lunes, 27 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 36

Entonces, lenta y deliberadamente, bajó la cabeza. Los labios de Pedro rozaron los de Paula con una ligera caricia que le provocó un agradable hormigueo. Dos, tres veces, él deslizó su boca sobre la de ella, desatándole los sentidos por completo. Finalmente, la impaciencia pudo con la cautela y ella le hundió las manos en el cabello mojado y le devolvió el beso. Ya estaba. Nada más que el calor de la boca de Pedro sobre la suya. Le rodeó el cráneo con los dedos, empujándolo hacia ella. Su fuerza, sus músculos, su cuerpo le caldeaban la sangre. Aquello era todo lo que siempre se había imaginado y mucho más...

Pedro le introdujo la lengua entre los labios. A Paula le pareció lo más natural del mundo abrirlos para que él pudiera explorarle la boca y causarle el delirio en las venas. Respondió conuna sinceridad que eclipsaba por completo cualquier posibilidad de contención. Se sentía como si llevara toda una vida esperando aquel momento. No importaba que ella fuera una novicia y él un verdadero maestro. El ansia compensaba la falta de experiencia. Las lenguas se enredaron, se deslizaron, se acariciaron, hicieron que la piel se le pusiera de gallina. Absorbió la lengua de Paula hacia el interior de su boca, lo que provocó que el pulso de ella se acelerara aún más. Entonces, él le mordió el labio inferior y ella suspiró de placer. Se reclinó hacia atrás, apoyada tan solo por los brazos de Pedro. Sin embargo, no tenía miedo alguno. Los brazos de él eran como cuerdas de acero, que la sujetaban con fuerza.  Deslizó el torso contra el pecho de ella. Lucy gimió ante la sensación eléctrica que aquel gesto provocó en su cuerpo, en sus pezones y en la entrepierna. Más allá de aquel abrumador calor, sintió una languidez que le licuaba los huesos y le robaba la fuerza de voluntad.

Ella inclinó la cabeza, acomodándose a él mientras el deseo se iba haciendo cada vez más fuerte y los besos más urgentes y apasionados. Paula ardía, igual que él. Aquello era lo que siempre había deseado, a pesar de haber negado la química que había entre ellos. ¿Por qué había tratado de negarlo? Era algo delicioso, adictivo... Pedro sabía a mar y a delicioso chocolate, una mezcla muy seductora. Ella temblaba por la sobrecarga de sensualidad que estaba experimentando mientras él la devoraba con una dedicación que igualaba la necesidad que sentía. ¿Había deseado él aquello también? ¿Había estado despierto por las noches, imaginando aquel momento? El contacto entre los cuerpos era magia en estado puro. La fina tela del bañador que ella llevaba puesto no servía de nada para bloquear la cálida promesa del cuerpo de Pedro. Paula se apretaba todo lo que podía contra él, gozando con su poder y su fuerza, con el embriagador aroma de su piel y la nota más profunda y almizclada de la excitación sexual. Él le besó la garganta. Ella se arqueó para poder sentirlo mejor. Se sintió atrapada en una tela de araña de deseo. Estaba completamente a merced de sus caricias, sin protección alguna contra su fuerza. Sin embargo, no sentía dudas o miedo. Cada beso que él depositaba sobre su piel era un homenaje al embrujo que había surgido entre ellos.

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