viernes, 3 de julio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 58

—¿Cuánta sal has puesto?

No tenía ni idea.

—Lo que dice la receta.

—Mmm. Que conste, lo has entendido todo mal. Él no se encuentra demasiado bueno para nadie. Ni siquiera se encuentra bueno.

—¿Por qué?

—Eso deberías preguntárselo a él.

A Paula le dolió que Pedro no se encontrara suficientemente bueno.

—Quizá lo haga —dijo pensativamente antes de dedicarle toda la atención a las galletas.

Le pareció larguísimo hacerlas. Había tanta masa que le dolían los brazos de revolverla. Ella y Alberto las probaron cuando salieron del gigantesco horno. Eran repugnantes.

—Demasiada sal —dijo pensativamente Alberto—y quizá te hayas olvidado de la levadura.

¿Qué esperaba? Había estado pensado en otra cosa.

—Vamos a tirarlas.

Demasiado tarde. Los muchachos entraron y se dirigieron directamente a las galletas. Gabriel y Javier se hicieron con un puñado, pero ella, naturalmente, miraba a Pedro. Lo miró y pensó en la ilusión más dolorosa. ¿Entraría algún día por la puerta para encontrarse con una joven esposa que le había hecho unas galletas y esperaba con ansiedad su reacción? Tomó una galleta y se la metió entera en la boca. De repente, empezó a masticar más despacio y tragó saliva. Él miró a Alberto. Dejó de masticar y la miró. Terminó de masticar y, se la tragó.

—No necesito tu aprobación —le dijo ella—. No soy ese tipo de mujer.

—¿He dicho algo? —preguntó Pedro—. ¿Qué tipo de mujer?

Notó que todos la miraban como si fuera una osa atrapada en la cabaña con ellos.

—De las que hacen galletas y saben asar un pavo.

Lo dijo como si les hubiera arrojado el guante. Tyler la fulminó con la mirada.

—Entonces, ¿Qué tipo de mujer eres?

—Completamente independiente y alta.

—Ya me había dado cuenta de eso —dijo Pedro.

—Y no lo apruebas.

—¡Nunca he dicho tal cosa!

—¿Lo apruebas?

—Creía que no necesitabas mi aprobación —le recordó él—, pero para que conste, te diré que me gustan altas e independientes.

Los muchachos sonreían de oreja a oreja, como si Pedro estuviera sacándolos de un campo de minas.

—Tomen más galletas —dijo retorcidamente Alberto.

Gabriel y Javier iban a obedecer.

—No lo hagan —dijo con orgullo Paula—. Por favor. Sé que no sirvo para las cosas del hogar.

En realidad, sabía que no servía para nada. Miró a Pedro. Él la miraba dereojo. Era lástima. Como si él pensara que hacer las galletas hubiera sido otro intento de conquistarlo. Ya que no lo había conseguido con los besos lo había intentado por el sistema tradicional. No iba a consentir que él sintiera lástima de ella. Prefería que la odiara.

—Deberíamos probar otro peinado para las fotos de mañana —dijo Paula mientras lo miraba con los ojos entrecerrados—. ¿Te has puesto alguna vez crema en el pelo?

—¿Crema en el pelo? Alberto, ¿qué le has dado de beber para arreglarle el estómago?

Todos se rieron.

—¿Y nata? ¿Te has puesto alguna vez nata? —preguntó Gabriel.

—No, pero una vez tuve natillas. Me las tiraron en una boda y tardé varios días en quitármelas.

No iba a inspirarle lástima, pero tampoco iba a reírse de ella.

—Es un producto de peluquería.

Él la miró un instante y luego sonrió lenta y seductoramente.

—Creo que prefiero las natillas.

—Alberto, ¿Cuánto falta hasta la cena? —preguntó ella.

—Un poco.

—Perfecto. Lo suficiente para que peine a Pedro. Siéntate.

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