lunes, 20 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 25

¿Le decía aquello para suavizarla y conseguir que firmara el papel o tal vez era porque Pedro había comenzado a dudar de su culpabilidad? En absoluto. Eso era imposible. Sin embargo, la paz era lo que realmente ansiaba.

–De acuerdo –dijo ella. Extendió la mano y Pedro, tras un instante de duda, se la estrechó.

Paula lo lamentó inmediatamente. El fuego saltó entre ellos y se le extendió por todo el cuerpo. Se preguntó si él también lo habría sentido. Su rostro se había tensado.

–¿Te parece si me llamas Pedro? Y yo te llamaré Paula.

El tiempo pareció volver atrás, como si estuvieran de nuevo en Roma y se hubieran encontrado por casualidad en una exposición.

–No creo que...

–Así sellaremos nuestra tregua –insistió él mirándola fijamente.

–Está bien.

Paula se negó a sentirse emocionada por algo que hubiera hecho Pedro, en especial algo tan trivial. Sin embargo, no le parecía trivial en absoluto. Le parecía... Trató de encontrar la palabra que describiera las sensaciones que había estado experimentando, pero fracasó.  Entonces, él asintió y le soltó la mano. A pesar de todo, Paula siguió sintiendo la huella de la mano de Pedro en la de ella. Notaba también un hormigueo por la espalda al recordar el modo en el que él había pronunciado su nombre con aquel delicioso acento italiano. Tenía la incómoda sensación de que acababa de cometer un error.

Mientras caminaban de regreso a la casa, los dos permanecieron en silencio. La luz del atardecer alargaba sus sombras y, por primera vez en semanas, Pedro sintió algo parecido a la paz. Paz con Paula Chaves a su lado. Sus negocios estaban en un punto en el que estaría dedicándoles todas las horas del día. Además, estaba la respuesta histérica de Pia a los últimos artículos publicados y estaban también sus propios sentimientos sobre la puesta en libertad de la asesina de su hermana Y, sin embargo, allí estaba, paseando con ella en el lugar en el que se refugiaba de las constantes exigencias de su vida. ¿Estaba loco por haberla dejado ir allí? Sin embargo, demasiadas cosas estaban en juego. Tenía que convencerla.

De repente, ella se detuvo. Pedro se volvió para ver lo que estaba haciendo y vio que ella se había quitado las sandalias y que había empezado a caminar descalza sobre la orilla de la playa, dejando que las olas le acariciaran suavemente los tobillos. Tenía un aspecto... muy atractivo. El pulso se le aceleró. Ella se dió cuenta de que la estaba observando y lo miró. Instintivamente, Pedro se acercó. ¿Iba ella a acceder a lo que le había pedido? Sabía que era mejor no meterle prisa.

–Paula... –dijo.

Le gustaba pronunciar aquel nombre. Demasiado. Aquello era un asunto que debía resolver. Nada más. Un asunto que concernía a su familia.

–Yo...

–¿Sí? –preguntó él con expectación. No era propio de ella dudar.

Iba siempre directa al grano.

–Jamás te lo dije, pero...

Pedro sintió que se le tensaba el vientre. No había lógica alguna en el hecho de que ella lo turbaba mucho más que otra mujer.

–Lo siento. Normalmente me muestro mucho más coherente.

–Ni que lo digas.

Paula lo miró a los ojos.

–Sé que acordamos no hacer más acusaciones y comprendo que no hay razón alguna en seguir insistiendo en mi inocencia, pero hay algo que tienes que saber... Se detuvo casi como si estuviera esperando que él la interrumpiera, pero Pedro no tenía intención alguna de hacerlo.

–Siento mucho lo de tu hermano. Su muerte fue una verdadera tragedia para su esposa, para su hijo y para toda su familia. Era un hombre bueno, cariñoso. Siento mucho que él muriera y siento haberme visto implicada en su muerte.

–Gracias –susurró con voz ronca por la emoción que le habían producido aquellas palabras. Su dolor parecía haberse renovado, pero, con el dolor, experimentó algo muy parecido a la paz–. Te estoy muy agradecido.

–Me alegro –musitó ella. Entonces, giró la cabeza y comenzó a mirar el mar–. Escribí a tu cuñada hace algún tiempo y le dije lo mismo. No estoy segura de que leyera la carta.

–¿Escribiste a Vanesa? –le preguntó asombrado. Su cuñada no le había dicho nada.

Miró a Paula, a la mujer que tan bien había creído conocer y le pareció que no la conocía en absoluto. Ella lo confundía una y otra vez, haciéndole sentir emociones completamente inesperadas.

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