lunes, 6 de julio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 65

Era un idilio completo comprimido en una cesta. ¡Había hasta una botella de vino!

—¿De dónde has sacado una cesta así? —preguntó con irritación Pedro.

—Luciana me la regaló las navidades pasadas. Tenía las deliciosas mermeladas y los cafés especiales.

—No creo que vayamos a cenar después de la comida que nos has dado.

—No te pasará nada por cortejarla un poco. Haz que se sienta hermosa.

—No sé cortejar a la gente —dijo Pedro en voz baja—. Además, ¿Para qué iba a hacerlo? Ella se marchará en cuanto haya hecho las fotos.

—Podrías retenerla.

—No quiero retenerla, Alberto. Quiero que se marche.

Alberto lo miró con tristeza.

—Entonces, eres un tonto. Hacía muchos, muchos años que no te veía tan vivo.

Era verdad. Estaba irritado casi todo el tiempo. Se sentía como si toda su vida estuviera boca abajo. Como si su corazón fuera un traidor que habitaba en su propio pecho. Pero se sentía vivo. ¿Cómo se sentiría cuando volviera a ser un sonámbulo después de haber vivido eso? Tomó la cesta con un gruñido.

—No te hagas ilusiones —dijo —. Ella no se quedará.

Pero Alberto sonreía de oreja a oreja como si hubiese dicho lo contrario

—Ah, toma el barril que he hecho para Apolo. Ha quedado bonito, ¿Verdad?

Parecía una botella de lejía atada a una cuerda, pero Pedro no dijo nada y la guardó con las demás cosas. Ella llegó un poco más tarde y con un aspecto bastante gracioso por la cantidad de ropa que se había puesto. Él sonrió. ¿Qué importaba? Ya estaba cerca de la meta. Podía permitirse ciertas libertades, podía permitirse disfrutar un poco de ella. Le pareció que la decisión de dejarse llevar en vez de luchar lo cambiaba todo. Hasta el cielo parecía de un azul más profundo. Disfrutó del paisaje que se veía desde la carretera que los llevaba a la nieve.

—Pedro —dijo ella de repente—. ¿Cómo es que no estás con nadie?

Estaba claro, en cuanto bajaba la guardia se llevaba un puñetazo.

—No he tenido la oportunidad —dijo él—. No salgo mucho. No tengo tiempo. ¿Cómo voy a conocer a alguien?

—¿Crees que puede ser por tu madre y tu padre?

Él la miró intensamente. Era un mal camino.

—¿Crees que su muerte ha podido hacer que receles de otras relaciones?

—Paula, no lo sé. ¿No podemos hablar de caballos?

—No —dijo ella tozudamente.

Se dió cuenta que le había tomado de rehén. Estaba atrapado en una camioneta con ella y lo estaría una hora por lo menos. Además, ella quería hablar de cosas profundas, de cosas íntimas. De cosas que él había mantenido enterradas toda su vida.

—¿Sabes por qué no me he casado? —dijo él—. Porque mi madre murió cuando yo tenía diecisiete años y mi padre lo hizo un año después. Tenía dieciocho años y una niña que criar. Cundo lo hice, cuando Luciana creció, ya estaba harto de responsabilidades.

—Entonces, ¿Por qué no vendiste el rancho y diste una vuelta al mundo? Si estabas harto de responsabilidades, podías haberte ido a California y holgazanear en la playa o ser instructor de esquí en los Alpes.

Él se rió aunque no quisiera hacerlo.

—Supongo que no se me ocurrió —dijo él.

—O quizá fuera que te habías aficionado a tener responsabilidades. A estar a cargo de todo y de todos. Al control absoluto.

—Un poco de control no tiene nada de malo. Mira, ya llegamos a la nieve —esperaba que eso la distrajera—. Tenemos que tener cuidado. ¿Ves esa ladera? ¿Ves cómo cae la nieve en bolitas como guisantes? Eso quiere decir que la nieve está muy blanda. Es un aviso de alud. Tenemos que quedarnos en terreno abierto.

Al parecer los aludes no la impresionaban lo más mínimo.

—¿Sabes lo que creo? Creo que quieres a la gente demasiado profundamente. Estoy segura de que criar a Luciana fue un verdadero infierno para tí. Estoy segura de que no dejaste de preocuparte ni un instante.

Él miraba fijamente hacia delante. Era un poco aterrador lo cerca que estaba de la verdad. Ser el padre de Luciana le había destrozado los nervios. Había aborrecido cada momento de la pura impotencia que implicaba cuidarla, había aborrecido cada vez que tuvo que dejarla salir. Quizá hubiera decidido en lo más profundo de sí que no era capaz de repetirlo con sus propios hijos.

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