Lucas se levantaron para salir del restaurante, Paula se juró que no miraría a Pedro. Lo miró, de todas formas. Pero él estaba demasiado ocupado riéndose por algo que había dicho Diana para notarlo. Con las mejillas ardiendo, siguió a Lucas fuera, a la calle desierta, en dirección hacia el coche. Preocupados, caminaban los dos en silencio. La noche era espléndida, pensó. Miró a las estrellas y se detuvo a respirar hondo, deseando poder dejar de pensar en Pedro. Tan absorta estaba en su tumulto interior que no se fijó en el coche que se detenía junto al bordillo hasta que fue demasiado tarde. La puerta del coche se abrió de golpe, y un hombre enmascarado salió a la velocidad del rayo. Antes de que ella o Lucas pudieran darse la vuelta, se arrojó sobre Lucas y comenzó a arrastrarle hacia el coche. Paula, paralizada por el miedo y la conmoción, no pudo moverse, no pudo hablar. Luego, recuperándose con una celeridad nacida de la desesperación, se puso a chillar con todas sus fuerzas.

—¡Lucas! ¡Oh, Dios mío! ¡Lucas!

Lucas luchaba.

—¡Corre, Paula, corre! —gritó débilmente antes de que su asaltante acercara un pañuelo a su rostro.

—¡Suéltale! —gritó Paula, corriendo hacia ellos.

—Cállese, señora —rezongó el hombre mientras metía a Lucas, ya inconsciente, en el asiento delantero.

—¡Basta! —chilló Paula.

El hombre no se detuvo. Ella sabía que no tenía nada que hacer físicamente contra la fuerza brutal de aquel sujeto, pero aquello no la arredró. Súbita e inesperadamente, se lanzó contra él, clavándole las uñas en el cuero cabelludo. Él lanzó una maldición, pero recuperó el equilibrio y trató de aferrarle las manos a ella.


—¡Maldita sea!


Aunque le costaba respirar y las lágrimas casi la cegaban, se negaba a soltar al hombre. Cerró el puño y comenzó a golpear al hombre en la cabeza. Una vez. Dos veces. Tres veces.

—¡Hijo de perra, deja…!

No pudo seguir. El hombre se dió la vuelta y le soltó una bofetada. Por una décima de segundo, ella cejó en toda su lucha. Pero luego sacudió la cabeza y cargó contra él de nuevo, agarrando su máscara. La rasgó en dos. Durante un instante congelado, Paula vió el rostro del hombre. Luego, sollozando, se tambaleó hacia atrás.

—Detenla, idiota —gritó el que iba al volante—. Tómala a ella también.

Con las dos manos libres, el asaltante se lanzó sobre Paula y trató de aferrarla. Voces. ¿No se oían voces? Sí. Y pies, pies que corrían sobre el cemento. El corazón le dió un salto.

—¡Socorro! —chilló ella, tratando de zafarse desesperadamente.

—¡Suéltala! —gritó el otro—. ¡Tenemos que salir de aquí!

Aquellas palabras apenas se registraron en la confusa mente de Paula, pero lo que sí se registró fue el fuerte empujón que recibió desde detrás.

—¡Oh, Dios! —gimió, pugnando por mantener el equilibrio.

—¡Paula! ¡Paula!

Alzó la vista. «¡Pedro!», fue el nombre que formaron sus labios justo antes e hacer contacto con el duro pavimento y sentir cómo le desgarraba las rodillas.

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