lunes, 13 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 10

Quería que Paula supiera el dolor que había causado. Que lo sintiera. Como hombre civilizado que era sabía que ella había pagado el precio que la sociedad había considerado adecuado por su delito. Sin embargo, él quería más. Remordimiento. Culpabilidad. Una confesión. Algo.

–No puede controlar a la prensa –dijo ella como si nada de lo que Pedro había dicho importara.

–Puedo evitar que dispongan de noticias frescas.

–Pero si no hay noticias.

–Ha salido de la cárcel. La asesina en libertad.

–Me acusaron de homicidio.

Pedro contuvo el deseo de decirle que las diferencias legales no cambiaban el hecho de que Luca había muerto. En sulugar, tomó la revista que había sobre el escritorio.

–Sigue habiendo una historia. Especialmente después de esto.

–¿De qué se trata? –le preguntó ella.

Dió un paso al frente, muyrígida, como si se temiera lo peor. Durante un instante, Pedro dudó. Entonces, arrojó la revista sobre la reluciente superficie del escritorio. Ella inclinó la cabeza para leerla donde estaba, como si no quisiera tocarla. Él no podía culparla. Era la clase de basura que evitaba, pero Vanesa, su cuñada, evidentemente opinaba lo contrario. Ella se lo había mostrado, furiosa por el hecho de que se hubiera resucitado la vieja tragedia. Por fin, Paula tomó la revista y la hojeó. Había una fotografía suya junto al texto. Otra foto más, aquella junto a su padre. A continuación, una mujer con unos niños. Pedro vió cómo ella abría los ojos de par en par y escuchó cómo contenía la respiración. Entonces, palideció. Parpadeó rápidamente y a él le pareció que aquellos maravillosos ojos se llenaban de lágrimas. Entonces, con una rapidez que lo pilló por sorpresa, la mujer a la que había creído tan insensible como un autómata se tambaleó. Domenico se dio cuenta de que ella iba a desmayarse.


Paula observó el texto mientras este se convertía en un borrón. Parpadeó con incredulidad. Pensaba que había experimentado lo peor de lo peor en la cárcel. Con la pérdida de su padre, de sus amigos, de su libertad, de su inocencia y de su autoestima. Se había equivocado. Aquello era la peor de las traiciones. Trató de volver a respirar con normalidad. Apoyó una mano sobre la brillante mesa con la intención de sostenerse. Sin embargo, la oscuridad parecía estar adueñándose de ella. El mundo daba vueltas a su alrededor como si fuera una calesita... Unos fuertes dedos le agarraron el brazo. Aquello bastó para recordarle dónde se encontraba. Trató de soltarse, pero él la agarró con más fuerza. Lo sintió a su lado, aprisionándola contra el escritorio. Desde algún lugar de su interior, la furia volvió a cobrar vida dentro de ella. Empujada por el instinto, se giró y levantó la mano para apartar la que con tanta fuerza le agarraba el codo. Al mismo tiempo, le hincó la rodilla en la entrepierna. Desgraciadamente, la rodilla golpeó tan solo el fuerte muslo, dado que él pareció presentir el ataque y se movió.  A pesar de todo, Paula se salió con la suya. Se vió libre. Lo miró fijamente, pero él le devolvió la mirada con dureza. Esto la ayudó a recuperarse y a devolverle la mirada al hombre que le había arrebatado la última esperanza que le quedaba de su alegría por sentirse libre y la había hecho pedazos. Lejos de desmayarse, se sentía más viva que nunca.

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