miércoles, 8 de julio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 66

—El amor no tiene por qué ser así —dijo con delicadeza ella.

Él no dijo nada.

—Luciana era una niña. Tú no te sentirías así con una mujer adulta. Quizá necesites a alguien que comparta la carga contigo.

Dentro de unas horas estaría sano y salvo y lejos de todo eso. Si conseguía que no le destrozara la añoranza que estaban produciéndole las palabras de ella. Tenía una imagen de ellos clara y apremiante. Volver a casa para encontrarse a Paula. Compartir la carga. No volver a estar solo.

—Esa nieve parece perfecta.

Paró la camioneta en el arcén y se bajó. Era nieve de primavera. Blanda y pegajosa. El cielo era de un azul brillante. Se acordó del storyboard y empezó a hacer una bola de nieve. Enseguida fue enorme. Ella dejó la cámara y le ayudó a empujarla. Los hombros no paraban de rozarse. Ella no parecía una mujer muy fuerte y sin embargo estaba asombrado de lo fácil que era compartir la carga con ella. Estaba asombrado también de lo divertido que era. ¿Desde cuándo no hacía algo tan tonto y despreocupado como formar un muñeco de nieve? Las risas retumbaron en la montaña. Apolo saltaba alrededor de ellos con el morro lleno de nieve. Tiraron bolas de nieve para que él las fuera a buscar y se rieron hasta que les dolió el vientre cuando las bolas se deshicieron dentro de sus fauces. Ella le sacó fotos jugando con el perro y tirando bolas de nieve. Se sentía como un chiquillo. Al final, cuando estuvieron agotados, él fue por la cesta. Había incluso una manta que extendió sobre la nieve.

—¿Quieres vino? —dijo él.

Sintió cierta vergüenza de que ella pudiera pensar que la estaba cortejando.

—No, gracias. ¿Hay chocolate caliente?

Por algún motivo le agradó que no fuera una chica a la que le gustaba el vino. Aunque quizá fuera parte del deseo de mantener el control. El vino habría sido peligroso si quería mantener el control allí arriba. Al menos el poco control que le quedaba. Le pareció que toda la tarde se le había escapado de su control y que estaba contento. Que, después de todo, el mundo no había dejado de girar porque él no estuviera a los mandos. m Se sentaron en la manta, tomaron chocolate caliente y se comieron los bocadillos que había preparado Alberto. Entonces, el cometió el error fatal.

—Hemos hablado bastante de mí. Ahora, me gustaría saber algo de tí.

—¿Qué quieres saber?

—Quiero saber por qué no estás con nadie.

—Ya sabes, Pedro, soy como tú. Yo pensaba que era porque no había tenido la oportunidad, porque pensaba que el sexo opuesto no me encontraba atractiva, porque pensaba que era un desastre en el terreno sexual y porque pensaba que mi breve matrimonio me había quitado las ganas para siempre.

—¿Y ahora?

Lo miró con unos ojos tan transparentes que él pudo verle lo más profundo del alma.

—Ahora sé que es porque me enamoré de un hombre hace mucho tiempo. Le entregué mi corazón y no lo he recuperado.

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