viernes, 17 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 16

Había soñado muchas veces con la libertad, pero jamás había imaginado un lugar como aquel. Agarró con fuerza la barandilla. Eran demasiadas sensaciones que asimilar. Demasiados cambios del mundo gris y monótono que había conocido durante aquellos cinco años. Un instante más tarde, tomó un albornoz de algodón y se lo puso sobre su raído camisón. Se anudó el cinturón y bajó por la escalera de caracol que salía de su balcón. Vió una hermosa piscina que parecía fundirse con el mar. El césped le acariciaba los pies mientras se dirigía a la balaustrada desde la que se podía admirar el horizonte. Se detenía una y otra vez para admirar las flores, los rincones inesperados y las modernas esculturas que adornaban el jardín de la imponente mansión.

–¿Quién eres tú? Yo me llamo Giuliana y tengo seis años –le dijo una niña en italiano.

Paula se volvió y se encontró frente a unos ojos oscuros llenos de curiosidad y una alegre sonrisa. Automáticamente, ella sonrió también.

–Me llamo Paula y tengo veinticuatro años.

–¡Qué vieja eres! –exclamó la niña mientras la observaba desde su escondite, situado entre dos palmeras–. ¿No te gustaría volver a tener seis años?

–Hoy sí –confesó. Sería maravilloso poder disfrutar de todo aquello sin preocuparse por un futuro que se adivinaba muy sombrío.

–¿Quieres jugar conmigo?

Paula se tensó. ¿Quién querría que su hija jugara con una exprisionera?

–Es mejor que hables primero con tu mamá. No deberías jugar con desconocidos, ¿Lo sabes?

La niña la miró muy sorprendida.

–Pero tú no eres una desconocida. Tú eres amiga de Pepe, ¿Verdad?

–¿Pepe? Yo no conozco a...

–Esta es su casa –dijo Giuliana–. La casa y el jardín. La isla entera.

–Entiendo, pero no debo jugar contigo a menos que tu madre nos dé permiso.

–¡Tío Adrián! –gritó la niña, refiriéndose a alguien que estaba a espaldas de ella–. ¿Puedo jugar con Paula? Ella dice que no puedo a menos que mamá me dé permiso, pero mamá no está.

Paula se dió la vuelta. Vió el rostro impasible del guardaespaldas al que le había dedicado sus insultos el día que salió de la cárcel. ¿Tenía que ser precisamente él? Su rostro se cubrió de rubor.

–Eso lo tiene que decidir la nonna, pero no puede ser hoy. La signorina Chaves acaba de llegar. No puedes molestarla –le dijo a la pequeña. Entonces, la tomó de la mano y, tras despedirse de Paula con una inclinación de cabeza, se la llevó a la casa.

Paula se giró para admirar el mar. Seguía siendo hermoso, pero había perdido parte de su encanto. Al menos Adrián no se había mostrado horrorizado porque su sobrina estuviera con una homicida. Sin embargo, se había apresurado a apartarla de su presencia. El dolor le atenazaba el pecho y le impedía respirar. Por muy previsible que hubiera sido la reacción del guardaespaldas, se sentía muy dolida. Los años la habían endurecido. La ingenua e inocente Paula había desaparecido hacía mucho para dar paso a una mujer que contemplaba el mundo con cinismo y desconfianza. Sin embargo, las últimas veinticuatro horas habían sido una revelación. Se había enfrentado a los paparazzi, a Pedro Alfonso, se había enterado de la traición de Silvia y se había enfrentado al lugar en el que su vida había cambiado irrevocablemente. Por último, había visto como el instinto de un hombre lo empujaba a proteger a su sobrina... de ella. Había tardado años en construir las barreras que la protegían del sufrimiento. Había tomado la decisión de no volver a experimentar nunca el terror y el dolor de sus primeros años en prisión. Hasta aquel momento, esas barreras la habían protegido perfectamente. ¿Quién habría pensado que aún tenía la capacidad de experimentar sufrimiento?

No hay comentarios:

Publicar un comentario