viernes, 24 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 33

Pedro había disfrutado plenamente de las últimas dos horas más de lo que lo había hecho en meses. Era un placer estar con ella. Paula había conseguido que viera aquel lugar a través de otros ojos. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que disfrutó de los placeres sencillos de la vida... Normalmente, cuando iba a la isla estaba ocupado, terminando su trabajo o haciendo de anfitrión para unos invitados que eran demasiado sofisticados como para emocionarse por salir a bucear o por darse un paseo en una lancha motora.

–No. Gracias, pero prefiero que lo dejes con vida.

–¿Te da asco ver la cena antes de que aparezca en el plato?

–Puede ser. ¿No podemos dejarlo en paz? ¿Libre?

Algo en el modo en el que pronunció la última palabra llamó poderosamente la atención de Pedro. ¿Era eso lo que ella había disfrutado tanto? ¿La libertad experimentada en aquellas horas en el agua? Pensó que aquel era un cambio muy grande de las restricciones que había sufrido en su vida entre rejas. Él no se podía imaginar aquella clase de vida ni cómo había podido ella soportarlo. No debía sentir pena por ella. El motivo por el que estaba con ella era para conseguir que cambiara de opinión sobre la oferta que ella le ofrecía. Sin embargo, en los últimos días, se había sorprendido al sentir que deseaba la compañía de Paula. Se había asegurado que necesitaba comprender a la mujer que amenazaba su familia, pero eso no era todo. Ya no. Quería estar con ella. Quería...

–En ese caso, lo dejaremos estar –dijo él mirando el sol del atardecer–. Es hora de marcharnos. Vamos.

Paula se envolvió con una enorme toalla de playa sabiendo que Pedro la había estado mirando desde que se subió al barco. Sus ojos habían refulgido como si fueran de plata mientras observaba el traje de baño que moldeaba el cuerpo de Paula. Un segundo más tarde, había apartado la mirada, pero esta había prendido un fuego en el interior del cuerpo de ella. El problema era que, aunque estaban en lados opuestos, la atracción de antaño había regresado, y con más fuerza que nunca. Lo peor era que Pedro había empezado a gustarle y le asustaba lo mucho que sus demostraciones de afecto significaban para ella.

–¿Por qué nunca hablaste conmigo durante el juicio?

Horrorizada, oyó cómo esas palabras se le escapaban entre los labios.

Se volvió para mirarlo y se sorprendió al ver cómo el rubor teñía su bronceado rostro.

–¿Habría eso cambiado algo?

–Bueno, cuando te ví allí, pensé que habías acudido para apoyarme –dijo ella–. Hasta que descubrí quién eras.

Pedro la miró asombrado.

–Pero si ya sabías quién era yo.

–¿Cómo iba a saberlo? Solo te conocía por tu nombre de pila, ¿Recuerdas?

Habían pasado juntos mucho menos de un día. Sintió que se le hacía un nudo en el corazón. No había sido culpa de Pedro que ella se hubiera enamorado de él tan profundamente. Que hubiera leído demasiado en una simple atracción. Tenía tan poca experiencia con los hombres... Él era el primero que había puesto alas en el corazón.

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