miércoles, 24 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 28

Taylor, el mayor de los dos agentes, se volvió hacia Paula.

—Por favor, cuéntenos lo que ha ocurrido.

Con voz entrecortada, Paula les contó exactamente lo que le había dicho a Pedro y algo más. Durante todo el relato, Pedro permaneció de pie junto a ella, y su rostro parecía esculpido en piedra. Pero sus ojos lanzaban llamas de indignación. Cuando terminó de hablar, ella lo miró.

—Lo… lo siento. Si al menos, yo…

—No se sienta culpable —dijo él, sin variar su expresión pétrea.

Pero, por alguna absurda razón, Paula sí se sentía culpable. Sabía lo desesperado e impotente que tenía que sentirse Pedro, y sintió que su corazón se volcaba hacia él. El agente Barnhardt se aclaró la garganta y luego habló en tono tranquilizador.

—Señor Alfonso, ¿Hay algo que pueda añadir al relato de la señorita Chaves?

—No mucho, me temo —dijo Pedro, pasándose una mano por el pelo en un gesto de frustración.

—¿Dónde se encontraba usted cuando tuvo lugar el secuestro?

—Estaba en el restaurante, en la parte de atrás. Cuando llegó a mis oídos la conmoción y salí a la calle, ya había ocurrido todo. Sólo ví la espalda del hombre mientras se metía en el coche antes de salir huyendo.

Pedro hizo una pausa y centró su atención en Paula.

—Mire, por el momento podemos dejar el interrogatorio para que la señorita Chaves pueda recibir atención médica.

—Naturalmente —se apresuró a decir Barnhardt.

La siguiente hora pasó como en una borrosa nube para Paula. No supo cómo había llegado a urgencias, ni le importaba. Sólo sabía que Pedro no se apartó en ningún momento de su lado, y era algo que ella le agradecía.

—Lo siento, señorita Chaves —dijo el doctor Evans mientras le aplicaba antiséptico a las heridas de las rodillas—. Pero estas heridas tienen un feo aspecto y hay que atenderlas cuanto antes.

Ella tuvo que morderse el labio inferior para no gritar de dolor. Cerró los ojos con fuerza y se aferró a la camilla de la sala de urgencias donde estaba.

—¿Se ha desmayado, doctor? —le preguntó ansiosamente Pedro.

—Te… tengo el estómago revuelto, eso es todo —susurró Paula.

Antes de que Pedro pudiera responder, la puerta se abrió y entraron dos hombres de rostro adusto. El que sacó la placa y se presentó como el agente del FBI Santiago Courtney era alto y delgado y tenía una abundante cabellera pelirroja. Su socio, el agente Adrián James, era gordo y bajo, con el pelo rubio también bastante largo. Formaban una pareja un tanto estrafalaria.

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