viernes, 10 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 4

Faltaban veinte minutos para que llegara el autobús. ¿Podría aguantar? Los reporteros eran cada vez más insistentes. Paula tuvo que echar mano de toda su sangre fría para fingir que no le molestaban, para ignorar las cámaras y las preguntas. Le temblaban las rodillas y le dolía el brazo, pero no se atrevía a dejar la maleta en el suelo. Contenía todo lo que ella poseía y no le habría sorprendido si uno de los paparazzi se la hubiera quitado para mostrarle al mundo el estado de su ropa interior o elaborar un perfil psicológico basándose en los pocos libros que poseía. El grado de insistencia se había incrementado cuando los reporteros se dieron cuenta de que, en vez de la presa fácil que habían esperado, estaban frente a una mujer decidida a no cooperar. ¿No se daban cuenta de que lo último que quería era más publicidad?

Tanto revuelo había atraído a los curiosos. Paula pudo escuchar los murmullos y los comentarios escandalizados. Se tensó, preparándose contra la multitud que la rodeaba. Sabía muy bien lo rápidamente que podía estallar la violencia. Estaba a punto de dejar de esperar el autobús y echar a andar cuando los que la rodeaban se quedaron inmóviles. Un aleteo, parecido a un susurro, recorrió el aire, dejando a su paso algo parecido al silencio. De repente, las cámaras se apartaron. Allí, dirigiéndose hacia ella, estaba el hombre que ella había esperado no volver a ver nunca más: Pedro Alfonso. La miraba fijamente a los ojos. Parecía ignorar por completo los objetivos que se centraban en él y que disparaban sin cesar mientras los reporteros le bombardeaban con sus preguntas. Él llevaba un traje gris. La camisa era blanca y la corbata un nudo perfecto de seda oscura. Su aspecto era el del perfecto ejemplo del hombre italiano acaudalado y de buena educación. Ni una sola arruga estropeaba su ropa ni su rostro. Tan solo los ojos, que parecían atravesarla, revelaban algo que no fuera un frío y férreo control. Una oleada de calor atravesó el vientre de Paula mientras lo miraba a los ojos.

Pedro se detuvo ante ella. Paula se negó a mirarle el rostro. Se centró en la mano que él le extendía. El papel crujió cuando ella lo tomó de la mano de él.

"Venga conmigo. Yo puedo ayudarla a escapar de esto. Estará a salvo".

Paula levantó el rostro.

–¿A salvo? –dijo.

¿Con él?

–Sí...

Aquello era una locura. Algo completamente imposible. Pedro no podía querer ayudarla. Sin embargo, no era tan estúpida para pensar que podía seguir allí. No tardaría mucho tiempo en producirse algún problema y ella estaría en el centro del mismo. A pesar de todo, dudó. Era consciente de la fuerza de aquellos anchos hombros, de la corpulencia de aquel cuerpo y de las fuertes manos de piel olivácea. En una ocasión, aquel descarado poder masculino la había dejado sin aliento. En aquellos momentos resultaba amenazante. No obstante, si él hubiera querido hacerle daño físicamente, habría encontrado modo de hacerlo mucho antes. Él se inclinó hacia delante. Paula se tensó cuando el susurro de sus palabras le acarició la mejilla.

–Palabra de Alfonso.

Sabía que Pedro era un hombre orgulloso, altivo y leal. Poderoso. Peligroso e inteligente. Sin embargo, todo lo que había leído sobre él, que había sido mucho, indicaba que él era un hombre de palabra. No mancillaría su noble apellido ni su orgullo con la mentira. Al menos, eso esperaba Paula. Asintió con gesto tembloroso.

–Va bene.

Pedro le quitó la maleta y la empujó para que atravesara la multitud colocándole una mano en la espalda. El calor que emanaba de su piel atravesaba la ropa de Paula. Las preguntas los asaltaban, pero Pedro las ignoró completamente. Con su apoyo, Paula consiguió seguir adelante. Entonces, de repente, apareció un espacio abierto, un cordón de guardaespaldas que los conducía hasta la puerta abierta de la limusina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario