miércoles, 1 de julio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 53

El perro lo vió y avanzó en su dirección. El hombre y el perro nadaron hacia la orilla. Pedro llegó antes, pero por muy poco. Consiguió arrastrase fuera y se tumbó en la hierba dando bocanadas. Apolo salió justo después y se tumbó junto a él. Era un montón de perro mojado y maloliente. Le lamió la cara a Pedro, y éste sintió una felicidad estúpida porque el perro no se hubiera ahogado.

—Chucho estúpido —dijo Pedro mientras le rascaba detrás de las orejas.

Luego consiguió ponerse de pie para enfrentarse a la ira de Paula.

—Imbécil. Podías haberte ahogado. Darle un manta —ordenó al grupo de ayudantes antes de volver a dirigirse a Pedro—. ¿Cómo has podido hacer algo tan estúpido? Que alguien traiga la camioneta corriendo. Pedro métete en la cabina de la camioneta.

—Prometiste no volver a hablarme —le recordó él con suavidad mientras Javier le daba una vieja manta que había conocido los lomos de muchos caballos—. No suponía que Apolo fuera a saltar.

—Podías haberte ahogado.

—Y habría sido una forma bastante desairada de morir —dijo él intentando hacer una broma. Al parecer no lo consiguió.

Paula rompió a llorar. De repente, sus ruidosos ayudantes estaban muy silenciosos. Alberto miraba el agua. Gabriel buscaba algo debajo de la uña del pulgar y Javier mostraba un interés desmesurado por las punteras de sus botas.

—Solo queríamos divertirnos —dijo entre dientes Javier después de pasar un minuto entero mirándose los pies.

Agarró a Apolo del collar y Gabriel y Alberto les acompañaron a la camioneta. Alberto le dió una palmada en la espalda al pasar junto a Pedro.

—Haz algo —le susurró.

Pedro se quedó mirando a las espaldas que se alejaban.

—Eh, no metan a ese perro mojado en la cabina. Olerá toda...

La puerta se cerró con Apolo dentro. Para eso era el jefe. Pedro la miró. Ella no lo miraba. No le extrañaba que esos tres hubieran salido corriendo. No había nada que estremeciera tanto a un hombre como ver a una mujer llorando. Nada. Él suspiró y dió un paso hacia ella. Ella seguía sin mirarlo. Él volvió a suspirar y abrió la manta para rodearla con ella. La estrechó contra el pecho. De vuelta al hogar. Sentirla contra su pecho era como volver al hogar.

—No era peligroso —dijo él—. Solo un poco frío. Desagradable. ¿Ves? Ni siquiera tiemblo.

Ella temblaba más que él, pero prefirió no comentarlo. Debería haber sabido que ser racional no iba a servir de mucho. Ella le dió un puñetazo en el pecho.

—El perro casi te mata.

Él se rió.

—Me parece que Apolo tenía un concepto muy elevado de sus facultades como rescatador. Seguramente lo expulsen del servicio de salvamento.

—¿Cómo puedes reírte?

Él notaba que las lágrimas le bajaban por el pecho desnudo. Tenían una calidez muy agradable. Ella tomó aire precipitadamente y se apartó de él.

—Monta en la camioneta antes de que te mueras de frío.

Entonces, lo miró. Directamente a los ojos. Ella tenía los ojos húmedos y brillantes, de un marrón claro, como el ante. Lo que vio en los ojos estuvo a punto de pararle el corazón mucho más que el baño de agua fría. Ella lo amaba. Eso era mucho más peligroso que desearlo. Pedro notó un calor en la cara que le bajó al pecho y las piernas. Era como si estuviera junto a una hoguera de tres metros de altura en vez de estar empapado en medio del campo y con un viento helador.

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