viernes, 24 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 35

–No es culpa de nadie...

–Pero tú querías estar con él.

Sorprendida, Paula levantó la mirada y vio comprensión en los ojos de Pedro. Él estaba en Nueva York la noche en la que su hermano murió. Sabía cómo se sentía uno al estar lejos en una ocasión como aquella.

–Sí.

–Él lo sabía. Lo habría comprendido.

–Lo sé, pero eso no me facilita las cosas, ¿No te parece?

Pedro permaneció en silencio un largo tiempo, tanto que ella pensó que había traspasado los límites.

–No... Yo estaba en Nueva York cuando Luca murió. No hago más que decirme que eso no habría ocurrido si yo hubiera estado en Roma.

Paula se mordió los labios, pero, por fin, dejó que las palabras se le escaparan entre ellos.

–No habría supuesto diferencia alguna –dijo.

Pedro la miró fijamente. Entonces, asintió.

–Tienes razón. Es solo que Luca era... especial para mí. Nuestros padres murieron cuando yo era muy pequeño y él era mucho más que un hermano mayor para mí.

–Era un buen hombre...

–Luca me enseñó a nadar y a bucear. Y, ahora que lo pienso, a conducir una lancha motora.

–Mi padre me enseñó a desmontar un motor –comentó ella con una sonrisa–. Cómo hacer una cometa y echarla a volar. Incluso me acompañó a mis clases de ballet cuando era pequeña y yo era demasiado tímida como para querer ir sola.

–Parece el padre perfecto.

–Lo era.

–¿Nunca quisiste ser mecánica o conductora como él?

–No. Quería ser maestra. Siempre fue mi sueño trabajar con niños. Sin embargo, eso es ahora imposible.

–¿Qué vas a hacer?

–Hice un curso de contabilidad. Pensé que habría más posibilidad de conseguir un empleo trabajando con cifras que con la gente, dado mi pasado.

Sabía que le resultaría muy difícil encontrar un trabajo. La estancia en la isla era un respiro temporal. Cuando se marchara de allí, la prensa comenzaría a acosarla. ¿Quién iba a contratarla así? Se puso en pie y dejó su vaso.

–¿No va siendo hora ya de que regresemos?

Necesitaba estar sola, tratar de resolver los problemas que había pospuesto mientras se encontraba allí. Había estado viviendo en un mundo de fantasía. Muy pronto, tendría que enfrentarse a la realidad. De repente, se resbaló. La cubierta estaba mojada del agua que le había caído de su cuerpo. Estaba a punto de golpearse contra el suelo cuando él la agarró y la tomó en brazos. Se dijo que había sido el hecho de estar a punto de caerse lo que le había acelerado los latidos del corazón. No tenía nada que ver con la mirada que había en los ojos de Pedro, o el hecho de sentir su cuerpo húmedo y caliente contra el de ella.

–Puedes soltarme –le dijo.

Le colocó las manos sobre los brazos para apartarse de él, pero, en vez de eso, los dedos le rodearon los bíceps.

–¿Y si no quiero hacerlo? –le preguntó él con voz profunda.

Paula observó cómo el rostro de Pedro se acercaba al suyo. Le estaba mirando la boca, dejando muy claras sus intenciones.

–¡No! –exclamó ella–. ¡No quiero esto!

Él negó con la cabeza.

–Pensé que habíamos acordado que ya no habría más mentiras.

Pedro la estuvo observando durante unos segundos más, como si estuviera esperando la protesta que sabía que ella no iba a formular.

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