viernes, 24 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 32

–Scarlatti ya no trabaja para la familia Alfonso.

Paula se dió la vuelta y se encontró con Pedro a pocos metros de distancia.

–¿Por qué no?

–Le despedimos hace años. Adrián encontró pruebas de que él... había estado molestando a una de las chicas del servicio.

–¿Molestando? –repitió ella.

¿Por qué no le sorprendía eso? Bruno era un ser despreciable que era incapaz de aceptar un no por respuesta.

–Sí. Ella se quejó de que él la estaba molestando. Tras investigar un poco más, se descubrió que no había sido la primera.

Paula se mordió los labios. La tentación de relatar su propia historia era demasiado fuerte, pero Pedro ya la había escuchado en el tribunal. No la había creído entonces y no tenía por qué creerla cinco años después. Además, ¿Por qué debía importarle después de tanto tiempo que él no la creyera?

–No te preocupes. Hace mucho tiempo que él ya no está aquí.

Paula asintió. ¿Qué podía decir?

–Ahora, vayamos al agua.

–He cambiado de opinión. Prefiero quedarme en tierra.

–¿Por qué? ¿Para que puedas esconderte en tu habitación y lamentarte de todo lo ocurrido?

–¡Yo jamás me escondo! –exclamó ella.

–¿No te parece que es eso precisamente lo que estás haciendo ahora?

Paula conocía la táctica de Pedro. Deliberadamente le estaba poniendo un cebo para que no se pudiera resistir al desafío. Lo único que había tenido de su lado a lo largo de todos aquellos años había sido su fuerza y su resolución. Se había obligado a dejar de ser una adolescente asustada y desesperada para convertirse en una mujer que podía cuidarse de sí misma pasara lo que pasara. Había en juego mucho más que el orgullo. Estaba su fe en su fuerza para enfrentarse a la adversidad. Sin eso, ¿Cómo se podía enfrentar a un futuro que se cernía sobre ella como si se tratara de un agujero negro? Ya no tenía familia. Ni amigos. Ni perspectivas laborales, tal y como demostraba su búsqueda diaria de trabajo. Si se dejaba debilitar, no sobreviviría. Miró a Pedro y vió la anticipación que emanaba de él. Esperaba que ella se decidiera.

–¿Dónde está tu barco?

Tres horas más tarde, Paula era una mujer completamente diferente. Su boca esbozaba una gran sonrisa que producía una extraña sensación en el vientre de Pedro. El miedo había desaparecido de su rostro y, en aquellos momentos, sus ojos brillaban de alegría, rivalizando con el cielo en su luminosidad. Solo había visto en una ocasión a una mujer que se iluminara desde el interior de aquella manera. Había sido a la Paula de entonces. Su entusiasmo era contagioso. Le resultaba imposible creer que, en aquella ocasión, el ávido entusiasmo de ella no fuera real. No había miradas seductoras ni armas femeninas. Se centraba en el barco y en la sensación de velocidad que sentían mientras daban vueltas a la isla. Sus carcajadas aún resonaban en los oídos de Pedro. Se había comportado como una niña en una montaña rusa.

–¿Has visto el tamaño de ese pulpo? –le preguntó ella tras salir a la superficie acompañada de él y quitarse el tubo de respiración de la boca–. Era increíble, sobre todo el modo en el que se movía.

–¿Te gusta el pulpo? Podría cazarlo para cenar –dijo él, como si fuera un adolescente enamorado presumiendo delante de una chica guapa.

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