viernes, 10 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 5

En aquella ocasión, Paula no necesitó que la animaran a entrar. Se montó sin dudarlo y se deslizó hasta el lugar más alejado del amplio asiento trasero. La puerta se cerró cuando Pedro hubo entrado y el vehículo aceleró rápidamente.

–¡Mi maleta!

–Está en el maletero. A salvo.

Lentamente, Paula se giró. Se sentía agotada, exhausta después de haber estado un buen rato a merced de los periodistas, pero no podía relajarse. Los profundos ojos grises la estaban observando. En aquel instante, tenían un aspecto tormentoso. A pesar de la aparente relajación de su cuerpo, se notaba la tensión en los hombros y en la mandíbula.

–¿Qué es lo que quiere?

–Rescatarla de la prensa.

–No.

–¿No? ¿Me está llamando mentiroso?

–Si hubiera estado interesado en rescatarme, lo habría hecho años atrás, cuando realmente importaba. Sin embargo, me dejó tirada.

–Está hablando de dos cosas diferentes –replicó él con frialdad.

–¿Usted cree? Juega con la semántica. Lo último que quiere es rescatarme.

–En ese caso, digamos simplemente que, en esta ocasión, sus intereses coinciden con los míos.

–¿Cómo? No veo lo que podamos tener en común.

–En ese caso –dijo él con tranquilidad–, tiene una memoria muy mala. Ni siquiera usted puede negar que, muy a mi pesar, estamos unidos por un vínculo que nos ata para siempre.

–Pero eso es...

–¿Pasado? –concluyó él con una tenue sonrisa–. Puede ser, pero es una verdad con la que yo vivo todos los días –añadió con voz dura y profunda–. Nada me podrá hacer olvidar nunca que usted mató a mi hermano.

Paula sacudió la cabeza enfáticamente y, durante un instante, Pedro se sorprendió al lamentar el hecho de que su larga melena rubia ya no estuviera allí para acariciarle los hombros. ¿Por qué se habría cortado el cabello tanto? Cinco años después, aún recordaba cómo aquella cortina de seda lo había atraído. Imposible. No era desilusión lo que sentía. Se había pasado muchos días en el tribunal, observando a la mujer que le había arrebatado la vida a Luca. Había ahogado la pena, la urgente necesidad de venganza y la profunda desilusión por haberse equivocado tanto con ella. Se había obligado a observar todas las expresiones de su rostro, todos los matices. Había grabado la imagen de Paula en su pensamiento. Había aprendido de memoria el rostro de su enemigo. No había sido atracción lo que había sentido entonces por la buscona que había tratado de jugar con los dos hermanos Alfonso. Simplemente el reconocimiento de una belleza que podría perjudicar la causa de la acusación.

–No. Me condenaron por homicidio. Hay una gran diferencia.

Pedro la miró fijamente a los ojos, que estaban iluminados con una pasión que iba en contra de la lógica. Entonces, comprendió sus palabras y la ira se apoderó de él. Tendría que habérselo imaginado. Sin embargo, escuchar aquella mentira en su voz amenazaba hasta el férreo control que ejercía sobre sí mismo.

–¿Sigue afirmando su inocencia?

–¿Y por qué no iba a hacerlo? Es la verdad –le dijo ella mirándolo a los ojos con un descarado desafío.

La ira se apoderó de Pedro.

–Sigue mintiendo. ¿Por qué?

–No estoy mintiendo. Es la verdad. Yo no maté a su hermano.

–¿Quién está jugando ahora con los significados de las palabras? Luca perdió el equilibrio cuando usted lo empujó contra la chimenea –le espetó él–. El golpe que se dió en la cabeza al caer lo mató. Es usted responsable. Si él no la hubiera conocido, seguiría hoy con vida.

El rostro de paula se tensó. Tragó saliva. En aquel momento, a Pedro le pareció ver algo parecido a dolor en sus ojos. ¿Culpabilidad? ¿Arrepentimiento por lo que había hecho?

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