lunes, 20 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 24

–¿Para gobernar a mis súbditos?

–No, pero, dado que la tradición familiar significa tanto para usted, podría restaurarlo.

–Ah, pero este lugar es una adquisición, no una herencia. Lo compré hace años para celebrar mi primer éxito.

–¿Éxito?

–Sí. ¿Acaso pensaba que los Alfonso no tenemos que trabajar? ¿Que vivimos de las rentas sin hacer absolutamente nada? –le preguntó. Paula no respondió–. Veo que eso es exactamente lo que piensa. Nos considera unos parásitos y unos vagos, ¿Verdad?

–En absoluto. Sé que su riqueza comenzó con su herencia, pero usted se labró su propio futuro como empresario. Tiene reputación de trabajar muy duro y de tener una suerte fenomenal.

–No se trata de suerte, sino de cálculos muy cuidadosos.

Paula se encogió de hombros.

–Sea cual sea la razón, en los mercados se le llama Il Alfonso, el zorro. Y con razón.

–Resulta fascinante que sepa tanto sobre mí –dijo él, con voz tan suave como el terciopelo.

Instintivamente, Paula dió un paso atrás. Solo uno. Nunca cedía terreno. Aquello era una invitación para que la avasallaran.

–Me pareció prudente saber a lo que me enfrentaba.

–No había ningún conflicto entre nosotros –replicó él muy sorprendido.

–¿No? La influencia de su familia me puso entre rejas.

–A ver si dejamos una cosa muy clara –dijo él bastante molesto– . Mi familia no hizo nada más que esperar el resultado del juicio. ¿Qué está usted implicando? ¿Que amañamos el resultado del juicio? ¿Que sobornamos a la policía o a los jueces? Fueron las pruebas la que la condenaron, señorita Chaves. Nada más. Le doy mi palabra. Nosotros nos movemos dentro de la ley. ¿Acaso no me cree? –le preguntó él al ver que Paula no respondía.

La verdad era que no lo sabía. No había duda alguna de que ella había estado en desventaja por la calidad de su abogado comparado con los de la acusación. Además, estaba la evidente simpatía que todo el mundo sentía por Vanesa, la hermosa viuda y joven madre. Por si esto fuera poco, estaba Bruno Scarlatti, el guardaespaldas de Luca y principal testigo de la acusación. Era ex policía y, como tal, había brillado en el tribunal. Su testimonio había sido claro y preciso, carente por completo de sentimientos. Fue ese testimonio lo que hundió a Paula y puso en su contra al tribunal.

–Yo... no lo sé.

–No estoy acostumbrado a que se dude de mi palabra –afirmó él.

–Créame si le digo que esa sensación no se hace más llevadera con el tiempo.

Pedro se dió cuenta de que estaba hablando sobre sí misma. Paula estuvo a punto de soltar una carcajada, pero no lo hizo. Después de tanto tiempo, llevar la carga de la culpabilidad era como llevar una herida abierta. Era algo que había cambiado su vida irrevocablemente. Se dió la vuelta. Su disfrute del paseo había quedado olvidado.

–Espere –le dijo él.

–¿Qué? –le preguntó ella volviéndose de mala gana para mirarlo.

–Esto... no sirve de nada.

–¿Y?

–Por lo tanto, propongo una tregua. Tú serás mi invitada y yo te trataré como tal. Tú, a tu vez, me corresponderás. No habrá más acusaciones por parte de ninguno de los dos.

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