lunes, 27 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 40

–Perdone, jefe. ¿Ha visto a Giuliana?

Pedro levantó la vista de su ordenador. Vió que Adrián estaba en la puerta, con la preocupación reflejada en el rostro.

–¿No está con Paula? Se pasan casi todo el día juntas.

–Giuliana me dijo que la señorita Paula no podía jugar hoy con ella. Me dijo que parecía disgustada.

Pedro sintió un fuerte sentimiento de culpabilidad. Después de lo que habían compartido el día anterior, y de lo que habían estado a punto de compartir, el dolor de Paula le hacía mucho daño. Hacía que se sintiera como un estúpido. Aunque había estado tratando de proteger a su familia, se había equivocado. Ella le había llegado al corazón como ninguna otra mujer lo había hecho. Aquella mañana se había sentido traicionado al descubrir que, en lo que a ella se refería, no podía fiarse de su instinto. Después, había leído la carta y se había dado cuenta de que ella le había dicho la verdad. La revista había mandado la carta a ciegas, sin saber a ciencia cierta que ella estuviera allí. Pedro se había equivocado y eso no le agradaba.

–Giuliana no regresó para almorzar –prosiguió Adrián.

–Eso no es propio de ella.

–No. No la hemos encontrado en los lugares a los que suele ir. Estoy a punto de salir a buscarla.

–¿Dónde está Paula?

–Ella ya está buscándola.

La mayoría de los empleados estaba examinando la playa, aunque nadie se había atrevido a poner voz al mayor de los temores: que la pequeña Giuliana se hubiera ahogado en el mar. Pedro por su parte se dirigió hacia el interior de la isla, sabiendo que alguien debía ocuparse de los lugares menos evidentes. Así fue como se encontró con Paula. Ella tomó una curva del camino como una exhalación y cayó literalmente en brazos de Pedro.

–Por favor –susurró ella muy nerviosa–. Por favor, ayúdame.

–¿Qué ocurre, Paula? ¿Se trata de Giuliana?

–Sí –dijo ella a duras penas–. Ahí arriba –añadió–. Tú irás más rápido que yo. Necesitamos una cuerda y una linterna. También un botiquín.

–¿Te refieres al pozo?

–No. A uno de los agujeros que hay en la montaña. Encontré la cinta que llevaba en el cabello y unas canicas en el borde.

Pedro contuvo la respiración. Si la niña había estado jugando demasiado cerca del borde y se había inclinado sobre él...

–Iré a mirar.

–No. Ya lo he hecho. No se escucha nada. Necesitamos una cuerda para llegar hasta ella. Cada minuto cuenta. Por favor, confía en mí en esto –dijo con desesperación.

Pedro decidió que no había tiempo que perder. Tenía que confiar en ella.

Culpable: Capítulo 39

Vaya con la muchacha tan inocente... ¿Cuántas veces más iba a dejar que ella le engañara?

–¿Se trata de una oferta mejor?

–¿Cómo dices? –le preguntó ella mirándolo por fin a los ojos.

Parpadeó, asombrada al ver el cambio que se había producido en Pedro. Tenía el ceño fruncido y la estaba mirando con mucha desaprobación. Era cierto que aquella mañana había evitado todo contacto con él, escandalizada aún por el modo en el que había respondido el día anterior.

–Supongo por tu interés que te ofrecen mejores condiciones que yo.

Paula tardó un instante en comprender a lo que él se refería. El dolor se apoderó de ella. Le partió en dos el corazón. ¡Qué idiota había sido! ¡Qué ingenua y qué patética! ¿Acaso no le había enseñado la vida que no debía creer en milagros? Pedro Alfonso sintiendo algo por ella, confiando en ella inclusoun poco... Eso sería un verdadero milagro. Sin embargo, había esperado que algunos de los sentimientos que había creído leer en él el día anterior fueran reales.Había estado a punto de entregarse a él... Había sido una estúpida. Pedro simplemente había estado tratando de conseguir lo que deseaba de ella.

–He dicho...

–Te he oído –replicó ella, mirándolo fijamente antes de volver a centrarse en la carta que tenía entre las manos.

Al menos, la revista era directa sobre lo que quería. Pedro había tratado de conseguirlo por medio de engaños. Y ella se lo había creído.

–Es una oferta atractiva –prosiguió, como si la idea de vender su historia a esas hienas no le pusiera los pelos de punta–. Tendré queconsiderarla cuidadosamente.

Volvió a mirar a Pedro y vió el desprecio con el que él la estaba observando. La desesperación se apoderó de ella. Había querido confiar en él. Había empezado a abrirse, a creer que él sentía algo.

–Tal vez debería sondear a los demás para ver qué es lo que me ofrecen.

–¿Acaso no lo has hecho ya? ¿No es esa la razón de que te pases tanto tiempo en el ordenador? ¿Negociando?

–En realidad, no, pero, por supuesto, tú no me vas a creer.

–Si no te has puesto en contacto con la prensa, ¿cómo saben que estás aquí?

Paula se puso de pie.

–Tal vez se la han jugado. Dado que sabían que yo estaba en tu palazzo, no haría falta suponer mucho para imaginarse que estaría en una de tus casas. Tal vez me han enviado una carta a cada una de ellas. ¿Quién sabe? Tal vez esta sea la primera de una larga lista de ofertas –añadió con una sonrisa llena de sarcasmo–. Una guerra de ofertas. Sería muy divertido. Toma – le dijo mientras pasaba a su lado y dejaba caer la carta sobre su regazo–. Mira lo que me ofrecen tus rivales. Tal vez así aumentes tu cifra.

Con eso, Paula salió del comedor antes de que las náuseas se apoderaran de ella.

Culpable: Capítulo 38

¿Qué significaba aquello?

–Tienes razón. Es muy tarde –dijo Pedro. Con eso, se dio la vuelta.

Para su propia consternación, Paula se sintió muy desilusionada.

El desayuno de la mañana siguiente estuvo lleno de silencios y de frases estereotipadas. ¿Qué le había pasado a Pedro? Él sabía muy bien lo que le había ocurrido. Llevaba deseando a Paula desde el momento en el que la vió, hacía ya tantos años. ¿Cómo podía haber estado tan cerca de tener relaciones sexuales con la mujer que había sido condenada por la muerte de su hermano? Un fuerte sentimiento de culpabilidad lo atenazaba. ¿Dónde estaba su lealtad familiar?

Desapareció en el momento en el que la tuvo entre sus brazos. Sin embargo, tenía la sensación de que, por fin, estaba empezando a desenmarañar el misterio de Paula Chaves. El enigma que llevaba años persiguiéndolo. Para su propia salud mental, necesitaba comprenderla. No era solo deseo lo que ella provocaba en él. Se había sentido furioso cuando comprendió que ella había sido atacada por un empleado de su familia. La necesidad de protegerla había sido tan fuerte como si ella fuera su responsabilidad. Su mujer. Las revelaciones del día anterior lo habían turbado profundamente. Durante años, había creído que Paula había orquestado la primera vez que se vieron. Era una coincidencia poco probable que él se encontrara con ella en su visita relámpago a Roma cuando ella ya trabajaba para su hermano. Cuando se supo la debilidad que Luca sentía por su au pair, el modo en el que ella parecía conseguir de él todo lo que quisiera, incluso regalos muy valiosos, no hacía falta ser un genio para deducir que ella había intentado lo mismo con Pedro. El día anterior, Paula había dicho que ella no había sabido quién era él hasta el juicio. Resultaba muy tentador pensar que ella mentía, pero ya no había razón para seguir creyéndolo. Además, había visto un dolor auténtico en su rostro cuando ella le preguntó por qué la había evitado. Pedro ya no sabía qué creer... ¿Sería posible que ella fuera inocente? Sintió que la sangre se le helaba en las venas. La idea de haberla juzgado tan equivocadamente, dejando que pagara por un delito que no había cometido, era insoportable. Miró hacia donde ella estaba sentada, mirando fijamente el desayuno como si fuera algo fascinante. Nunca antes se había negado a mirarlo a los ojos. Quería pedirle que lo mirara. Quería besarle los labios y desatar la pasión que habían experimentado el día anterior. Una criada interrumpió sus pensamientos.

–El correo, señor –le dijo mientras entraba en el comedor con un puñado de cartas. Para su sorpresa, colocó un sobre junto al plato de Paula.

–¿Para mí? –preguntó ella sorprendida–. Gracias.

¿Quién sabía que estaba allí? ¿Tal vez alguien con quien había estado hablando? Se obligó a tomar un sorbo de zumo de naranja para no preguntarle de quién se trataba. Paula deslizó un dedo bajo el sello del sobre y sacó una hoja de papel. Entonces, descartó el sobre. Fue entonces cuando Pedro vió un logotipo muy familiar. Pertenecía a la revista que había publicado la entrevista con la madrastra de Paula. Apretó la mandíbula y trató de contenerse. Evidentemente, ella estaba aprovechando al máximo sus oportunidades. Estaba aceptandosu hospitalidad mientras negociaba con la prensa rosa para obtener un mejor acuerdo económico. No debería haberle sorprendido. Sin embargo, ¿Por qué se sentía tan traicionado?

Culpable: Capítulo 37

Paula se abrazó a él y frotó la mejilla contra la de él. Entonces, le mordió el lóbulo de la oreja y oyó que él gruñía de placer. Le pareció el sonido más sensual que había escuchado nunca. Sonrió y volvió a repetirlo, ansiosa al pensar que Pedro estaba reaccionando a sus caricias del modo más primitivo. Unas enormes manos le rodearon la cintura. Él la levantó y la sentó sobre algo. Entonces, le separó los muslos y se colocó entre ellos, apretándose por completo contra ella.

–Pedro... –susurró ella, presa del placer.

Lo deseaba. Llevaba mucho tiempo deseándolo. Incluso en los días en los que le había odiado, habían anhelado en secreto sus caricias. Había dejado de intentar comprender la atracción que ardía entre ellos. Bastaba con dejarse llevar por ella. Sintió el poder de la erección entre las piernas, contra su vientre y sintió que se le cortaba la respiración. Parecían encajar tan perfectamente... Le faltó muy poco para balancearse contra él, atrapada por completo en su necesidad de satisfacción sexual. Con una fuerza de voluntad increíble, abrió los ojos y se miró en los de él, brillantes como el mercurio. Su fuego pareció engullirla por completo. Pedro le cubrió un seno con la mano. Ella gimió de placer, abrumada por tan exquisitas sensaciones. Era casi imposible de soportar. Le agarró del cuello y tiró de él. Necesitaba volver a sentir sus besos.  Pedro le enredó los dedos en el cabello y le hizo echar la cabeza hacia atrás mientras la saboreaba con un largo y delicioso beso. Con la otra mano, le estimulaba un pezón. Segundos después, él le apartó la mano del cabello para deslizársela por la espalda. Se la colocó encima del trasero y la obligó a pegarse a él. El beso entonces se hizo más apasionado. El mundo pareció ponerse patas arriba. La sangre de Paula le ardía en las venas, creando un remolino de pura necesidad. No dejaba de besarlo y el cerebro prácticamente le había dejado de funcionar. Pedro se apartó un instante y le deslizó la mano sobre el muslo para apartar la entrepierna del bañador. Ella se tensó, agarrándose contra sus hombros, para esperar sentir el contacto. De repente, pensó horrorizada hasta dónde les habían llevado sus besos. Estaban a punto de consumar su deseo. Ella estaba a punto de entregarse al hombre al que había considerado un enemigo. Con un rápido movimiento, le agarró la mano justo cuando él empezaba a deslizar los dedos bajo la tela. Pedro se quedó inmóvil mirándola sin comprender lo que ocurría. Paula vió cómo por fin comprendía lo que ocurría y la miraba muy sorprendido.

–Creo que debemos detenernos.

Un segundo después, Pedro se apartó de ella mesándose el cabello, como si no estuviera seguro de no volver a tocarla. Paula permaneció sentada. Se mordió la lengua para no reclamar de nuevo sus caricias. No había dejado de desearlo y cada centímetro de su cuerpo amenazaba con echar por tierra su resolución. El miedo se apoderó de ella. Jamás se había imaginado lo poderosa que era la necesidad de gratificación sexual. Pedro la tentaba de tal manera que podría hacer que se olvidara de todo. A ella, que se consideraba una mujer fuerte y autosuficiente, le había bastado un beso para destruir todas las barreras que se había pasado años levantando.

Culpable: Capítulo 36

Entonces, lenta y deliberadamente, bajó la cabeza. Los labios de Pedro rozaron los de Paula con una ligera caricia que le provocó un agradable hormigueo. Dos, tres veces, él deslizó su boca sobre la de ella, desatándole los sentidos por completo. Finalmente, la impaciencia pudo con la cautela y ella le hundió las manos en el cabello mojado y le devolvió el beso. Ya estaba. Nada más que el calor de la boca de Pedro sobre la suya. Le rodeó el cráneo con los dedos, empujándolo hacia ella. Su fuerza, sus músculos, su cuerpo le caldeaban la sangre. Aquello era todo lo que siempre se había imaginado y mucho más...

Pedro le introdujo la lengua entre los labios. A Paula le pareció lo más natural del mundo abrirlos para que él pudiera explorarle la boca y causarle el delirio en las venas. Respondió conuna sinceridad que eclipsaba por completo cualquier posibilidad de contención. Se sentía como si llevara toda una vida esperando aquel momento. No importaba que ella fuera una novicia y él un verdadero maestro. El ansia compensaba la falta de experiencia. Las lenguas se enredaron, se deslizaron, se acariciaron, hicieron que la piel se le pusiera de gallina. Absorbió la lengua de Paula hacia el interior de su boca, lo que provocó que el pulso de ella se acelerara aún más. Entonces, él le mordió el labio inferior y ella suspiró de placer. Se reclinó hacia atrás, apoyada tan solo por los brazos de Pedro. Sin embargo, no tenía miedo alguno. Los brazos de él eran como cuerdas de acero, que la sujetaban con fuerza.  Deslizó el torso contra el pecho de ella. Lucy gimió ante la sensación eléctrica que aquel gesto provocó en su cuerpo, en sus pezones y en la entrepierna. Más allá de aquel abrumador calor, sintió una languidez que le licuaba los huesos y le robaba la fuerza de voluntad.

Ella inclinó la cabeza, acomodándose a él mientras el deseo se iba haciendo cada vez más fuerte y los besos más urgentes y apasionados. Paula ardía, igual que él. Aquello era lo que siempre había deseado, a pesar de haber negado la química que había entre ellos. ¿Por qué había tratado de negarlo? Era algo delicioso, adictivo... Pedro sabía a mar y a delicioso chocolate, una mezcla muy seductora. Ella temblaba por la sobrecarga de sensualidad que estaba experimentando mientras él la devoraba con una dedicación que igualaba la necesidad que sentía. ¿Había deseado él aquello también? ¿Había estado despierto por las noches, imaginando aquel momento? El contacto entre los cuerpos era magia en estado puro. La fina tela del bañador que ella llevaba puesto no servía de nada para bloquear la cálida promesa del cuerpo de Pedro. Paula se apretaba todo lo que podía contra él, gozando con su poder y su fuerza, con el embriagador aroma de su piel y la nota más profunda y almizclada de la excitación sexual. Él le besó la garganta. Ella se arqueó para poder sentirlo mejor. Se sintió atrapada en una tela de araña de deseo. Estaba completamente a merced de sus caricias, sin protección alguna contra su fuerza. Sin embargo, no sentía dudas o miedo. Cada beso que él depositaba sobre su piel era un homenaje al embrujo que había surgido entre ellos.

viernes, 24 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 35

–No es culpa de nadie...

–Pero tú querías estar con él.

Sorprendida, Paula levantó la mirada y vio comprensión en los ojos de Pedro. Él estaba en Nueva York la noche en la que su hermano murió. Sabía cómo se sentía uno al estar lejos en una ocasión como aquella.

–Sí.

–Él lo sabía. Lo habría comprendido.

–Lo sé, pero eso no me facilita las cosas, ¿No te parece?

Pedro permaneció en silencio un largo tiempo, tanto que ella pensó que había traspasado los límites.

–No... Yo estaba en Nueva York cuando Luca murió. No hago más que decirme que eso no habría ocurrido si yo hubiera estado en Roma.

Paula se mordió los labios, pero, por fin, dejó que las palabras se le escaparan entre ellos.

–No habría supuesto diferencia alguna –dijo.

Pedro la miró fijamente. Entonces, asintió.

–Tienes razón. Es solo que Luca era... especial para mí. Nuestros padres murieron cuando yo era muy pequeño y él era mucho más que un hermano mayor para mí.

–Era un buen hombre...

–Luca me enseñó a nadar y a bucear. Y, ahora que lo pienso, a conducir una lancha motora.

–Mi padre me enseñó a desmontar un motor –comentó ella con una sonrisa–. Cómo hacer una cometa y echarla a volar. Incluso me acompañó a mis clases de ballet cuando era pequeña y yo era demasiado tímida como para querer ir sola.

–Parece el padre perfecto.

–Lo era.

–¿Nunca quisiste ser mecánica o conductora como él?

–No. Quería ser maestra. Siempre fue mi sueño trabajar con niños. Sin embargo, eso es ahora imposible.

–¿Qué vas a hacer?

–Hice un curso de contabilidad. Pensé que habría más posibilidad de conseguir un empleo trabajando con cifras que con la gente, dado mi pasado.

Sabía que le resultaría muy difícil encontrar un trabajo. La estancia en la isla era un respiro temporal. Cuando se marchara de allí, la prensa comenzaría a acosarla. ¿Quién iba a contratarla así? Se puso en pie y dejó su vaso.

–¿No va siendo hora ya de que regresemos?

Necesitaba estar sola, tratar de resolver los problemas que había pospuesto mientras se encontraba allí. Había estado viviendo en un mundo de fantasía. Muy pronto, tendría que enfrentarse a la realidad. De repente, se resbaló. La cubierta estaba mojada del agua que le había caído de su cuerpo. Estaba a punto de golpearse contra el suelo cuando él la agarró y la tomó en brazos. Se dijo que había sido el hecho de estar a punto de caerse lo que le había acelerado los latidos del corazón. No tenía nada que ver con la mirada que había en los ojos de Pedro, o el hecho de sentir su cuerpo húmedo y caliente contra el de ella.

–Puedes soltarme –le dijo.

Le colocó las manos sobre los brazos para apartarse de él, pero, en vez de eso, los dedos le rodearon los bíceps.

–¿Y si no quiero hacerlo? –le preguntó él con voz profunda.

Paula observó cómo el rostro de Pedro se acercaba al suyo. Le estaba mirando la boca, dejando muy claras sus intenciones.

–¡No! –exclamó ella–. ¡No quiero esto!

Él negó con la cabeza.

–Pensé que habíamos acordado que ya no habría más mentiras.

Pedro la estuvo observando durante unos segundos más, como si estuviera esperando la protesta que sabía que ella no iba a formular.

Culpable: Capítulo 34

Lo miró a los sorprendidos ojos y se dió cuenta de que había sido una estúpida. ¿Qué había sido una tarde de agradable compañía comparada con tener que apoyar a su familia en una dramática situación? Se había pasado todo aquel tiempo culpándolo por no haberla escuchado. ¿Cómo hubiera podido hacerlo, con el peso de la muerte de su hermano encima? ¿Cómo había esperado que dejara esas responsabilidades por una mujer a la que apenas conocía? Levantó una mano cuando él se dispuso a hablar.

–Olvídalo, Pedro. Ya no importa –le dijo.

Para su sorpresa, era cierto. No podía seguir aferrándose al dolor. Aquella tarde le había demostrado que merecía la pena vivir la vida. Tenía la intención de hacerlo plenamente. No había razón para sufrir por algo que ya no podía cambiarse.

–Tengo sed. ¿Tienes algo?

–Cervezas o refrescos –respondió él. Tenía una extraña mirada en los ojos

Pedro se había secado, pero no se había cubierto con una toalla. Ella disfrutó con la visión de aquel maravilloso cuerpo, tan tonificado y bronceado.

–¿Tienes zumo?

Pedro le sirvió un vaso y tomó una cerveza antes de volver asentarse.

–¿No vamos a tierra?

–A menos que tengas prisa, no. Desde aquí, la puesta de sol sobre la isla es maravillosa. Pensé que te gustaría verla.

Paula no tenía ninguna duda... eso si pudiera apartar la mirada de él.

–Gracias por esta tarde –dijo ella alegremente–. Nunca antes había hecho algo como esto –añadió, por decir algo. ¿Por qué no se cubría?

–¿Jamás has salido a bucear?

–Ni siquiera había estado nunca en un barco.

–¿Nunca?

–No. Soy de secano. Ni siquiera me he montado nunca en una barca de remos.

–Pero sabes nadar.

–En Inglaterra hay piscinas públicas, ¿Sabes? Por eso aproveché la oportunidad de venir a trabajar a Italia. Quería ver el Mediterráneo.

–¿Vivías lejos del mar?

–No mucho, pero nuestros intereses estaban tierra adentro.

–¿Nuestros intereses?

–Los míos y los de mi padre –dijo, con una fuerte sensación de pérdida–. Él era conductor de autobús. Le encantaban los coches de época. Yo me pasé mi infancia visitando exhibiciones de viejos automóviles o ayudándolo a reparar el nuestro. Le habría encantado ver los coches que tienes en el palazzo...

La sonrisa se borró del rostro de Paula. Ella sintió que se le hacía un nudo en la garganta, como le ocurría siempre que pensaba en su padre y en el valioso tiempo que no habían podido pasar juntos.

–Murió justo después del juicio...

–Lo siento mucho, Paula.

Culpable: Capítulo 33

Pedro había disfrutado plenamente de las últimas dos horas más de lo que lo había hecho en meses. Era un placer estar con ella. Paula había conseguido que viera aquel lugar a través de otros ojos. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que disfrutó de los placeres sencillos de la vida... Normalmente, cuando iba a la isla estaba ocupado, terminando su trabajo o haciendo de anfitrión para unos invitados que eran demasiado sofisticados como para emocionarse por salir a bucear o por darse un paseo en una lancha motora.

–No. Gracias, pero prefiero que lo dejes con vida.

–¿Te da asco ver la cena antes de que aparezca en el plato?

–Puede ser. ¿No podemos dejarlo en paz? ¿Libre?

Algo en el modo en el que pronunció la última palabra llamó poderosamente la atención de Pedro. ¿Era eso lo que ella había disfrutado tanto? ¿La libertad experimentada en aquellas horas en el agua? Pensó que aquel era un cambio muy grande de las restricciones que había sufrido en su vida entre rejas. Él no se podía imaginar aquella clase de vida ni cómo había podido ella soportarlo. No debía sentir pena por ella. El motivo por el que estaba con ella era para conseguir que cambiara de opinión sobre la oferta que ella le ofrecía. Sin embargo, en los últimos días, se había sorprendido al sentir que deseaba la compañía de Paula. Se había asegurado que necesitaba comprender a la mujer que amenazaba su familia, pero eso no era todo. Ya no. Quería estar con ella. Quería...

–En ese caso, lo dejaremos estar –dijo él mirando el sol del atardecer–. Es hora de marcharnos. Vamos.

Paula se envolvió con una enorme toalla de playa sabiendo que Pedro la había estado mirando desde que se subió al barco. Sus ojos habían refulgido como si fueran de plata mientras observaba el traje de baño que moldeaba el cuerpo de Paula. Un segundo más tarde, había apartado la mirada, pero esta había prendido un fuego en el interior del cuerpo de ella. El problema era que, aunque estaban en lados opuestos, la atracción de antaño había regresado, y con más fuerza que nunca. Lo peor era que Pedro había empezado a gustarle y le asustaba lo mucho que sus demostraciones de afecto significaban para ella.

–¿Por qué nunca hablaste conmigo durante el juicio?

Horrorizada, oyó cómo esas palabras se le escapaban entre los labios.

Se volvió para mirarlo y se sorprendió al ver cómo el rubor teñía su bronceado rostro.

–¿Habría eso cambiado algo?

–Bueno, cuando te ví allí, pensé que habías acudido para apoyarme –dijo ella–. Hasta que descubrí quién eras.

Pedro la miró asombrado.

–Pero si ya sabías quién era yo.

–¿Cómo iba a saberlo? Solo te conocía por tu nombre de pila, ¿Recuerdas?

Habían pasado juntos mucho menos de un día. Sintió que se le hacía un nudo en el corazón. No había sido culpa de Pedro que ella se hubiera enamorado de él tan profundamente. Que hubiera leído demasiado en una simple atracción. Tenía tan poca experiencia con los hombres... Él era el primero que había puesto alas en el corazón.

Culpable: Capítulo 32

–Scarlatti ya no trabaja para la familia Alfonso.

Paula se dió la vuelta y se encontró con Pedro a pocos metros de distancia.

–¿Por qué no?

–Le despedimos hace años. Adrián encontró pruebas de que él... había estado molestando a una de las chicas del servicio.

–¿Molestando? –repitió ella.

¿Por qué no le sorprendía eso? Bruno era un ser despreciable que era incapaz de aceptar un no por respuesta.

–Sí. Ella se quejó de que él la estaba molestando. Tras investigar un poco más, se descubrió que no había sido la primera.

Paula se mordió los labios. La tentación de relatar su propia historia era demasiado fuerte, pero Pedro ya la había escuchado en el tribunal. No la había creído entonces y no tenía por qué creerla cinco años después. Además, ¿Por qué debía importarle después de tanto tiempo que él no la creyera?

–No te preocupes. Hace mucho tiempo que él ya no está aquí.

Paula asintió. ¿Qué podía decir?

–Ahora, vayamos al agua.

–He cambiado de opinión. Prefiero quedarme en tierra.

–¿Por qué? ¿Para que puedas esconderte en tu habitación y lamentarte de todo lo ocurrido?

–¡Yo jamás me escondo! –exclamó ella.

–¿No te parece que es eso precisamente lo que estás haciendo ahora?

Paula conocía la táctica de Pedro. Deliberadamente le estaba poniendo un cebo para que no se pudiera resistir al desafío. Lo único que había tenido de su lado a lo largo de todos aquellos años había sido su fuerza y su resolución. Se había obligado a dejar de ser una adolescente asustada y desesperada para convertirse en una mujer que podía cuidarse de sí misma pasara lo que pasara. Había en juego mucho más que el orgullo. Estaba su fe en su fuerza para enfrentarse a la adversidad. Sin eso, ¿Cómo se podía enfrentar a un futuro que se cernía sobre ella como si se tratara de un agujero negro? Ya no tenía familia. Ni amigos. Ni perspectivas laborales, tal y como demostraba su búsqueda diaria de trabajo. Si se dejaba debilitar, no sobreviviría. Miró a Pedro y vió la anticipación que emanaba de él. Esperaba que ella se decidiera.

–¿Dónde está tu barco?

Tres horas más tarde, Paula era una mujer completamente diferente. Su boca esbozaba una gran sonrisa que producía una extraña sensación en el vientre de Pedro. El miedo había desaparecido de su rostro y, en aquellos momentos, sus ojos brillaban de alegría, rivalizando con el cielo en su luminosidad. Solo había visto en una ocasión a una mujer que se iluminara desde el interior de aquella manera. Había sido a la Paula de entonces. Su entusiasmo era contagioso. Le resultaba imposible creer que, en aquella ocasión, el ávido entusiasmo de ella no fuera real. No había miradas seductoras ni armas femeninas. Se centraba en el barco y en la sensación de velocidad que sentían mientras daban vueltas a la isla. Sus carcajadas aún resonaban en los oídos de Pedro. Se había comportado como una niña en una montaña rusa.

–¿Has visto el tamaño de ese pulpo? –le preguntó ella tras salir a la superficie acompañada de él y quitarse el tubo de respiración de la boca–. Era increíble, sobre todo el modo en el que se movía.

–¿Te gusta el pulpo? Podría cazarlo para cenar –dijo él, como si fuera un adolescente enamorado presumiendo delante de una chica guapa.

Culpable: Capítulo 31

Luca le había hecho regalos muy caros, como el exquisito collar que se encontró en su dormitorio la noche de autos. Toda la casa había oído cómo lo amenazaba cuando él se negó a dejar que se marchara. Aquella noche, él había estado bebiendo, preocupado sin duda entre lo que su esposa necesitaba y lo que su amante le pedía. Había ido al dormitorio de Paula con un regalo muy caro para aplacar su ira. Sin embargo, allí habían vuelto a pelearse y ella le había empujado. Entonces, él se golpeó contra la chimenea y se abrió la cabeza. En cuanto a la acusación de Paula hacia Bruno, él tenía una coartada sólida. Vanesa había encontrado a Luca moribundo, en brazos de Paula.

Pedro se echó a temblar al recordar las imágenes de televisión por las que se había enterado de la tragedia. Ni siquiera podía culpar a su hermano por la atracción fatal que sentía por la joven. Sabía bien lo difícil que Vanesa podía llegar a ser y se imaginaba que en los meses posteriores al parto ella había sido particularmente exigente. Además, tenía experiencia de primera mano sobre el poder de Paula. Él mismo había caído presa de su embrujo en cuestión de unas pocas horas. ¿Cómo no iba a haber sucumbido Luca,cuando tenía aquella tentación metida en casa todos los días? Luca era tan solo un ser humano. No obstante, eso no excusaba la aventura. Se volvió para mirar a la mujer que, en aquellos momentos, estaba paseando sola por la playa. Tenía la cabeza agachada y se abrazaba con fuerza el cuerpo. La confusión se apoderó de él al recordar el miedo que ella había experimentado. Porque pensaba que había visto a Bruno Scarlatti. ¿Tal vez porque era cierto que él había matado a Luca? Aquel pensamiento lo dejó sin respiración. No era posible. El tribunal había repasado todas las pruebas. Incluso habían sacado huellas de Paula en el collar que Luca le había regalado aquella noche. Y había un testigo que situaba a Bruno en otro lugar a la hora del fallecimiento de Luca. Sin embargo... Había algo que no encajaba. Se obligó a concentrarse en los hechos. Las pruebas apoyaban la culpabilidad de Paula, pero ella sentía un miedo atroz hacia Scarlatti. ¿Había sido verdad aquella parte de la historia? ¿Había intentado forzarla Scarlatti? Apretó los puños con fuerza, tanto que se echó a temblar. ¿Podría tratarse de eso? Deseó que Scarlatti estuviera allí en aquellos momentos. Pedro necesitaba una válvula de escape para la ira que lo atenazaba.

miércoles, 22 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 30

Pedro supo que ella le había dicho la verdad. Quería asegurarle que estaba a salvo. Quería volver a tomarla entre sus brazos para no dejarla escapar nunca más. No sabía si era porque ella tenía miedo o porque necesitaba encontrar cualquier excusa para volver a tocarla. Dejó caer la mano.

–¿Por qué tienes miedo de él?

–No importa.

–¿Te fue a visitar cuando estabas en la cárcel?

–¡Él! ¿Visitarme a mí? Debes de estar bromeando. En cinco años, mis únicas visitas fueron un par de criminólogos que estaban escribiendo un libro sobre las mujeres y los crímenes pasionales – comentó con sarcasmo–. Me dijeron que yo era un caso fascinante.

Paula se apartó de él para ponerse al sol. Allí, se frotó los brazos con las manos como si quisiera calentarse. Pedro la observó atónito. ¿En cinco años no había tenido visitas? ¿Y su familia y amigos? Entonces, recordó la entrevista de su madrastra y recordó que las relaciones familiares de Paula eran muy tensas. Sin embargo, estar sola tanto tiempo... No sintió sensación de triunfo alguna. Solo pesar al ver cómo ella trataba de no mostrar emoción alguna.

–Cuéntame, Paula –dijo–, ¿Por qué tienes miedo de Bruno Scarlatti?

Ella se encogió de hombros.

–Creo que acordamos no hablar del pasado. Cumplamos con lo prometido. No te gustaría lo que tengo que decir.

Pedro decidió que no había razón alguna para intentar obligarla a hablar. Paula había demostrado en repetidas ocasiones que no se dejaba vencer por la presión. Sin embargo, no se podía negar el terror que había sentido. Algo había ocurrido, algo que había asustado a una de las mujeres más valientes y autosuficientes que él conocía. Pensó en lo que Paula había declarado en el juicio. Había afirmado que había sido Bruno Scarlatti, y no Luca, el que había entrado en su dormitorio aquella noche. Se había enterado de lo ocurrido aquella tarde entre Luca y Paula, cuando ella le había suplicado que la dejara marchar inmediatamente para ir a visitar a su padre enfermo. Comprensiblemente, Luca se había negado porque estaba muy preocupado por la salud de Vanesa. Como la niñera estaba de baja por enfermedad, necesitaban a Paula. La conversación había terminado con ella gritando que encontraría el modo de marcharse a pesar de su contrato. Según había declarado, Bruno le había prometido que la ayudaría a persuadir a Luca para que la dejara marcharse y ella, inocentemente, le había franqueado el paso a su dormitorio. Una vez en el interior, presuntamente la había atacado y había intentado violarla. Luca había escuchado el ruido y había acudido en su ayuda. En la refriega con Bruno, se había golpeado la cabeza contra la chimenea y había fallecido en el acto.

Pedro se frotó la cabeza y recordó todas las incongruencias de la declaración de Paula. El tribunal la había invalidado basándose en las pruebas que había de su culpabilidad. Pia también había declarado. Dijo que Luca y Paula estaban teniendo una apasionada aventura. Bruno había dicho exactamente lo mismo. Él la había definido como una provocadora, que conocía bien el poder que tenía sobre los hombres y que fanfarroneaba sobre cómo era capaz de conseguir lo que fuera de su jefe. La había visto con Luca en repetidas ocasiones e incluso había proporcionado fechas y horas.

Culpable: Capítulo 29

–Lo siento. He reaccionado exageradamente. Ví que alguien se dirigía hacia mí en la oscuridad y...

–Lo siento mucho, signorina. No quería asustarla.

–Le ruego que no se disculpe –le dijo Paula–. El error ha sido mío.

–Está bien, Salvador –intervino Pedro–. Todo está bien. Puedes marcharte.

El hombre se marchó. Paula estuvo a punto de desmoronarse. La adrenalina le estaba bajando rápidamente. Sentía incluso náuseas.

–Paula, ven a sentarte en la sombra...

De repente, ella fue consciente de la postura tan íntima en la que se encontraban. El firme cuerpo que la apoyaba. Los latidos del corazón. Sentía una profunda necesidad de acercarse a él y perderse entre sus brazos... Él era tan profundamente masculino y ella tan débil... Ese pensamiento la hizo apartarse inmediatamente.

–Lo siento –susurró.

Se sentía profundamente humillada. ¿Qué pensaría Pedro de ella? Lo sabía perfectamente. Durante el juicio, la acusación la había presentado como una femme fatale, que utilizaba la promesa de su cuerpo para conseguir favores de un jefe indulgente. Domenico seguramente había pensado que estaba utilizando una táctica similar con él para ganarse su simpatía. Sintió un profundo desprecio por sí misma. ¿Cómo podía haberse refugiado en él de aquella manera? Consiguió recorrer la distancia que la separaba del embarcadero y se apoyó contra la pared. Allí, trató de dejar a un lado la vergüenza que sentía y se volvió hacia él. Domenico la observaba con el ceño fruncido y mirada penetrante.

–Ahora que estamos solos, quiero que me digas de quién creías que estabas huyendo. ¿De quién tienes tanto miedo?

¿Miedo? Paula soltó una carcajada y se incorporó.

–Cuéntamelo, Paula.

Ella levantó la barbilla con obstinación.

–No tengo nada que contar. Ví alguien viniendo hacia mí en la oscuridad y me asusté.

-Tú no te asustas tan fácilmente.

–¿Y cómo lo sabes? No creo que seas un experto en mí.

–No eres una mujer cobarde. Te enfrentaste a los paparazzi. Te enfrentaste a mí.

–No tengo nada que contar –replicó ella sin mirarlo a los ojos.

–Eres una mentirosa.

Paula se estremeció.

–Pensaba que habíamos acordado dejar las acusaciones a un lado –dijo, sin poder enmascarar la verdad.

–No estoy hablando del pasado, sino del presente, de lo que ha ocurrido aquí mismo –afirmó él–. Estabas completamente aterrorizada.

–Te aseguro que no hay nada que pueda asustarme. Después de los últimos cinco años, eso es imposible.

Pedro estuvo a punto de creerla, pero el terror que había sentido en ella mientras la tuvo entre sus brazos había sido inconfundible. Se acercó a ella y notó como se tensaba. Ella levantó el rostro tal y como él había imaginado. Paula había demostrado en repetidas ocasiones que no era ninguna cobarde. Se enfrentaba a lo que temía. Hasta hacía unos minutos, en la oscuridad del embarcadero. De repente, Pedro comprendió cuál era el único terror que podría hacer correr a una mujer como Paula.

–¿Quién es, Paula? –le preguntó mientras comenzaba a acariciarle suavemente la piel de la mejilla–. ¿De quién tienes miedo?

Ella parpadeó. Se apretó contra la mano de Pedro y dejó que el placer se despertara en su interior.

–Bruno –susurró–. Bruno Scarlatti. El jefe de seguridad de tu hermano.

Culpable: Capítulo 28

Quince minutos más tarde, Paula bajó corriendo las escaleras que la conducían a la playa. Había estado revolviendo en un armario lleno de trajes de baño de marca durante un rato y finalmente había escogido el más sencillo que pudo encontrar. No pensaba exhibirse delante de Pedro con un minúsculo bikini. A pesar de todo, no dejaba de pensar en cómo la prenda se le ceñía al cuerpo bajo la falda y la camisa. Recordó la expresión que vió en los ojos de él y su cuerpo no tardó en reaccionar. Lo había sorprendido observándola con mucha frecuencia con el ceño fruncido, como si ella fuera un enigma que él tuviera que resolver. O tal vez calculando cuánto tiempo tardaría ella en aceptar la fortuna que él le ofrecía a condición de que dejara de proclamar su inocencia.

Apretó la mandíbula. Lo primero que haría cuando encontrara trabajo sería pagarle aquel bañador, aunque tardara meses en poder hacerlo. Llegó al embarcadero. Estaba protegido por una caseta y, en su interior, todo estaba en penumbra. Sus ojos tardaron unos instantes en acostumbrarse a la poca luz. Parpadeó al ver la silueta de la motora que estaba atracada en su interior. ¿Era aquel el barco que iban a tomar? Se estaba preguntando si debía esperar en el exterior cuando captó movimiento. Desde el otro lado del barco, un hombre se dirigió hacia ella. Tenía una complexión fuerte y un ancho cuello. Se movía con sorprendente agilidad. Su traje oscuro se mezclaba con las sombras, pero, a medida que los ojos se le fueron ajustando a la luz, Paula captó una nariz rota y unas enormes manos. El vello se le puso de punta. El terror se apoderó de ella. Se quedó inmóvil. Había reconocido a aquel hombre. El sabor de la sangre le indicó que se había mordido la lengua. Rápidamente, se dirigió hacia la puerta. A cada paso que daba, se imaginaba aquellas enormes manos agarrándola, capturándola, castigándola.

Se dirigió hacia la puerta con las manos extendidas. Derribó algunas latas por el suelo y estuvo a punto de caerse, pero no se detuvo. Toda su atención se centraba en aquel pequeño rectángulo de luz que suponía la salvación para ella. La desesperación la atenazaba. Con un sollozo, salió al exterior y se vió cegada por la luz. De repente, su huida se vio interrumpida por un sólido y firme cuerpo. Era Pedro.

–Por favor... Ten cuidado... Está ahí... está...

–Paula –dijo él estrechándola entre sus brazos–, ¿Qué es lo que pasa?

–¡Ten cuidado! Él...

–Lo siento, señor –dijo una voz desconocida a espaldas de Paula–. Estaba poniendo provisiones en el barco. No quería asustar a la señorita.

Paula giró la cabeza y miró con recelo al hombre que acababa de salir del embarcadero. Era un desconocido. El corazón le dió un vuelco en el pecho al tiempo que las rodillas se le doblaban. Se tuvo que agarrar a Pedro para no caerse. No era él. Observó el rostro y los ojos del desconocido, que expresaban una profunda preocupación. Lo que había pensado que era un traje de guardaespaldas era un uniforme compuesto por pantalones oscuros y camisa. El hombre era un simple empleado, no el que ella había temido. Al ver la preocupación que mostraba el hombre, Paula trató de esbozar una sonrisa, pero no pudo conseguirlo.

–Paula... –susurró Pedro mientras, sin soltarla, comenzaba a frotarle la espalda para tranquilizarla.

Culpable: Capítulo 27

Paula caminaba de regreso a la casa cuando una persona se interpuso en su camino.

–¿Te gustaría venir a bucear conmigo?

La sospecha se apoderó de ella. Efectivamente, Pedro y ella habían accedido a firmar una tregua. Él le permitía moverse con libertad por la finca e incluso el acceso a Internet para que ella pudiera buscar un trabajo, como si alguien fuera a contratarla con su pasado. Sin embargo, llevarla de excursión...

–No, gracias. Debería mirar mi correo electrónico.

–Eso lo puedes hacer cuando regresemos. Vamos, estará bien salir de la isla.

–¿Por qué?

–Porque estoy harto de correos electrónicos, indicadores de actuación y de informes financieros. Ha llegado la hora de tomarse un respiro –dijo él. Esbozó una amplia sonrisa que le dibujó un hoyuelo en la mejilla.

Paula se quedó sin respiración. Era tan atractivo...

–Yo debería...

–No me estarás evitando, ¿Verdad, Paula?

–¿Y por qué iba yo a hacer algo así?

–Tal vez porque te pongo nerviosa.

Tenía razón. Por mucho que Paula se dijera que Pedro no tenía poder alguno sobre ella, sabía que no era verdad. Más que miedo, era la atracción por un hombre tan atractivo y tan fascinante.

–¿Y por qué ibas a ponerme nerviosa?

–No lo sé.

–No tengo traje de baño.

Pedro sonrió.

–De eso no tienes que preocuparte. Encuentra uno en la caseta que hay junto a la piscina.

–No, gracias...

–¿Por qué no? ¿Es que no quieres disfrutar del mar?

–No acepto que me regalen ropa –dijo. No estaba tan desesperada.

–No se trata de eso. Es lo que hacemos aquí por nuestros invitados. La mamma de Adrián se lo pasa genial comprando sombreros, pareos y bañadores para nuestros invitados. Te sorprendería a cuántas personas se les olvida antes de venir aquí. Venga, Paula. Deja a un lado tu orgullo y diviértete. Te prometo que eso no te comprometerá en nada.

El sonido del mar le recordó a Paula que, si se negaba, la única persona que sufriría por aquella demostración de orgullo sería ella.  Nadar en el Mediterráneo era algo que siempre había deseado hacer. ¿Cuándo volvería a tener la oportunidad? Cuando consiguiera por fin encontrar un trabajo tendría que utilizar todo el dinero del que disponía para poder viajar.

–Gracias –dijo, por fin–. Sería muy... agradable.

La expresión que vió en los ojos de Pedro no fue de triunfo, tal y como había esperado, sino de placer.

–Bien –respondió mientras le indicaba dónde se encontraba la caseta de la piscina–. Encontrarás todo lo que necesites ahí. No te olvides del sombrero. Te estaré esperando en el barco.

Culpable: Capítulo 26

Un día más tarde, Pedro estaba de pie junto a la ventana de su despacho. El sonido de unas carcajadas le había apartado de su ordenador. Sobre la zona pavimentada que había junto a las escaleras que llevaban a la playa, estaban Giuliana y Paula. Ella iba vestida de nuevo con su falda vaquera y su camisa azul. Se inclinaba para marcar las piedras con una tiza. A Pedro le resultaba imposible apartar los ojos de la tela vaquera que se le tensaba sobre el firme trasero.

–¿Me ha llamado, jefe? –le preguntó Adrián tras llamar a la puerta del despacho.

–¿Has visto con quién está jugando tu sobrina?

–Se llevan muy bien, ¿Verdad?

Pedro frunció el ceño.

–¿No te preocupa que Giuliana esté jugando con una mujer que estuvo en prisión por matar a un hombre?

Se produjo un largo silencio. Pedro se volvió a mirar a Adrián.

–El pasado, pasado está, jefe. Incluso el juez dijo que no fue premeditado. Además, ella adora a los niños. Todo el mundo lo ve. Mamma le deja jugar con Giuliana. No hay más que decir.

La mamma de Adrián era una mujer implacable, astuta y excelente juez de carácter. Llevaba siendo ama de llaves de los Alfonso desde hacía más de treinta años y, junto con Luca, había criado a Pedro tras la muerte de sus padres.

–Tal vez la signorina Chaves no es la mujer que usted cree.

Pedro se tensó. No necesitaba los consejos de Adrián, aunque fuera el mejor jefe de seguridad que había tenido nunca. No obstante, no podía desacreditar sus palabras. ¿Estaban hablando de la misma mujer que, años atrás, había sido acusada de seducir a su hermano casi bajo las narices mismas de su esposa? Si no hubiera experimentado de primera mano lo poderosa que era su estrategia de seducción, jamás habría creído que Sandro pudiera ser infiel. Entonces, ella solo tenía dieciocho años. ¿La habían cambiado los últimos años en la cárcel? Lo que él mismo había visto le recordaba a la muchacha que había llamado su atención, aunque era más dura y mucho más segura de sí misma.

La frustración se apoderó de él. No estaba acostumbrado a la incertidumbre, ni en los negocios ni con las mujeres. Normalmente, su instinto en ambos casos le funcionaba muy bien. ¿Estaba viendo lo que quería ver? Mejor aún, ¿Veía lo que ella quería que él viera? Una tensión desconocida se apoderó de Pedro. Ella había sido capaz de hacerle dudar donde antes había estado completamente seguro. ¿Por qué mantenía su inocencia después de tanto tiempo? Una vez más, recordó al inexperto abogado de oficio que la defendió. ¿Habría sido el veredicto diferente con un abogado mejor? La incomodidad se apoderó de él. Sabía que su curiosidad tenía tanto que ver con la atracción como con la necesidad de comprender. Su interés en todo aquello tenía que ver más con evitar que Paula Chaves fuera hablando de lo ocurrido y hacer daño así a su familia. Desgraciadamente, el asunto de había convertido en algo mucho más personal.

lunes, 20 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 25

¿Le decía aquello para suavizarla y conseguir que firmara el papel o tal vez era porque Pedro había comenzado a dudar de su culpabilidad? En absoluto. Eso era imposible. Sin embargo, la paz era lo que realmente ansiaba.

–De acuerdo –dijo ella. Extendió la mano y Pedro, tras un instante de duda, se la estrechó.

Paula lo lamentó inmediatamente. El fuego saltó entre ellos y se le extendió por todo el cuerpo. Se preguntó si él también lo habría sentido. Su rostro se había tensado.

–¿Te parece si me llamas Pedro? Y yo te llamaré Paula.

El tiempo pareció volver atrás, como si estuvieran de nuevo en Roma y se hubieran encontrado por casualidad en una exposición.

–No creo que...

–Así sellaremos nuestra tregua –insistió él mirándola fijamente.

–Está bien.

Paula se negó a sentirse emocionada por algo que hubiera hecho Pedro, en especial algo tan trivial. Sin embargo, no le parecía trivial en absoluto. Le parecía... Trató de encontrar la palabra que describiera las sensaciones que había estado experimentando, pero fracasó.  Entonces, él asintió y le soltó la mano. A pesar de todo, Paula siguió sintiendo la huella de la mano de Pedro en la de ella. Notaba también un hormigueo por la espalda al recordar el modo en el que él había pronunciado su nombre con aquel delicioso acento italiano. Tenía la incómoda sensación de que acababa de cometer un error.

Mientras caminaban de regreso a la casa, los dos permanecieron en silencio. La luz del atardecer alargaba sus sombras y, por primera vez en semanas, Pedro sintió algo parecido a la paz. Paz con Paula Chaves a su lado. Sus negocios estaban en un punto en el que estaría dedicándoles todas las horas del día. Además, estaba la respuesta histérica de Pia a los últimos artículos publicados y estaban también sus propios sentimientos sobre la puesta en libertad de la asesina de su hermana Y, sin embargo, allí estaba, paseando con ella en el lugar en el que se refugiaba de las constantes exigencias de su vida. ¿Estaba loco por haberla dejado ir allí? Sin embargo, demasiadas cosas estaban en juego. Tenía que convencerla.

De repente, ella se detuvo. Pedro se volvió para ver lo que estaba haciendo y vio que ella se había quitado las sandalias y que había empezado a caminar descalza sobre la orilla de la playa, dejando que las olas le acariciaran suavemente los tobillos. Tenía un aspecto... muy atractivo. El pulso se le aceleró. Ella se dió cuenta de que la estaba observando y lo miró. Instintivamente, Pedro se acercó. ¿Iba ella a acceder a lo que le había pedido? Sabía que era mejor no meterle prisa.

–Paula... –dijo.

Le gustaba pronunciar aquel nombre. Demasiado. Aquello era un asunto que debía resolver. Nada más. Un asunto que concernía a su familia.

–Yo...

–¿Sí? –preguntó él con expectación. No era propio de ella dudar.

Iba siempre directa al grano.

–Jamás te lo dije, pero...

Pedro sintió que se le tensaba el vientre. No había lógica alguna en el hecho de que ella lo turbaba mucho más que otra mujer.

–Lo siento. Normalmente me muestro mucho más coherente.

–Ni que lo digas.

Paula lo miró a los ojos.

–Sé que acordamos no hacer más acusaciones y comprendo que no hay razón alguna en seguir insistiendo en mi inocencia, pero hay algo que tienes que saber... Se detuvo casi como si estuviera esperando que él la interrumpiera, pero Pedro no tenía intención alguna de hacerlo.

–Siento mucho lo de tu hermano. Su muerte fue una verdadera tragedia para su esposa, para su hijo y para toda su familia. Era un hombre bueno, cariñoso. Siento mucho que él muriera y siento haberme visto implicada en su muerte.

–Gracias –susurró con voz ronca por la emoción que le habían producido aquellas palabras. Su dolor parecía haberse renovado, pero, con el dolor, experimentó algo muy parecido a la paz–. Te estoy muy agradecido.

–Me alegro –musitó ella. Entonces, giró la cabeza y comenzó a mirar el mar–. Escribí a tu cuñada hace algún tiempo y le dije lo mismo. No estoy segura de que leyera la carta.

–¿Escribiste a Vanesa? –le preguntó asombrado. Su cuñada no le había dicho nada.

Miró a Paula, a la mujer que tan bien había creído conocer y le pareció que no la conocía en absoluto. Ella lo confundía una y otra vez, haciéndole sentir emociones completamente inesperadas.

Culpable: Capítulo 24

–¿Para gobernar a mis súbditos?

–No, pero, dado que la tradición familiar significa tanto para usted, podría restaurarlo.

–Ah, pero este lugar es una adquisición, no una herencia. Lo compré hace años para celebrar mi primer éxito.

–¿Éxito?

–Sí. ¿Acaso pensaba que los Alfonso no tenemos que trabajar? ¿Que vivimos de las rentas sin hacer absolutamente nada? –le preguntó. Paula no respondió–. Veo que eso es exactamente lo que piensa. Nos considera unos parásitos y unos vagos, ¿Verdad?

–En absoluto. Sé que su riqueza comenzó con su herencia, pero usted se labró su propio futuro como empresario. Tiene reputación de trabajar muy duro y de tener una suerte fenomenal.

–No se trata de suerte, sino de cálculos muy cuidadosos.

Paula se encogió de hombros.

–Sea cual sea la razón, en los mercados se le llama Il Alfonso, el zorro. Y con razón.

–Resulta fascinante que sepa tanto sobre mí –dijo él, con voz tan suave como el terciopelo.

Instintivamente, Paula dió un paso atrás. Solo uno. Nunca cedía terreno. Aquello era una invitación para que la avasallaran.

–Me pareció prudente saber a lo que me enfrentaba.

–No había ningún conflicto entre nosotros –replicó él muy sorprendido.

–¿No? La influencia de su familia me puso entre rejas.

–A ver si dejamos una cosa muy clara –dijo él bastante molesto– . Mi familia no hizo nada más que esperar el resultado del juicio. ¿Qué está usted implicando? ¿Que amañamos el resultado del juicio? ¿Que sobornamos a la policía o a los jueces? Fueron las pruebas la que la condenaron, señorita Chaves. Nada más. Le doy mi palabra. Nosotros nos movemos dentro de la ley. ¿Acaso no me cree? –le preguntó él al ver que Paula no respondía.

La verdad era que no lo sabía. No había duda alguna de que ella había estado en desventaja por la calidad de su abogado comparado con los de la acusación. Además, estaba la evidente simpatía que todo el mundo sentía por Vanesa, la hermosa viuda y joven madre. Por si esto fuera poco, estaba Bruno Scarlatti, el guardaespaldas de Luca y principal testigo de la acusación. Era ex policía y, como tal, había brillado en el tribunal. Su testimonio había sido claro y preciso, carente por completo de sentimientos. Fue ese testimonio lo que hundió a Paula y puso en su contra al tribunal.

–Yo... no lo sé.

–No estoy acostumbrado a que se dude de mi palabra –afirmó él.

–Créame si le digo que esa sensación no se hace más llevadera con el tiempo.

Pedro se dió cuenta de que estaba hablando sobre sí misma. Paula estuvo a punto de soltar una carcajada, pero no lo hizo. Después de tanto tiempo, llevar la carga de la culpabilidad era como llevar una herida abierta. Era algo que había cambiado su vida irrevocablemente. Se dió la vuelta. Su disfrute del paseo había quedado olvidado.

–Espere –le dijo él.

–¿Qué? –le preguntó ella volviéndose de mala gana para mirarlo.

–Esto... no sirve de nada.

–¿Y?

–Por lo tanto, propongo una tregua. Tú serás mi invitada y yo te trataré como tal. Tú, a tu vez, me corresponderás. No habrá más acusaciones por parte de ninguno de los dos.

Culpable: Capítulo 23

–No debería terminar las frases de otras personas. Iba a decir que tiene una piel muy delicada y sin mancha alguna –añadió, contemplándole el rostro de una manera que provocó un extraño hormigueo en la piel de Paula–. Tiene el lustre de las perlas, con un ligero toque rosado.

Paula se giró hacia él con las manos en las caderas, dispuesta a acusarle de burlarse de ella. Ya no era la muchacha inocente a la que se podía seducir con bonitas palabras. Sin embargo, el gesto que vió en el rostro de Pedro le dejó sin palabras. No había mofa en su rostro. Parecía mirarla con asombro, como si estuviera también sorprendido por las palabras que acababa de pronunciar. Los ojos oscuros la miraron, caldeándole la sangre. Algo restalló entre ellos, algo parecido a la electricidad estática, algo que le puso a Paula el vello de punta y le secó la boca. Los dos se separaron bruscamente. Paula no era la mujer que él había pensado que conocía. Pedro observó cómo ella recorría el polvoriento sendero que los llevaba por la isla con entusiasmo, como si realizar aquella actividad fuera una de sus prioridades. Observaba con entusiasmo las espectaculares vistas y el paisaje que él siempre había adorado tanto. ¿Qué había pasado con la mujer que cobraba vida con las luces brillantes y la atención de los hombres, que tan solo buscaba joyas caras y la emoción de la vida en la ciudad? ¿Estaba ocultando su aburrimiento? Si era así, lo estaba haciendo muy bien. Tenía un aspecto relajado, joven, dulce. Resultaba peligrosamente atractiva. Había algo en ella que no había vuelto a ver desde el día en el que se conocieron. Pedro se sentía completamente fascinado. ¿Cómo podía ser? No podía olvidarse de su hermano. Cualquier interés que pudiera sentir por ella debería ser imposible

–¿Es eso un castillo en ruinas? –le preguntó ella.

–Así es.

–Sin embargo, usted decidió construir su casa en el lado opuesto de la isla.

–Allí se está mejor. Ese castillo se construyó para defender la isla, no para disfrutarla.

–Resulta extraño... Yo habría dicho que usted es alguien que preferiría reconstruir las posesiones familiares en vez de empezar de cero. Después de todo, vive en el palazzo que su familia tiene en Roma.

–¿Cree que me importa mucho la tradición?

–No lo sé. No le conozco.

–Solo porque honre a mi familia no significa que viva en el pasado.

Pedro se apoyó contra un muro, tras el cual había una profunda garganta. Con unos vaqueros que se ceñían a sus poderosos muslos y una camiseta de manga corta que dejaba al descubierto la fuerza de sus poderosos antebrazos, él tenía un aspecto muy real. Demasiado terrenal y demasiado sexy. Paula jamás lo había visto así.

–Yo habría dicho que usted preferiría el castillo.

Culpable: Capítulo 22

¿Tan poco acostumbrada estaba a las muestras de consideración o de amabilidad? No era de extrañar, teniendo en cuenta cómo había vivido los últimos cinco años de su vida. ¿Qué era lo que le había dicho a él cuando rechazó su oferta? Que no respondía a las amenazas. Pedro había visto su orgullosa actitud de desafío, su altivez y su necesidad casi destructiva por afirmar su independencia. Recordó el modo en el que se había enfrentado a los paparazzi. Si las amenazas no funcionaban... ¿Qué era a lo que Paula Chaves respondía? Tal vez había otra manera de conseguir lo que Pedro quería. En vez de la exigencia, podría ser que la persuasión fuera más eficaz. ¿No se decía que las moscas se cazan mejor con miel que con hiel? Paula cerró los ojos y escuchó el suave zumbido de las abejas en el jardín, acompañado por el susurró de las olas. Se sentía tan adormilada... Por primera vez en muchos años, no había necesidad de estar constantemente en guardia. Resultaba fácil relajarse allí, demasiado, dado que tenía un futuro que organizar y decisiones que tomar. Debería...

–Me pareció que la encontraría aquí.

Paula se sentó bruscamente en la tumbona. Su anfitrión se interponía entre ella y el sol. Durante un instante, vió tan solo una imponente silueta, descaradamente masculina con anchos hombros, largas piernas y poderosa cabeza. El corazón se le aceleró con algo que no tenía nada que ver con la sorpresa. Hizo ademán de ponerse de pie.

–No se muevas –dijo él. Entonces, se sentó en la hamaca que había al lado.

Paula se sentó muy erguida y lo observó llena de sospecha.

–Pensé que debería llevarla de paseo por la finca.

–¿Por qué?

–Bueno, si se va a quedar un tiempo debería conocer todo esto.

–Usted no quiere pasar tiempo a mi lado –repuso ella–. ¿Por qué me sugiere esto?

–Bueno, es usted una invitada en mi casa y...

–Eso lo dudo. Más bien un problema.

–Yo la invité aquí y, como anfitrión, tengo la obligación de garantizar su seguridad.

–¿Seguridad? –repitió ella con incredulidad mientras observaba el encantador jardín.

–Sí. Hay ciertas cosas sobre las que hay que tener cuidado, como por ejemplo un viejo pozo o zonas de profundos agujeros entre las rocas de la montaña.

–Si cree que es necesario, por supuesto.

–Va bene –dijo él. Se puso de pie y extendió una mano.

Paula fingió no darse cuenta. Lo último que necesitaba era contacto físico con un hombre cuya presencia le aceleraba los sentidos. Se puso de pie rápidamente y se sacudió la falda.

–Lo primero que debe recordar es llevar puesto un sombrero en
todo momento.

–¿Como usted? –preguntó señalando el cabello oscuro reluciendo bajo el sol.

–Yo estoy acostumbrado a los veranos del sur y tengo la piel adecuada para este tiempo –replicó él con una deslumbrante sonrisa. Tenía razón, su piel estaba muy bronceada y hacía destacar los rasgos de su rostro–. Por el contrario, usted...

–He estado entre rejas –completó ella.

Culpable: Capítulo 21

El café había dado pie a un paseo por el Foro, un almuerzo en una íntima trattoria y una tarde visitando las maravillas de la ciudad. Se había divertido más de lo que podía recordar con una mujer que, entonces, era solo Paula para él y Pedro para ella. Una mujer que lo miraba con evidente admiración y que temblaba de inocencia porque él le tomara la mano. Era inteligente, divertida y sincera, lo suficiente para hacerle creer que había encontrado a alguien muy especial. Ella evocaba en él una mezcla de sentimientos. Pasión, delicia y una sorprendente caballerosidad que le había impedido llevársela a la cama aquel mismo día a pesar de que lo que había entre ellos era ardiente y vibrante.

Paula no se había parecido en nada a ninguna otra mujer que él hubiera conocido. El impacto que produjo en él fue tan profundo que él le había sugerido que volvieran a verse cuando él regresara a Roma. Durante su estancia en Nueva York, había estado contando las horas para su regreso. Entonces, la vióen las noticias, cubierta con la sangre de su hermano, mientras la policía la conducía a la comisaría. Vanesa y el personal de Luca se encargaron de contarle la verdad sobre Paula. Ella había seducido a su hermano y había presumido del poder que ejercía sobre él. Debía de haber sabido quién era Pedro en la galería y lo había preparado todo para encontrarse con él. ¿Por qué conformarse con Luca, cuya esposa ya estaba al tanto de la aventura que los dos tenían, cuando el hermano pequeño, igual de rico y además soltero, estaba disponible?

Pedro se mesó el cabello. Se había prendado de ella con una facilidad que lo avergonzaba y lo enfurecía a la vez. No. Ella misma se había buscado el resultado del juicio. A pesar de todo, no podía refrenar la atracción que sentía por ella. La delicadeza de sus rasgos le llamaba la atención sin que pudiera evitarlo. Había estado observándola toda la tarde. Ella parecía fascinada por el jardín, aparentemente contenta por la tranquilidad que reinaba allí. Eso le hizo pensar cómo habría sido su vida en prisión como para anhelar tanto la soledad. Una vez más, se reprendió por el interés que sentía por aquella mujer. Ella no debería significar nada para él, solo un problema que debía solucionar. Sin embargo, se sentía intrigado. El sol de la tarde se le reflejaba en el cabello, haciendo que este brillara como si fuera de oro. Respiraba profundamente, disfrutando del calor, de manera que los senos le subían y bajaban suavemente,  atrayendo así la atención de Pedro.

De repente, se tensó, giró la cabeza y adquirió una postura defensiva. Su tensión era evidente cuando Adrián se le acercó desde la casa. El guardaespaldas le ofreció un sombrero de ala ancha. Durante un momento, ella no pareció dispuesta a aceptarlo. Entonces, Adrián le habló y ella pareció tranquilizarse. Tomó el sombrero y se lo puso. Volvió a hablar y ella sacudió la cabeza. ¿Se estaba riendo?

Pedro observaba la escena, completamente fascinado. Paula Chaves se mostraba muy cautelosa con respecto a él o a los miembros de su equipo de seguridad. Verla relajada y riéndose... ¿Por qué? ¿Porque Adrián le había ofrecido un sombrero para que se protegiera del sol? Era un gesto sencillo que habría hecho cualquiera. Estaban charlando. Ella debía de estar preguntándole sobre la geografía de la zona porque Adrián señalaba hacia tierra firme mientras Paula asentía. Se iba acercando cada vez un poco más. Frunció el ceño. No le gustaba la incomodidad que sentía al verlos juntos. Recordó cómo se le había iluminado el rostro a Paula cuando la doncella le sirvió un delicioso tiramisú de postre y le dijo que era la especialidad de la cocinera y que ella lo había preparado para darle la bienvenida. Ella respondió con sorpresa y alegría y, más tarde, se molestó en decirle a la doncella lo mucho que el postre le había gustado.

viernes, 17 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 20

–Tiene que ganarse el dinero que le estoy ofreciendo.

–¡Ganarme el dinero! –exclamó ella tratando de contener la ira que se había apoderado de ella. Entonces, empujó el documento hasta el otro lado del escritorio–. Mi respuesta es no.

–¿Cómo dice?

–Que no me interesa.

–Debe de estar bromeando. Necesita dinero.

–¿Cómo lo sabe? No me irá a decir ahora que ha podido conseguir tener acceso a mis cuentas bancarias. Eso sería un delito... –añadió meneando la cabeza.

–Si espera una oferta mejor –repuso él conteniendo la ira–, tendrá que esperar sentada. Es una oferta justa.

–¿Justa? Ninguna oferta es justa si no puedo contar mi lado de la historia. ¿De verdad espera que me olvide de lo que me ocurrió? –le preguntó con incredulidad–. Si aceptara su maldito dinero sería lo mismo que admitir mi culpa.

–¿Y?

–¡Maldito sea, Pedro Alfonso! –exclamó ella mientras se ponía de pie y lo atravesaba con una mirada de desprecio–. Me niego a tranquilizar su conciencia o la de su cuñada.

Pedro se levantó también.

–¿Qué es lo que está usted implicando?

–No se haga el ingenuo. La influencia de su familia fue lo que me condenó.

–¿Tiene el valor de sugerir que el juicio no fue justo?

–¡Venga ya! ¿Qué posibilidad tenía yo con un abogado de oficio sin experiencia contra su poder y su influencia?

–Las pruebas la acusaban sin duda alguna.

–Pero no fue eso lo que ocurrió.

–Sería mejor que firmara...

–¿Quién está amenazando ahora? –le preguntó ella mirándolo a los ojos con dureza.

Entonces, se inclinó sobre el escritorio y, con gesto deliberado, estuvo a punto de rozarle la mejilla con los labios. Él abrió los ojos de asombro. Paula se preguntó si ella habría tenido el mismo gesto en el rostro cuando él le desabrochó el cinturón.

–Yo no respondo ante las amenazas –afirmó, acariciándole con sus palabras la bien afeitada mejilla–. La respuesta sigue siendo no.



Maldita mujer. Pedro andaba por su despacho, furioso consigo mismo por no haber podido romper la obstinación de Paula Chaves. Le molestaba tener que darle nada, pero era el único modo de evitar que vendiera su historia. De otro modo, ¿Qué intimidad podrían tener Vanesa y Tomás? El escándalo se prolongaría durante años y perseguiría a Tomás cuando aún era un muchacho. El dinero era la herramienta evidente para conseguir lo que quería. Y ella lo necesitaba desesperadamente. Recordó que una semana antes de que Luca muriera, Paula Chaves se había encontrado con él en una exposición de joyería barroca. Él estaba supervisando la inclusión de algunas joyas familiares, pero se había visto muy distraído por los encantos de la encantadora au pair, que tan fácilmente se sonrojaba. Había sido el hecho de que ella dudara en aceptar la invitación que Pedro le hizo para tomar café lo que lo había enganchado por completo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que una mujer fingió siquiera resistírsele?

Culpable: Capítulo 19

Fuera lo que fuera, no tenía intención alguna de sucumbir a la debilidad. Y él lo sabría muy pronto. Cuando Paula entró en el despacho, Pedro estaba sentado tras su enorme escritorio. Como era de esperar, había adoptado la posición de poder. Ella lo había visto en demasiadas ocasiones como para ignorar la táctica. Él apartó la mirada del ordenador para examinarla. Se fijó en la falda vaquera y en la camisa azul que le hacía juego con los ojos. Era la más bonita que ella tenía y siempre le había hecho sentirse muy segura de sí misma. Por supuesto, estaba ya muy pasada de moda y le estaba algo ceñida alrededor del busto, pero era lo mejor que tenía para vestirse. La mirada de Pedro le dijo que no se sentía muy impresionado.

–Creo que tenía algún asunto del que hablar conmigo –dijo ella mientras tomaba asiento en la butaca que quedaba al otro lado del escritorio y cruzaba las piernas para mostrar su relajación.

Pedro pareció prendado por aquel movimiento, lo que hizo que ella sintiera una profunda satisfacción. Parecía que él no era tan distante como parecía. Este hecho le dio esperanza.

–Sí –respondió él–. Tengo una propuesta para usted.

–¿De verdad? Habría pensado que yo era la última mujer a la que le haría usted una proposición, signor Alfonso. Le ruego que me la diga. Soy toda oídos.

–Usted quiere intimidad y paz lejos de la prensa. Yo la quiero a usted lejos de la atención pública. Nuestros intereses coinciden.

–¿Y?

–Por lo tanto, me gustaría conseguir que la situación fuera permanente.

–No lo comprendo.

Pedro le entregó un documento.

–Léalo y lo entenderá. He hecho que lo redacten en inglés.

–Qué considerado –replicó ella sin entusiasmo alguno. Tal vez había pensado que su italiano, aprendido entre rejas, era inadecuado.

No sabía las horas que se había pasado estudiando documentos legales en italiano. Tomó el papel. Se trataba de un contrato. Casi no se podía creer lo que estaba leyendo.

–Veo que está usted muy desesperado por mantenerme callada –le dijo cuando hubo terminado de leer.

–Yo no diría eso.

–¿No? Muchas personas se quedarían asombradas si supieran lo mucho que me está ofreciendo para evitar que hable.

–¿Es eso una amenaza? –le espetó él.

–No, signor Alfonso. Simplemente una observación.

–Y yo simplemente quiero paz para mi familia. No me podrá decir que la oferta no es generosa.

–¿Generosa?

La cifra que aparecía en el documento era astronómica. Bastaría para empezar la nueva vida que ella tanto anhelaba, para poder establecerse inmediatamente sin tener que depender de su familia. Mirada de ese modo, la oferta resultaba tentadora.

–La condición es que no hable de su hermano, de la esposa de este, del hijo de ambos, de su casa, de usted, de nadie asociado con su familia ni del juicio. Tampoco puedo hablar de mi estancia en la cárcel ni de procedimiento legal alguno. Es decir, se me impedirá realizar comentario alguno sobre lo que me ha ocurrido durante el resto de mi vida.

Culpable: Capítulo 18

–¿Por qué retrasarlo? Preferiría saber ahora mismo qué es lo que quiere.

–No está vestida para hablar de negocios.

Paula se colocó las manos en las caderas. Su pose resultaba desafiante y provocadora a la vez.

–¿Estaría usted más cómodo si yo llevara puesto un traje? ¿Por qué no me lo puede decir ahora?

Una vez más, ella arqueó las delicadas cejas, como si, en silencio, se estuviera riendo de él. Algo saltó dentro de Pedro. Se acercó a ella para inhalar el aroma a jabón y la delicada fragancia de su carne. Lo suficientemente cerca para poder tomarla entre sus brazos si así lo quería. En vez de eso, apretó los puños contra los costados. Paula se negó a moverse, a pesar de que eso significaba que tenía que echar la cabeza atrás para mirarlo. El deseo se despertó en el vientre de Pedro. Por un lado, admiraba el valor de aquella mujer y, por otro, la odiaba por ello. La miró fijamente a los ojos y el pulso se le aceleró una, dos y tres veces. Ella tragó saliva, pero no apartó la mirada. Los segundos fueron pasando. Paula tenía las pupilas dilatadas. Los pechos le levantaban rápidamente por la acelerada respiración, aunque no llegaban a rozarlo a él. Ella le devolvía la mirada con gesto desafiante. No era ninguna criatura tímida o inocente. No obstante, no mantenía una actitud tan distante como quería aparentar. Pedro vió cómo temblaba ligeramente. Cómo sacaba la lengua para lamerse los labios. Entonces, él reprimió una sonrisa. Aquello no era indicativo de que deseara seducirlo, sino simplemente que la boca se le había secado. ¿Por nervios o por excitación? Pedro se acercó un poco más. Vió cómo ella parpadeaba. El pulso se le aceleró aún más. Sin dejar de mirarla, extendió la mano y le tiró del cinturón del albornoz. Ella se tensó aún más, pero no se apartó. Pedro inclinó la cabeza y vió cómo los labios de Paula se suavizaban. Cómo abría los ojos y algo brillaba dentro de ellos. ¿Miedo o anticipación?

–En mi despacho dentro de una hora. Se distraerá usted mucho menos si está adecuadamente vestida. Con eso, se dió la vuelta y se marchó.

Paula recuperó el aliento. El corazón le latía con tanta fuerza en el pecho que parecía que iba a atravesarle las costillas. Se echó a temblar a pesar del calor que sentía por dentro. Los pezones se le habían puesto erectos por el deseo y tenía húmeda la entrepierna. Y todo ello solo por el modo en el que la había mirado. ¿Cómo era posible? Se sentía asombrada, furiosa y avergonzada. Su cuerpo la había traicionado. Y lo peor era que él se había dado cuenta. Había visto cómo se le reflejaba el triunfo en la mirada cuando le desabrochó el cinturón. Con manos temblorosas, se lo volvió a abrochar, con más fuerza en aquella ocasión, aunque ya no servía de nada. Él ni siquiera había mirado atrás, tan seguro estaba de haber conseguido lo que quería. Sabía que ella era vulnerable hacia él. Sabía que ella lo deseaba. Este hecho hizo saltar por los aires la seguridad que ella tenía en sí misma. Quería fingir que no era verdad. Sin embargo, ocultarlo no la llevaría a ninguna parte. Tenía que enfrentarse a ello. Se aseguró que aquello no tenía nada que ver con Pedro Alfonso. Que la atracción que había sentido en el pasado por él había desaparecido. No era Pedro en sí, sino lo que representaba. Un hombre masculino y viril que la excitaba. ¿Quién no lo estaría ante tan potente masculinidad? Paula llevaba mucho tiempo apartada de los hombres. Simplemente, su cuerpo le recordaba que seguía siendo una mujer. Eso era todo. Prefirió no pensar que no había sentido nada parecido a aquello por Adrián.

Culpable: Capítulo 17

Ella estaba apoyada sobre la barandilla, con los ojos fijos en la tierra firme que se adivinaba en la distancia. Pedro observó los hombros caídos, la suave curva de los brazos. Le recordó a la angustia que había visto en ella el día anterior, en la que había sido su antigua habitación en el palazzo. Ambas visiones despertaban en él un instinto de protección que jamás habría esperado sentir con aquella mujer. En realidad, casi se había visto convencido por el dolor que había visto en sus ojos. Sin embargo, ella le había sacado muy pronto de su error. Tan solo había sido un acto, astuto y deliberado, para hacerle creer su historia de inocencia. ¿Inocente? ¿La mujer que había seducido a su hermano para luego matarlo? En una ocasión, le había parecido sentir una conexión con aquella muchacha. Sin embargo, antes de que pudiera caer por completo en su hechizo, la tragedia y la dura realidad habían intervenido para revelar su verdadera naturaleza.  Recordó el juicio. La declaración del jefe de seguridad de Luca y de Vanesa, la viuda de Luca. Los dos afirmaron que Paula Chaves había seducido deliberadamente a Luca. Cuando se hizo evidente que la relación de Paula con Luca era primordial para el caso, ella había solicitado que le hicieran una prueba médica para demostrar su virginidad. La acusación había argumentado con éxito que lo que importaban eran sus intenciones, no si la relación se había consumado o no. Al final, se terminó por desechar la posibilidad de una prueba médica, aunque, durante un tiempo, ella pareció ganarse la simpatía de la sala a pesar del resto de las pruebas. Observó las piernas desnudas, los pies descalzos sobre la hierba y algo le palpitó en el pecho. ¿Estaría desnuda bajo el albornoz? El cuerpo se le tensó. El pulso se le aceleró. Y se maldijo por ello. No debía desear a Paula Chaves. De repente, como si ella presintiera su presencia, se dio la vuelta.

–¿Qué está haciendo aquí? –le preguntó en tono desafiante.

–Esta es mi casa. ¿Acaso se ha olvidado?

–Usted me dió a entender que estaría aquí sola.

–¿Sí? ¿Está segura? No alcanzo a ver lo que mis planes de viaje tienen que ver con usted –dijo, sin decirle que había llegado aquel mismo día.

Paula se limitó a observarlo atentamente, como si estuviera preparándose para la batalla.

–Ha venido para asegurarse de que no robo la plata –comentó ella.

–Eso se lo dejo a mi equipo de seguridad –replicó él..

–¿Qué es lo que quiere de mí?

–Tengo cierto asunto del que hablar con usted, pero...

–¡Ja! ¡Lo sabía! –exclamó ella cruzándose de brazos.

Pedro tuvo que contenerse para no centrar la mirada en el delicioso abultamiento de sus pechos.

–¿Qué era lo que sabía?

–Que era demasiado bueno para ser verdad –replicó ella–. Nadie da nada sin pedir algo a cambio. Y mucho menos usted –añadió mirándolo de arriba abajo con cierto desprecio.

–Está aquí, ¿No? A salvo de los medios.

–Pero, ¿A qué precio? –le preguntó ella dando un paso al frente–. Esta oferta tiene sus condiciones, ¿Verdad? Un precio que tengo que pagar.

–Soy un hombre de palabra –replicó–. Le he ofrecido un santuario y lo tiene. No hay condiciones.

–¿Significa eso que soy libre para marcharme?

Pedro dió un paso atrás y señaló los barcos que había atracados en la bahía.

–Incluso le proporcionaré medio de transporte.

–Pero me quiere lejos de la atención del público.

–Por supuesto. Sin embargo, no la tengo prisionera. En este país hay leyes. Si decide quedarse... podemos hablar de ese asunto cuando esté vestida –dijo mientras consultaba su reloj. Eran las once–. ¿Qué le parece a mediodía?

Culpable: Capítulo 16

Había soñado muchas veces con la libertad, pero jamás había imaginado un lugar como aquel. Agarró con fuerza la barandilla. Eran demasiadas sensaciones que asimilar. Demasiados cambios del mundo gris y monótono que había conocido durante aquellos cinco años. Un instante más tarde, tomó un albornoz de algodón y se lo puso sobre su raído camisón. Se anudó el cinturón y bajó por la escalera de caracol que salía de su balcón. Vió una hermosa piscina que parecía fundirse con el mar. El césped le acariciaba los pies mientras se dirigía a la balaustrada desde la que se podía admirar el horizonte. Se detenía una y otra vez para admirar las flores, los rincones inesperados y las modernas esculturas que adornaban el jardín de la imponente mansión.

–¿Quién eres tú? Yo me llamo Giuliana y tengo seis años –le dijo una niña en italiano.

Paula se volvió y se encontró frente a unos ojos oscuros llenos de curiosidad y una alegre sonrisa. Automáticamente, ella sonrió también.

–Me llamo Paula y tengo veinticuatro años.

–¡Qué vieja eres! –exclamó la niña mientras la observaba desde su escondite, situado entre dos palmeras–. ¿No te gustaría volver a tener seis años?

–Hoy sí –confesó. Sería maravilloso poder disfrutar de todo aquello sin preocuparse por un futuro que se adivinaba muy sombrío.

–¿Quieres jugar conmigo?

Paula se tensó. ¿Quién querría que su hija jugara con una exprisionera?

–Es mejor que hables primero con tu mamá. No deberías jugar con desconocidos, ¿Lo sabes?

La niña la miró muy sorprendida.

–Pero tú no eres una desconocida. Tú eres amiga de Pepe, ¿Verdad?

–¿Pepe? Yo no conozco a...

–Esta es su casa –dijo Giuliana–. La casa y el jardín. La isla entera.

–Entiendo, pero no debo jugar contigo a menos que tu madre nos dé permiso.

–¡Tío Adrián! –gritó la niña, refiriéndose a alguien que estaba a espaldas de ella–. ¿Puedo jugar con Paula? Ella dice que no puedo a menos que mamá me dé permiso, pero mamá no está.

Paula se dió la vuelta. Vió el rostro impasible del guardaespaldas al que le había dedicado sus insultos el día que salió de la cárcel. ¿Tenía que ser precisamente él? Su rostro se cubrió de rubor.

–Eso lo tiene que decidir la nonna, pero no puede ser hoy. La signorina Chaves acaba de llegar. No puedes molestarla –le dijo a la pequeña. Entonces, la tomó de la mano y, tras despedirse de Paula con una inclinación de cabeza, se la llevó a la casa.

Paula se giró para admirar el mar. Seguía siendo hermoso, pero había perdido parte de su encanto. Al menos Adrián no se había mostrado horrorizado porque su sobrina estuviera con una homicida. Sin embargo, se había apresurado a apartarla de su presencia. El dolor le atenazaba el pecho y le impedía respirar. Por muy previsible que hubiera sido la reacción del guardaespaldas, se sentía muy dolida. Los años la habían endurecido. La ingenua e inocente Paula había desaparecido hacía mucho para dar paso a una mujer que contemplaba el mundo con cinismo y desconfianza. Sin embargo, las últimas veinticuatro horas habían sido una revelación. Se había enfrentado a los paparazzi, a Pedro Alfonso, se había enterado de la traición de Silvia y se había enfrentado al lugar en el que su vida había cambiado irrevocablemente. Por último, había visto como el instinto de un hombre lo empujaba a proteger a su sobrina... de ella. Había tardado años en construir las barreras que la protegían del sufrimiento. Había tomado la decisión de no volver a experimentar nunca el terror y el dolor de sus primeros años en prisión. Hasta aquel momento, esas barreras la habían protegido perfectamente. ¿Quién habría pensado que aún tenía la capacidad de experimentar sufrimiento?

miércoles, 15 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 15

Paula abrió mucho los ojos y Pedro se dió cuenta de que se había acercado demasiado. Se separó rápidamente y dejó caer la mano como si la piel de ella le quemara.

–Quiero saber lo que piensa hacer –le dijo.

Ella no era la única afectada por aquel frenesí de los medios de comunicación. Tenía una familia a la que debía proteger.

–Quiero encontrar algún lugar escondido, lejos de todos esos periodistas.

–Puedo conseguírselo –afirmó él.

–¡Aquí no! –exclamó ella.

–No. Aquí no –apostilló Pedro.

Tenía fincas en Italia y en el valle de Napa de California, además de una casa a las afueras de Londres. Cualquiera de aquellos lugares le proporcionaría un escondite adecuado hasta que terminara todo aquello.

–En ese caso, acepto su generosa oferta, signor Alfonso. Me quedaré en el lugar que usted quiera proporcionarme una semana más o menos, hasta que todo este furor se haya acallado.

Paula Chaves debía de estar más desesperada de lo que parecía. Ni siquiera le había preguntado dónde iba a alojarla. Ni con quién.




Paula se despertó rodeada de silencio. Acurrucada en una amplia y cómoda cama, vestida con impecables sábanas de algodón blanco y las más esponjosas almohadas, se sentía invadida por una increíble sensación de paz. Se sentía... segura. ¿Quién habría pensado que le debería a Pedro Alfonso esa tranquilidad? Una noche de descanso absoluto, sin que nada ni nadie la molestara, hasta bien entrada la mañana a juzgar por el sol que entraba a través de las cortinas. No recordaba siquiera la última vez que había dormido tan plácidamente ni durante tanto tiempo. Apartó las sábanas ansiosa por ver dónde estaba. La noche anterior, había despegado del helipuerto que había en la azotea del palacio para dirigirse a un lugar desconocido. Pedro le había dicho simplemente que la llevaría a una de sus casas, en algún lugar en el que pudiera estar alejada de la intromisión de la prensa.  Después de los traumas del día anterior, aquello le había parecido lo mejor. Necesitaba tiempo desesperadamente para lamerse las heridas y decidir qué era lo que iba a hacer. Sin amigos, sin trabajo y con muy poco dinero las perspectivas eran poco halagüeñas. Cuando apartó las cortinas tuvo que contener el aliento. La fuerte luz del sol la hizo parpadear mientras admiraba la vista de un amplio cielo azul, el mar y una playa de arena blanca más allá del hermoso jardín. Aquello era un paraíso.

Paula abrió la puerta y salió al balcón. El calor la envolvió. Los pájaros cantaban acompañados por el suave murmullo del mar. Ella contempló asombrada aquella vista, tratando de absorberla en su totalidad. Sin embargo, sus sentidos estaban sobrecargados. La tranquilidad y la belleza de lo que le rodeaba le llenó sin querer los ojos de lágrimas.

Culpable: Capítulo 14

Paula no estaba en el dormitorio que él le había proporcionado, pero no había tratado de escapar. Sus guardaespaldas le habrían informado de ello. Solo había un lugar en el que ella podría estar, aunque Pedro no había creído que ella tuviera agallas suficientes como para regresar. Recorrió el pasillo con largas zancadas hasta la zona del palazzo que albergaba los departamentos de Luca. La furia se apoderó de él al pensar que Paula Chaves pudiera estar allí, en la habitación en la que le había quitado la vida a su hermano. Era una intromisión que demostraba el desprecio de aquella mujer por todo lo que él y su familia habían perdido. La puerta estaba abierta, por lo que él atravesó el umbral con los puños apretados y el fuego ardiéndole en la sangre. Entonces, la vió y se detuvo en seco. No sabía lo que había esperado, pero ciertamente no era aquello. Paula Chaves estaba acurrucada sobre el suelo, ante la chimenea, con las palmas de las manos apretadas contra el lugar donde Sandro había exhalado su último aliento. Estaba muy pálida. Tenía los ojos oscurecidos por el dolor. Estaba mirando algo que Pedro no podía ver, algo que le nublaba la vista y la empujaba a la introspección. El vello de la nuca se le puso de punta. Dió un paso al frente. Ella levantó la mirada. Pedro se sorprendió al ver la angustia que tenía reflejada en el rostro. Sintió un escalofrío que le recorrió la espalda.

–Lo siento –susurró ella con un hilo de voz–. No debería haber ocurrido... Yo era tan joven y tan estúpida... Jamás debería haberle dejado entrar...

Pedro atravesó la estancia y se agachó junto a ella. ¿Estaba admitiendo lo sucedido? No parecía posible después de tanto tiempo.

–Si no le hubiera dejado entrar, nada de esto habría ocurrido – musitó ella, temblando–. No hago más que pensarlo... Ojalá no le hubiera escuchado. Ojalá hubiera cerrado la puerta con llave...

Pedro frunció el ceño.

–No tenía necesidad alguna de cerrar la puerta con llave por mi hermano. Me niego a creer que él quisiera abusar de usted.

–No estaba hablando de su hermano –le dijo ella volviendo el rostro para mirarlo–. Estaba hablando de Bruno, el guardaespaldas.

No debería haber dejado que Bruno entrara... Pedro se puso de pie inmediatamente.

–¿Sigue defendiendo esa historia?

Ella recuperó su aire desafiante de antes y se levantó también.

–Yo no cuento historias, signor Pedro. Bruno mató a su hermano, pero no se preocupe –dijo–. No lo volverá a oír de mis labios. Estoy cansada de repetirme ante personas que no me quieren escuchar.

Ella hizo ademán de pasar junto a él, pero Pedro le agarró el brazo. Inmediatamente, ella se tensó. Pedro se preparó para enfrentarse a ella, como había ocurrido abajo y casi lo deseó. Sentiría una primitiva satisfacción por dominar aquel fuerte temperamento. Sin embargo, ella se limitó a mirarlo arqueando las cejas.

–¿Quería algo? –le preguntó con voz ácida.

Pedro le miró los labios. Una vez más, se habían vuelto rosados después de que el rostro recuperara su color natural. De repente, sintió algo parecido al deseo. Sintió que se le secaba la boca al ver cómo ella separaba los labios ligeramente, como si tuviera problemas para respirar.

Culpable: Capítulo 13

En aquel momento, la puerta se abrió para dejar paso a una doncella que llevaba una bandeja con café y galletas. El aroma del café, que tanto gustaba a Paula, le hizo sentir náuseas. Como estaba cerca de la ventana giró la cabeza para mirar a la calle y vio a los periodistas. Palideció. ¿Qué era peor? ¿Pedro Alfonso o los paparazzi que la perseguirían para conseguir cualquier cosa que pudieran vender?

–Si no le importa, aceptaré la habitación que me ofrece, aunque solo será para asearme un poco –susurró. Necesitaba estar a solas, pensar sobre lo que iba a hacer.

Cuando se dió la vuelta, vió que Pedro la estaba observando. Debería estar ya acostumbrada, dado que el escrutinio al que él la sometía era continuo. ¿Qué era lo que vería? ¿Cuánto era lo que ella podía ocultar? Apartó la pregunta de su pensamiento. Tenía cosas mejores que hacer que preocuparse de aquello. Nada conseguiría hacer cambiar de opinión a Pedro Alfonso.

–Por supuesto. Todo el tiempo que desee. María le indicará el camino.

Paula se aseguró que no había sido satisfacción lo que había visto en aquella deslumbrante mirada.

–¡No! He dicho que no puedo hablar. Estoy ocupada.

Silvia levantó la voz tanto que a Paula le pareció distinguir algo como ansiedad e ira en las palabras de su madrastra. Agarró con fuerza el teléfono.

–Solo quería...

–Bueno, pues yo no quiero. ¡Déjame en paz! ¿No le has hecho ya suficiente daño a esta familia?

Paula abrió la boca para hablar, pero Silvia había colgado. Estuvo mucho tiempo escuchando el tono del teléfono. Cuando por fin colgó, los dedos le dolían y tenía los hombros rígidos de haber estado encogida tanto tiempo. Todo había terminado. Ya no tenía vínculo alguno. La pena se apoderó de ella, pero decidió sobreponerse. Se dijo que era mejor enfrentarse a aquello desde allí que en el umbral cubierto de rosas de la casa que había sido su hogar durante toda su vida. A pesar de todo, no se lo podía creer. Había llamado a su madrastra esperando que hubiera habido algún error. Que la prensa se hubiera inventado aquella entrevista. Que Silvia no la hubiera traicionado de aquella manera. Sus esperanzas se habían hecho añicos. Silvia no quería tener nada que ver con ella. Eso la dejaba sin ningún sitio al que ir. No tenía nada ni nadie, a excepción de un pasado que jamás la dejaría escapar. Lentamente, levantó la cabeza y miró hacia la puerta que separaba el dormitorio del pasillo del segundo piso. Había llegado el momento de que se enfrentara a los fantasmas de su pasado.

Culpable: Capítulo 12

En el artículo, tomado de una entrevista reciente con Silvia, se presentaba a Paula como una buscona egoísta y amoral. Respaldaba todo lo que se había sugerido de ella en el tribunal. Peor aún, demostraba que hasta su familia se había vuelto contra ella. Sintió que el corazón se le aceleraba. Se llevó una mano a la garganta para tratar de reprimir las náuseas. Silvia y ella jamás habían tenido una relación excelente, pero a Paula jamás se le habría ocurrido que su madrastra la traicionara de aquel modo. Hasta aquel momento, había creído que tenía alguien en quien apoyarse. Primero su padre y, después de que él falleciera, en Silvia. Se sentía a la deriva. Echaba de menos a su padre porque él siempre la había apoyado. En realidad, jamás había conocido a su madre dado que ella llevaba muerta muchos años, por lo que el vínculo con su padre había sido especial. La fe y el amor que él tenía en ella la habían mantenido fuerte durante el juicio. Nunca antes se había sentido tan sola, ni siquiera la primera noche que pasó en el calabozo. Incluso después de su condena, cuando había sabido que le esperaban años en la cárcel. Ni cuando había tenido que enfrentarse a las amenazas del resto de las convictas, que habían tratado de convertir su vida en un infierno. Parpadeó y miró de nuevo la revista que tenía sobre el regazo. Pensaba que ya había conocido la degradación y la desesperación, pero decidió que era en aquel momento en el que su vida tocaba fondo. Y Pedro Alfonso estaba allí para verlo. Debía de estar disfrutando.

–El café llegará enseguida.

Paula levantó la mirada y vió que él la estaba observando. Lentamente, se puso de pie. El orgullo le hizo tensar las rodillas y levantar la barbilla.

–Es hora de que me marche.

No tenía ni idea de adónde, pero tenía que escaparse de allí. Tenía suficiente dinero para llegar a su casa en Devon. Sin embargo, ya no tenía casa. La traición de Silvia le indicaba claramente que yano sería bienvenida allí. El dolor se apoderó de ella.

–No se puede marchar.

–Oficialmente, ahora soy una mujer libre, signor Alfonso, por mucho que a usted le duela. Si intenta retenerme aquí contra mi voluntad, sería un secuestro.

–Señorita Chaves, le aseguro que no tengo intención alguna de infringir la ley. Le recuerdo que necesita un lugar en el que refugiarse, un sitio en que la prensa no pueda molestarla –le dijo.

–¿Y?

–Yo le puedo proporcionar ese lugar.

–¿Y por qué iba usted a hacer eso? ¿Qué es lo que saca de ello?

–Hay otras personas implicadas –contestó él tras una pequeña pausa–. La viuda de mi hermano y el pequeño Tomás. Ellos son los más afectados mientras esto siga siendo motivo de atención por partede la prensa.

Tomás... Paula pensaba en él con frecuencia. Había querido mucho al pequeño a su cuidado.

–Entonces, ¿Cuál es su solución? –le preguntó ella mientras se cruzaba de brazos–. ¿Emparedarme en el estacionamiento?

–Eso me podría valer –replicó él con una tensa sonrisa–, pero prefiero comportarme de acuerdo con la ley. No me gustan nada los dramatismos, como le ocurre a usted. Por lo tanto, le sugiero proporcionarle un lugar seguro hasta que pase todo esto. Ya tiene la maleta en su dormitorio.

Su dormitorio. El recuerdo de aquel cuarto llevaba años persiguiéndola. Desde que llegó al palazzo, se había sentido muy tensa porque sabía que aquella habitación estaba arriba, en el lado opuesto del edificio.

–¡No puede esperar que me aloje ahí! –exclamó ella horrorizada–. Ni siquiera usted podría.... Eso es cruel... Mucho más. Asqueroso.

Pedro abrió los ojos cuando comprendió las palabras de Paula. Dió un paso hacia ella.

–No –dijo–. Esa habitación no se ha utilizado desde que mi hermano murió. Hay otra habitación de invitados a su disposición.

–Aun así, no me puedo quedar en esta casa –susurró ella, respirando más tranquilamente–. Me encontraré un lugar en el que alojarme.

–¿Y cómo va a hacer eso con los reporteros esperándola a la puerta? Vaya donde vaya, la seguirán. No conseguirá paz ni intimidad.

En eso tenía razón. Sin embargo, le molestaba profundamente depender de él.

Culpable: Capítulo 11

–¡No me toque!

–Iba a desmayarse...

–No me he desmayado en toda mi vida –replicó, a pesar de que sabía que él tenía razón.

–Necesitaba apoyo –dijo él.

Paula lo miró. Vio que algo había cambiado en su mirada. En sus labios. Se fijó más en ellos, trazando con la mirada la silueta de una boca que, en aquellos momentos, tan relajada, parecía diseñada exclusivamente para el placer sensual. Una cálida sensación le recorrió el cuerpo, desde los senos hasta la pelvis, un calor que tan solo había experimentado antes en una ocasión. Se mordió los labios e inmediatamente se arrepintió de haberlo hecho cuando se dio cuenta de que él le miraba la boca. Sintió un hormigueo en los labios, como si él hubiera extendido la mano y se los hubiera acariciado con el dedo. Un escalofrío de placer le recorrió el cuerpo. El fuego prendió en ella. Siempre había sabido que Pedro Alfonso era un hombrepeligroso, pero no se había imaginado cuánto. Tragó saliva y por fin logró ignorar la descarada respuesta de su cuerpo lo suficiente como para poder hablar.

–Puede apartarse ahora. Ya estoy bien.

–Sin embargo, estar sentada es mucho más cómodo, ¿No le parece?

Paula sintió que volvía a perder la fuerza. De repente, las rodillas parecieron estar hechas de gelatina. ¿Se habría dado cuenta él de la reacción que había provocado en ella? Eso sería el colmo. Agarró la revista y apretó sus páginas.

–Gracias. Sí, ahora me voy a sentar.

Pedro asintió y le indicó el sofá, pero ella prefirió tomar asiento en una silla giratoria.

–¿No sabía nada del artículo?

–No –respondió ella mientras observaba las brillantes páginas de la revista–. No tenía ni idea.

–¿Le apetece tomar algo? ¿Un coñac? ¿Una taza de té?

–No, gracias.

Sin embargo, él ya se dirigía hacia el escritorio. Evidentemente, no importaba lo que ella quisiera.

–Pediré café.

Paula miró de nuevo la revista. ¿Cómo podía haber hecho Silvia algo como aquello? ¿Tanto la despreciaba? El corazón le dió un vuelco. Silvia y los niños habían sido su última esperanza de regresar a su antigua vida. De volver a tener una familia. Recordó retazos del artículo. Su madrastra decía que Paula siempre había sido diferente, reservada y cambiante y que buscaba la atención de los demás. Decía también que siempre había antepuesto sus necesidades a las de su familia. En el artículo no decía nada sobre el resentimiento de Silvia hacia la hija adulta de su esposo ni del hecho de que Paula se había pasado muchos años haciendo gratuitamente de niñera de los cuatro hijos que Silvia había tenido en un matrimonio anterior. No se decía nada sobre el hecho de que ella se había marchado de su casa solo cuando su padre la había animado a vivir la vida en vez de dejarla en punto muerto para cuidar de sus hermanos más pequeños. Efectivamente, había vivido la vida, pero no del modo que su padre había pensado.

lunes, 13 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 10

Quería que Paula supiera el dolor que había causado. Que lo sintiera. Como hombre civilizado que era sabía que ella había pagado el precio que la sociedad había considerado adecuado por su delito. Sin embargo, él quería más. Remordimiento. Culpabilidad. Una confesión. Algo.

–No puede controlar a la prensa –dijo ella como si nada de lo que Pedro había dicho importara.

–Puedo evitar que dispongan de noticias frescas.

–Pero si no hay noticias.

–Ha salido de la cárcel. La asesina en libertad.

–Me acusaron de homicidio.

Pedro contuvo el deseo de decirle que las diferencias legales no cambiaban el hecho de que Luca había muerto. En sulugar, tomó la revista que había sobre el escritorio.

–Sigue habiendo una historia. Especialmente después de esto.

–¿De qué se trata? –le preguntó ella.

Dió un paso al frente, muyrígida, como si se temiera lo peor. Durante un instante, Pedro dudó. Entonces, arrojó la revista sobre la reluciente superficie del escritorio. Ella inclinó la cabeza para leerla donde estaba, como si no quisiera tocarla. Él no podía culparla. Era la clase de basura que evitaba, pero Vanesa, su cuñada, evidentemente opinaba lo contrario. Ella se lo había mostrado, furiosa por el hecho de que se hubiera resucitado la vieja tragedia. Por fin, Paula tomó la revista y la hojeó. Había una fotografía suya junto al texto. Otra foto más, aquella junto a su padre. A continuación, una mujer con unos niños. Pedro vió cómo ella abría los ojos de par en par y escuchó cómo contenía la respiración. Entonces, palideció. Parpadeó rápidamente y a él le pareció que aquellos maravillosos ojos se llenaban de lágrimas. Entonces, con una rapidez que lo pilló por sorpresa, la mujer a la que había creído tan insensible como un autómata se tambaleó. Domenico se dio cuenta de que ella iba a desmayarse.


Paula observó el texto mientras este se convertía en un borrón. Parpadeó con incredulidad. Pensaba que había experimentado lo peor de lo peor en la cárcel. Con la pérdida de su padre, de sus amigos, de su libertad, de su inocencia y de su autoestima. Se había equivocado. Aquello era la peor de las traiciones. Trató de volver a respirar con normalidad. Apoyó una mano sobre la brillante mesa con la intención de sostenerse. Sin embargo, la oscuridad parecía estar adueñándose de ella. El mundo daba vueltas a su alrededor como si fuera una calesita... Unos fuertes dedos le agarraron el brazo. Aquello bastó para recordarle dónde se encontraba. Trató de soltarse, pero él la agarró con más fuerza. Lo sintió a su lado, aprisionándola contra el escritorio. Desde algún lugar de su interior, la furia volvió a cobrar vida dentro de ella. Empujada por el instinto, se giró y levantó la mano para apartar la que con tanta fuerza le agarraba el codo. Al mismo tiempo, le hincó la rodilla en la entrepierna. Desgraciadamente, la rodilla golpeó tan solo el fuerte muslo, dado que él pareció presentir el ataque y se movió.  A pesar de todo, Paula se salió con la suya. Se vió libre. Lo miró fijamente, pero él le devolvió la mirada con dureza. Esto la ayudó a recuperarse y a devolverle la mirada al hombre que le había arrebatado la última esperanza que le quedaba de su alegría por sentirse libre y la había hecho pedazos. Lejos de desmayarse, se sentía más viva que nunca.