viernes, 24 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 34

Lo miró a los sorprendidos ojos y se dió cuenta de que había sido una estúpida. ¿Qué había sido una tarde de agradable compañía comparada con tener que apoyar a su familia en una dramática situación? Se había pasado todo aquel tiempo culpándolo por no haberla escuchado. ¿Cómo hubiera podido hacerlo, con el peso de la muerte de su hermano encima? ¿Cómo había esperado que dejara esas responsabilidades por una mujer a la que apenas conocía? Levantó una mano cuando él se dispuso a hablar.

–Olvídalo, Pedro. Ya no importa –le dijo.

Para su sorpresa, era cierto. No podía seguir aferrándose al dolor. Aquella tarde le había demostrado que merecía la pena vivir la vida. Tenía la intención de hacerlo plenamente. No había razón para sufrir por algo que ya no podía cambiarse.

–Tengo sed. ¿Tienes algo?

–Cervezas o refrescos –respondió él. Tenía una extraña mirada en los ojos

Pedro se había secado, pero no se había cubierto con una toalla. Ella disfrutó con la visión de aquel maravilloso cuerpo, tan tonificado y bronceado.

–¿Tienes zumo?

Pedro le sirvió un vaso y tomó una cerveza antes de volver asentarse.

–¿No vamos a tierra?

–A menos que tengas prisa, no. Desde aquí, la puesta de sol sobre la isla es maravillosa. Pensé que te gustaría verla.

Paula no tenía ninguna duda... eso si pudiera apartar la mirada de él.

–Gracias por esta tarde –dijo ella alegremente–. Nunca antes había hecho algo como esto –añadió, por decir algo. ¿Por qué no se cubría?

–¿Jamás has salido a bucear?

–Ni siquiera había estado nunca en un barco.

–¿Nunca?

–No. Soy de secano. Ni siquiera me he montado nunca en una barca de remos.

–Pero sabes nadar.

–En Inglaterra hay piscinas públicas, ¿Sabes? Por eso aproveché la oportunidad de venir a trabajar a Italia. Quería ver el Mediterráneo.

–¿Vivías lejos del mar?

–No mucho, pero nuestros intereses estaban tierra adentro.

–¿Nuestros intereses?

–Los míos y los de mi padre –dijo, con una fuerte sensación de pérdida–. Él era conductor de autobús. Le encantaban los coches de época. Yo me pasé mi infancia visitando exhibiciones de viejos automóviles o ayudándolo a reparar el nuestro. Le habría encantado ver los coches que tienes en el palazzo...

La sonrisa se borró del rostro de Paula. Ella sintió que se le hacía un nudo en la garganta, como le ocurría siempre que pensaba en su padre y en el valioso tiempo que no habían podido pasar juntos.

–Murió justo después del juicio...

–Lo siento mucho, Paula.

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