lunes, 13 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 8

–¡Detenga el coche!

–¿Por qué? No me había parecido que fuera escrupulosa.

Paula abrió la boca para discutir. Entonces, se dió cuenta de que no había razón alguna. Había cometido el error de irse con él y tendría que afrontar las consecuencias. ¿Acaso no había sabido que tendría que pagarle por su ayuda? Se encogió de hombros como si no le importara.

–Pensé que no le gustaría que los medios supieran que estábamos juntos, pero como quiera. Yo ya no tengo nada más que perder.

–¿No?

El tono de su voz le dejó a Paula muy claro que la intención de Pedro era encontrar su punto débil y aprovecharlo. Le dejaría que lo intentara. Él no sabía cómo unos cuántos años en prisión podía endurecer a una mujer. El vehículo atravesó las puertas, guardadas por guardaespaldas. Entonces, el coche bajó por una rampa y entraron en un enorme estacionamiento subterráneo. Una flota de vehículos en perfecto estado de revista lo llenaban.

–¿Cómo consiguió permiso para excavar? –le preguntó–. Pensaba que esta parte de la ciudad estaba construida sobre la antigua capital.

–¿No sabía que había un estacionamiento subterráneo?

–Yo solo era la au pair, ¿Recuerda? No la niñera. No salía con la familia. Además, Tomás era muy pequeño y su cuñada no quería que saliera. Era una lucha conseguir que me diera permiso para sacarle al parque a que tomara el aire.

–El estacionamiento era necesario para nuestra intimidad –replicó él–. Se realizó un estudio arqueológico, pero, afortunadamente, no encontraron nada valioso.

Paula se contuvo. No habría importado lo valiosos que hubieran sido los restos arqueológicos. Los Alfonso habrían conseguido lo que hubieran querido. Como siempre. Quisieron que ella fuera acusada y se salieron con la suya. El coche se detuvo por fin y la puerta se abrió. Miró al guardaespaldas que se la sujetaba y respiró aliviada al ver que era el hombre que la había metido en el coche al salir de la prisión. Recordó avergonzada los insultos que le había dedicado.

–Gracias...

Él inclinó la cabeza en silencio. Al salir del coche, Paula miró a su alrededor. El corazón se le encogió cuando le pareció ver una figura familiar bajo la tenue luz. Inmediatamente se dió cuenta de que era otro desconocido y respiró aliviada.

–Por aquí, signorina... –le dijo el guardaespaldas mientras le indicaba el camino a un ascensor.

Minutos más tarde, Paula se encontró en una parte del palazzo que jamás había visitado. Sin embargo, sus grandiosas dimensiones, el exquisito suelo de madera y aire de lujo sin igual le resultaron inmediatamente muy familiares. Los recuerdos se apoderaron de ella. Los primeros días en un país extranjero, tan emocionantes, su admiración por lo que le rodeaba, aquella última noche...

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