miércoles, 22 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 27

Paula caminaba de regreso a la casa cuando una persona se interpuso en su camino.

–¿Te gustaría venir a bucear conmigo?

La sospecha se apoderó de ella. Efectivamente, Pedro y ella habían accedido a firmar una tregua. Él le permitía moverse con libertad por la finca e incluso el acceso a Internet para que ella pudiera buscar un trabajo, como si alguien fuera a contratarla con su pasado. Sin embargo, llevarla de excursión...

–No, gracias. Debería mirar mi correo electrónico.

–Eso lo puedes hacer cuando regresemos. Vamos, estará bien salir de la isla.

–¿Por qué?

–Porque estoy harto de correos electrónicos, indicadores de actuación y de informes financieros. Ha llegado la hora de tomarse un respiro –dijo él. Esbozó una amplia sonrisa que le dibujó un hoyuelo en la mejilla.

Paula se quedó sin respiración. Era tan atractivo...

–Yo debería...

–No me estarás evitando, ¿Verdad, Paula?

–¿Y por qué iba yo a hacer algo así?

–Tal vez porque te pongo nerviosa.

Tenía razón. Por mucho que Paula se dijera que Pedro no tenía poder alguno sobre ella, sabía que no era verdad. Más que miedo, era la atracción por un hombre tan atractivo y tan fascinante.

–¿Y por qué ibas a ponerme nerviosa?

–No lo sé.

–No tengo traje de baño.

Pedro sonrió.

–De eso no tienes que preocuparte. Encuentra uno en la caseta que hay junto a la piscina.

–No, gracias...

–¿Por qué no? ¿Es que no quieres disfrutar del mar?

–No acepto que me regalen ropa –dijo. No estaba tan desesperada.

–No se trata de eso. Es lo que hacemos aquí por nuestros invitados. La mamma de Adrián se lo pasa genial comprando sombreros, pareos y bañadores para nuestros invitados. Te sorprendería a cuántas personas se les olvida antes de venir aquí. Venga, Paula. Deja a un lado tu orgullo y diviértete. Te prometo que eso no te comprometerá en nada.

El sonido del mar le recordó a Paula que, si se negaba, la única persona que sufriría por aquella demostración de orgullo sería ella.  Nadar en el Mediterráneo era algo que siempre había deseado hacer. ¿Cuándo volvería a tener la oportunidad? Cuando consiguiera por fin encontrar un trabajo tendría que utilizar todo el dinero del que disponía para poder viajar.

–Gracias –dijo, por fin–. Sería muy... agradable.

La expresión que vió en los ojos de Pedro no fue de triunfo, tal y como había esperado, sino de placer.

–Bien –respondió mientras le indicaba dónde se encontraba la caseta de la piscina–. Encontrarás todo lo que necesites ahí. No te olvides del sombrero. Te estaré esperando en el barco.

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