miércoles, 22 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 29

–Lo siento. He reaccionado exageradamente. Ví que alguien se dirigía hacia mí en la oscuridad y...

–Lo siento mucho, signorina. No quería asustarla.

–Le ruego que no se disculpe –le dijo Paula–. El error ha sido mío.

–Está bien, Salvador –intervino Pedro–. Todo está bien. Puedes marcharte.

El hombre se marchó. Paula estuvo a punto de desmoronarse. La adrenalina le estaba bajando rápidamente. Sentía incluso náuseas.

–Paula, ven a sentarte en la sombra...

De repente, ella fue consciente de la postura tan íntima en la que se encontraban. El firme cuerpo que la apoyaba. Los latidos del corazón. Sentía una profunda necesidad de acercarse a él y perderse entre sus brazos... Él era tan profundamente masculino y ella tan débil... Ese pensamiento la hizo apartarse inmediatamente.

–Lo siento –susurró.

Se sentía profundamente humillada. ¿Qué pensaría Pedro de ella? Lo sabía perfectamente. Durante el juicio, la acusación la había presentado como una femme fatale, que utilizaba la promesa de su cuerpo para conseguir favores de un jefe indulgente. Domenico seguramente había pensado que estaba utilizando una táctica similar con él para ganarse su simpatía. Sintió un profundo desprecio por sí misma. ¿Cómo podía haberse refugiado en él de aquella manera? Consiguió recorrer la distancia que la separaba del embarcadero y se apoyó contra la pared. Allí, trató de dejar a un lado la vergüenza que sentía y se volvió hacia él. Domenico la observaba con el ceño fruncido y mirada penetrante.

–Ahora que estamos solos, quiero que me digas de quién creías que estabas huyendo. ¿De quién tienes tanto miedo?

¿Miedo? Paula soltó una carcajada y se incorporó.

–Cuéntamelo, Paula.

Ella levantó la barbilla con obstinación.

–No tengo nada que contar. Ví alguien viniendo hacia mí en la oscuridad y me asusté.

-Tú no te asustas tan fácilmente.

–¿Y cómo lo sabes? No creo que seas un experto en mí.

–No eres una mujer cobarde. Te enfrentaste a los paparazzi. Te enfrentaste a mí.

–No tengo nada que contar –replicó ella sin mirarlo a los ojos.

–Eres una mentirosa.

Paula se estremeció.

–Pensaba que habíamos acordado dejar las acusaciones a un lado –dijo, sin poder enmascarar la verdad.

–No estoy hablando del pasado, sino del presente, de lo que ha ocurrido aquí mismo –afirmó él–. Estabas completamente aterrorizada.

–Te aseguro que no hay nada que pueda asustarme. Después de los últimos cinco años, eso es imposible.

Pedro estuvo a punto de creerla, pero el terror que había sentido en ella mientras la tuvo entre sus brazos había sido inconfundible. Se acercó a ella y notó como se tensaba. Ella levantó el rostro tal y como él había imaginado. Paula había demostrado en repetidas ocasiones que no era ninguna cobarde. Se enfrentaba a lo que temía. Hasta hacía unos minutos, en la oscuridad del embarcadero. De repente, Pedro comprendió cuál era el único terror que podría hacer correr a una mujer como Paula.

–¿Quién es, Paula? –le preguntó mientras comenzaba a acariciarle suavemente la piel de la mejilla–. ¿De quién tienes miedo?

Ella parpadeó. Se apretó contra la mano de Pedro y dejó que el placer se despertara en su interior.

–Bruno –susurró–. Bruno Scarlatti. El jefe de seguridad de tu hermano.

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