lunes, 13 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 7

Estar cerca de Pedro Alfonso resultaba más difícil de lo quehabía esperado. Hacía mucho tiempo, habían compartido un día mágico, perfecto en todos los sentidos. Cuando se separaron con la promesa de volverse a reunir, ella se había subido a una nube de deliciosa anticipación. Por primera vez, él había hecho que se sintiera viva. En poco más de diez horas, se había enamorado un poco de aquel atractivo desconocido. ¡Había sido tan joven entonces! No solo en años sino también en experiencia. De hecho, le parecía casi inconcebible que hubiera sido tan ingenua.

La siguiente vez que lo vió fue en el juicio. El corazón le había dado un salto en el pecho. Había esperado día tras día a que él rompiera su silencio, se acercara a ella y le ofreciera una pizca de consuelo. Que la volviera a mirar con los ojos llenos de calidez. En vez de eso, se había mostrado hosco y distante con ella. Tan solo había ido para buscar venganza. La había mirado con unos ojos tan gélidos como el invierno y había hecho así pedazos sus sueños. Estuvo a punto de sentir un escalofrío, pero lo reprimió. No quería que él supiera cómo se sentía. Debería preguntarle adónde se dirigían, pero no tenía ganas de mirarlo porque solo verlo le arrebataba toda la energía. Incluso su voz, profunda y deliciosa como el chocolate, la afectaba de un modo que trataba de contener. Le hacía darse cuenta de que era una mujer joven y sana que respondía ante un hombre atractivo.

Contuvo una sonrisa. Había estado en la cárcel demasiado tiempo. Tal vez lo que necesitaba no era paz y tranquilidad, sino un buen revolcón con un hombre atractivo que la ayudara a controlar sus hormonas desbocadas. Y el hombre que se le ocurría era Pedro Alfonso. No obstante, sabía que eso no estaba bien a muchos niveles. Se obligó a concentrarse en la calle. A pesar de lo que le dijera su orgullo, era un alivio estar en la limusina. Sin embargo, no tardaría en haber una compensación por ello. Había dejado de creer en la amabilidad humana. Había algo que Pedro quería, una razón por la que la había ayudado. Una confesión. Apretó con fuerza los labios. Tendría que esperar sentado. Jamás había sido una mujer mentirosa. Estaba tan sumida en sus recuerdos que tardó en darse cuenta de que las calles tenían un aspecto familiar. Estaban atravesando una parte de Roma que ella conocía. Se incorporó en el asiento. La tensión se apoderó de ella. Empezó a reconocer lugares. La tienda donde había comprado unos regalos para enviárselos a su padre, a Silvia y a los niños. La cafetería que vendía unos deliciosos pasteles para tomar con su café rico y aromático. El parque al que había llevado al pequeño Tomás, bajo la mirada atenta de Bruno. Por fin, la limusina tomó una calle demasiado familiar. Se dió la vuelta para mirar a Pedro. Él la estaba observando atentamente.

–¡No será en serio! –exclamó ella.

–Quería un lugar en el que no hubiera prensa. Aquí no la molestarán.

–¿Cómo llama a eso? –le preguntó ella, señalando.

La acera frente al Palazzo Alfonso estaba repleta de periodistas. Paula sintió que el alma se le caía a los pies. Jamás habría querido volver a ver a aquel lugar. ¿Qué clase de juego era aquel? ¿Acaso creía Pedro que por volver a llevarla a la escena del crimen la obligaría a hacer una confesión?

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