viernes, 10 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 1

Durante cinco tristes años Paula había estado imaginando su primer día de libertad. Un cielo azul, típico de los veranos italianos. El aroma de los cítricos en al aire y el canto de los pájaros. En su lugar, se encontró con un aroma muy familiar. Los ladrillos, el cemento y el frío acero no deberían oler a nada, pero, mezclados con la desesperación y un fuerte detergente industrial, creaban un perfume llamado Institución. Un perfume que llevaba años metiéndosele por las narices. Contuvo un escalofrío de miedo. Sintió un nudo en el estómago. ¿Y si había habido un error? ¿Y si la enorme puerta de acero que se erguía ante ella permanecía firmemente cerrada? El pánico se apoderó de ella al pensar que podría regresar a su celda. Haber estado tan cerca de lograr la libertad para que luego se le negara terminaría por destruirla.

El guardia marcó el código. Paula se acercó un poco más. La mano sudorosa sostenía la maleta con sus pertenencias y el corazón parecía latirle en la boca. Por fin, la puerta se abrió y ella dió un paso al frente. Humo de los vehículos en vez de aroma a cítricos. Un amenazador cielo gris, no azul mediterráneo. El rugido de los coches en lugar del canto de los pájaros. No importaba. ¡Estaba libre! Cerró los ojos y saboreó aquel momento que tantas veces había soñado. Estaba libre para hacer lo que quisiera. Podía volver a tomar las riendas de su vida. Tomaría un vuelo barato a Londres y luego pasaría allí la noche antes de terminar el viaje en Devon. Una noche en un lugar tranquilo, con una cama cómoda y toda el agua caliente que pudiera desear. La puerta se cerró a sus espaldas. Entonces, abrió los ojos. Un ruido le hizo darse la vuelta. Más allá, junto a la puerta principal, se veía un grupo de gente. Personas con cámaras y micrófonos. Un gélido escalofrío le  recorrió la espalda. Echó a andar en la dirección opuesta. Apenas había comenzado a caminar cuando comenzó el revuelo. Carreras, gritos e incluso el rugido de una motocicleta.

–¡Paula! ¡Paula Chaves!

No había duda alguna sobre lo que querían. Paula apretó el paso, pero una moto la alcanzó. El tripulante le lanzó una pregunta tras otras sin que ella supiera cómo responder. Cuando los demás la rodearon, extendieron micrófonos hacia su rostro, casi sin darle espacio vital, estuvo a punto de dejarse llevar por el pánico y echar a correr. Después del aislamiento de aquellos años, aquella muchedumbre resultaba aterradora.

–¿Cómo te sientes, Paula?

–¿Qué planes tienes?

–¿Tienes algo que decirle a nuestros telespectadores, Paula? ¿O tal vez a la familia Alfonso?

Las preguntas cesaron al mencionarse la familia Alfonso. Paula contuvo el aliento mientras las cámaras seguían fotografiándola. Se lo tendría que haber esperado. ¿Por qué no lo había hecho? Porque todo había ocurrido cinco años atrás. Agua pasada. Había esperado que el furor se acallara. ¿Qué más querían? Ya le habían arrebatado muchas cosas. Ojalá hubiera aceptado la oferta de la embajada para llevarla al aeropuerto. Había preferido no fiarse de nadie. Cinco años atrás, la policía británica no había podido salvarla de las implacables ruedas de la justicia italiana. Había dejado de esperar que ellos, o cualquier otra persona, pudieran ayudarla. Su orgullo no le había servido de nada. Apretó los labios y siguió andando, abriéndose paso entre los insistentes reporteros. No empujó ni amenazó a nadie. Se limitó a seguir moviéndose, con la fuerza y la determinación que le habían reportado aquellos años de cárcel. Ya no era la inocente muchacha de dieciocho años que había ingresado en prisión. Había dejado de confiar en la justicia y, mucho menos, que alguien la defendiera. Tendría que defenderse ella sola. No se detuvo. Sabía que si lo hacía estaría perdida. La cercanía de tantos cuerpos le provocaba una sensación casi claustrofóbica. Temblaba por dentro mientras contenía el deseo de echar a correr. Eso era lo que la prensa estaba buscando.

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