miércoles, 15 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 14

Paula no estaba en el dormitorio que él le había proporcionado, pero no había tratado de escapar. Sus guardaespaldas le habrían informado de ello. Solo había un lugar en el que ella podría estar, aunque Pedro no había creído que ella tuviera agallas suficientes como para regresar. Recorrió el pasillo con largas zancadas hasta la zona del palazzo que albergaba los departamentos de Luca. La furia se apoderó de él al pensar que Paula Chaves pudiera estar allí, en la habitación en la que le había quitado la vida a su hermano. Era una intromisión que demostraba el desprecio de aquella mujer por todo lo que él y su familia habían perdido. La puerta estaba abierta, por lo que él atravesó el umbral con los puños apretados y el fuego ardiéndole en la sangre. Entonces, la vió y se detuvo en seco. No sabía lo que había esperado, pero ciertamente no era aquello. Paula Chaves estaba acurrucada sobre el suelo, ante la chimenea, con las palmas de las manos apretadas contra el lugar donde Sandro había exhalado su último aliento. Estaba muy pálida. Tenía los ojos oscurecidos por el dolor. Estaba mirando algo que Pedro no podía ver, algo que le nublaba la vista y la empujaba a la introspección. El vello de la nuca se le puso de punta. Dió un paso al frente. Ella levantó la mirada. Pedro se sorprendió al ver la angustia que tenía reflejada en el rostro. Sintió un escalofrío que le recorrió la espalda.

–Lo siento –susurró ella con un hilo de voz–. No debería haber ocurrido... Yo era tan joven y tan estúpida... Jamás debería haberle dejado entrar...

Pedro atravesó la estancia y se agachó junto a ella. ¿Estaba admitiendo lo sucedido? No parecía posible después de tanto tiempo.

–Si no le hubiera dejado entrar, nada de esto habría ocurrido – musitó ella, temblando–. No hago más que pensarlo... Ojalá no le hubiera escuchado. Ojalá hubiera cerrado la puerta con llave...

Pedro frunció el ceño.

–No tenía necesidad alguna de cerrar la puerta con llave por mi hermano. Me niego a creer que él quisiera abusar de usted.

–No estaba hablando de su hermano –le dijo ella volviendo el rostro para mirarlo–. Estaba hablando de Bruno, el guardaespaldas.

No debería haber dejado que Bruno entrara... Pedro se puso de pie inmediatamente.

–¿Sigue defendiendo esa historia?

Ella recuperó su aire desafiante de antes y se levantó también.

–Yo no cuento historias, signor Pedro. Bruno mató a su hermano, pero no se preocupe –dijo–. No lo volverá a oír de mis labios. Estoy cansada de repetirme ante personas que no me quieren escuchar.

Ella hizo ademán de pasar junto a él, pero Pedro le agarró el brazo. Inmediatamente, ella se tensó. Pedro se preparó para enfrentarse a ella, como había ocurrido abajo y casi lo deseó. Sentiría una primitiva satisfacción por dominar aquel fuerte temperamento. Sin embargo, ella se limitó a mirarlo arqueando las cejas.

–¿Quería algo? –le preguntó con voz ácida.

Pedro le miró los labios. Una vez más, se habían vuelto rosados después de que el rostro recuperara su color natural. De repente, sintió algo parecido al deseo. Sintió que se le secaba la boca al ver cómo ella separaba los labios ligeramente, como si tuviera problemas para respirar.

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