lunes, 27 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 37

Paula se abrazó a él y frotó la mejilla contra la de él. Entonces, le mordió el lóbulo de la oreja y oyó que él gruñía de placer. Le pareció el sonido más sensual que había escuchado nunca. Sonrió y volvió a repetirlo, ansiosa al pensar que Pedro estaba reaccionando a sus caricias del modo más primitivo. Unas enormes manos le rodearon la cintura. Él la levantó y la sentó sobre algo. Entonces, le separó los muslos y se colocó entre ellos, apretándose por completo contra ella.

–Pedro... –susurró ella, presa del placer.

Lo deseaba. Llevaba mucho tiempo deseándolo. Incluso en los días en los que le había odiado, habían anhelado en secreto sus caricias. Había dejado de intentar comprender la atracción que ardía entre ellos. Bastaba con dejarse llevar por ella. Sintió el poder de la erección entre las piernas, contra su vientre y sintió que se le cortaba la respiración. Parecían encajar tan perfectamente... Le faltó muy poco para balancearse contra él, atrapada por completo en su necesidad de satisfacción sexual. Con una fuerza de voluntad increíble, abrió los ojos y se miró en los de él, brillantes como el mercurio. Su fuego pareció engullirla por completo. Pedro le cubrió un seno con la mano. Ella gimió de placer, abrumada por tan exquisitas sensaciones. Era casi imposible de soportar. Le agarró del cuello y tiró de él. Necesitaba volver a sentir sus besos.  Pedro le enredó los dedos en el cabello y le hizo echar la cabeza hacia atrás mientras la saboreaba con un largo y delicioso beso. Con la otra mano, le estimulaba un pezón. Segundos después, él le apartó la mano del cabello para deslizársela por la espalda. Se la colocó encima del trasero y la obligó a pegarse a él. El beso entonces se hizo más apasionado. El mundo pareció ponerse patas arriba. La sangre de Paula le ardía en las venas, creando un remolino de pura necesidad. No dejaba de besarlo y el cerebro prácticamente le había dejado de funcionar. Pedro se apartó un instante y le deslizó la mano sobre el muslo para apartar la entrepierna del bañador. Ella se tensó, agarrándose contra sus hombros, para esperar sentir el contacto. De repente, pensó horrorizada hasta dónde les habían llevado sus besos. Estaban a punto de consumar su deseo. Ella estaba a punto de entregarse al hombre al que había considerado un enemigo. Con un rápido movimiento, le agarró la mano justo cuando él empezaba a deslizar los dedos bajo la tela. Pedro se quedó inmóvil mirándola sin comprender lo que ocurría. Paula vió cómo por fin comprendía lo que ocurría y la miraba muy sorprendido.

–Creo que debemos detenernos.

Un segundo después, Pedro se apartó de ella mesándose el cabello, como si no estuviera seguro de no volver a tocarla. Paula permaneció sentada. Se mordió la lengua para no reclamar de nuevo sus caricias. No había dejado de desearlo y cada centímetro de su cuerpo amenazaba con echar por tierra su resolución. El miedo se apoderó de ella. Jamás se había imaginado lo poderosa que era la necesidad de gratificación sexual. Pedro la tentaba de tal manera que podría hacer que se olvidara de todo. A ella, que se consideraba una mujer fuerte y autosuficiente, le había bastado un beso para destruir todas las barreras que se había pasado años levantando.

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